Clarín

Mirándonos en el mismo espejo

- Ricardo Roa rroa@clarin.com

Lula tiene una condena a 12 años por corrupción y lavado de dinero. Ayer no sólo en Brasil sino en la región se estuvo pendiente del resultado de su apelación ante el Supremo Tribunal. Iba o no iba a la cárcel. Muy activa en las redes sociales, una parte grande de la sociedad pedía la prisión sin importarle lo que sostienen los defensores de Lula: que según la Constituci­ón alguien sin condena firme como él debe seguir libre.

Una polémica que a último momento hasta incluyó voces militares. El jefe del Ejército se sumó al bando de los que reclamaban que Lula vaya preso, en una espectacul­ar involución política en la región. Salió a responderl­e el jefe de la Aeronáutic­a: “Los militares no de- ben imponer su voluntad”.

Detrás de todo está el juicio a la corrupción y cómo se castiga a la c orrupción. Si la democracia empieza o sigue sacándosel­a de encima o se la saca a medias o no se la saca.

Lula es Odebrecht: una empresa que se fagocitó a la política. El Estado fue su comité de gestión. Con Odebrecht el lulismo exportó coimas y negocios por gran parte de América latina. Es un tema estudiado. Pero hay que volver a él porque la corrupción de Odebrecht para convertirs­e de empresa gigante brasileña en gigante multinacio­nal por el continente tuvo un vendedor principal y ese fue Lula, cubriendo las gestiones con el paraguas político del populismo.

Hay un expresiden­te de Perú detenido, otro a punto de ser extraditad­o y un tercero, Pedro Pablo Kuczynski, que acaba de caer. Media política o más está manchada. Un ex vicepresid­ente de Ecuador está preso y la tormenta sigue por Panamá y Nicaragua.

De Venezuela no vale la pena ni hablar. No hay justicia. Nunca se abrió una causa. Una historia al pasar. Lula y Chávez inauguran en Guayana el segundo puente sobre el río Orinoco. Una inversión de más de US$ 1.200 millones con dinero del Banco Nacional de Desarrollo de Brasil (BNDES). El dueño de la empresa adjudicata­ria, Emilio Odebrecht, aplaude entusiasma­do el discurso de Lula llevando una gorra roja bolivarian­a.

La corrupción investigad­a en Brasil es nuestra corrupción. El ventilador Odebrecht empezó a soplar aquí hace dos años. Un poco antes Marcelo, el hijo de Emilio, que cumplía una condena de 19 años, había decidido pasar por la ventanilla de la delación premiada y contar todo para achicar la pena.

Odebrecht declaró que entre 2007 y 2014 pagó sobornos por US$ 35 millones en la Argentina. El ex ministro De Vido salió a decir sin que nadie le preguntara que él no tenía nada que ver. Casi una autoincrim­inación.

Acaba de ser procesado por favorecer a Odebrecht en contratos para la ampliación de gasoductos. Mucho más dinero se pagó con la importació­n de caños que Odebrecht había comprado por la mitad de precio a Techint y que terminaron de cobrar el año pasado. También, con los sobrepreci­os en la planta compresora de Pichanal, Salta: costaron entre dos y tres veces más. Hay una comisión investigad­ora de todo esto que está medio parada.

La política de Brasil se parece a la nuestra. Salimos de populismos que colapsaron por la crisis, la mala gestión y la corrupción. Las elecciones serán en octubre. Este mes deberán inscribirs­e las candidatur­as y entre agosto y setiembre el Tribunal Electoral las aprobará o rechazará. La ley brasileña dice que un condenado como Lula no puede ser candidato. Quizás se esté escribiend­o allá un mensaje para ser leído aquí y en América latina.

Se juzga a Lula pero más se juzga si a la corrupción se le pone fin o sigue como si nada.

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