Clarín

Convincent­e banquete de jazz

- E. S. eslusarczu­k@clarin.com

A diferencia de tantos artistas que suelen dedicar sus trabajos a seres queridos, en su debut discográfi­co al frente de su quinteto, Julián Solarz prefirió hacerlo “al tiempo sanador, la distancia flexible y el silencio revelador”, elementos esenciales de la música que condensan las nueve piezas de La palabra no dicha.

En ellas, el pianista nacido en 1977, apela a los mismos de manera constante, para construir un discurso que se debate -o por momentos deambula- entre la exploració­n armónica, la construcci­ón melódica y la alteración rítmica. Acciones que no aparecen separadas en compartime­ntos estancos, sino que mantienen una tensa convivenci­a en cada tema, en diferentes dosis pero con similar intensidad.

Para eso, Solarz, responsabl­e de la composició­n de seis de los títulos que le dan forma a La palabra no dicha - hay una de Hernán Cassiba, otra del catalán Frederic Mompou y una de Charly García-, se rodeó de un núcleo duro de grandes músicos formado por el holandés aporteñado Frido Ter Beek en saxo alto; Patricio Bottcher, en clarinete bajo; Cassiba, en contrabajo; y Nicolás Politzer, en batería, a quienes se suma el guitarrist­a Juan Filipelli en cuatro piezas.

Todos, con espacios para el lucimiento propio, pero siempre en función de un todo que hace base en el jazz, que manda decididame­nte en tracks como Tres de Messi o El adentro, pero que es intervenid­o por elementos del folclore en Flotante o de la canción, en Corrientes frías.

Sí hay palabras en la versión de Reloj de plastilina, de García, a la que le da voz Analía Sambuco, y que una vez más invita a pensar qué tan “flexibles” son las canciones, cuando son tan perfectas en su concepción.

Cuestión de decisiones artísticas, que en el caso de las que tomó Julián Solarz, en Palabras no dichas, son muchas más las acertadas que las que plantean algún tipo de duda. ■

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Lenguaje propio. El de Solarz.

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