Clarín

Lula, el “animal político” que despierta amores y odios en un Brasil dividido

Imagen. Pese a la condena por corrupción, el ex presidente aún encabeza los sondeos de cara a las elecciones de octubre.

- Carolina Brunstein cbrunstein@clarin.com

“Ellos no van a encarcelar mis pensamient­os, no van a encarcelar mis sueños”, arengó Luiz Inácio Lula da Silva este lunes, ante cerca de 5.000 seguidores durante un acto en el tradiciona­l barrio de Lapa, en el centro de Río de Janeiro. Mientras el país esperaba, expectante, la decisión que debía tomar ayer la Corte Suprema sobre el futuro del histórico líder del Partido de los Trabajador­es, el ex presidente se mostraba como un firme candidato para las elecciones de oc- tubre, en las que planea buscar un nuevo mandato. Las siete causas judiciales por corrupción que pesan en su contra, que lo empujan a las puertas de la cárcel, no han empañado su imagen de animal político, de líder indiscutid­o, admirado y repudiado por igual en un Brasil profundame­nte dividido en torno a su figura.

Mientras se definía su futuro, Lula insistió en estos días en defender su inocencia y repitió el discurso de que es víctima de una persecució­n política y judicial. Su gira por los estados del sur de Brasil fue manchada por las protestas en su contra y actos de violencia, que incluyeron hasta disparos contra un micro en el que viajaba junto a miembros del PT.

A los 72 años, Lula sigue incansable y pretende continuar recorriend­o Brasil para preservar su imagen. El “hijo de Brasil”, como fue bautizado en una película sobre su vida que se estrenó antes del fin de su presidenci­a, en 2010, logró salir de la miseria, estudiar, liderar un sindicato y llegar a la cumbre del poder en un país con una profunda brecha social.

Nacido en 1945 en el estado nordestino de Pernambuco, a los siete años se mudó con su familia a San Pablo, donde fue vendedor ambulante y lustrabota­s. A los 15 años empezó a trabajar como tornero y así perdió un meñique en una máquina. Luego se acercó al movimiento obrero y con un poder de oratoria que deslumbrab­a a su audiencia llegó a presidir el poderoso sindicato metalúrgic­o desde donde lideró, a fines de los 70, una huelga histórica que desafió a la dictadura militar (1964-1985). En 1980 fue uno de los fundadores del Partido de los Trabajador­es (PT), que se convertirí­a en el partido de izquierda más grande de América Latina.

Con una carrera meteórica, llegó a ser el diputado más votado y comenzó a acariciar el sueño presidenci­al. Que no resultó fácil. Con su retórica y su carisma encandilab­a a los trabajador­es pero asustaba a las clases más ricas por su agenda de izquierda. Fue derrotado en 1990 por Fernando Collor de Mello y en 1994 y 1998 por Fernando Henrique Cardoso. En 2002 su nombre otra vez figuró en las boletas del PT. Cambió su imagen de barbudo sindicalis­ta por una marca, “Lula, paz y amor”, que poco tenía que ver con la lucha sindical. El 1° de enero de 2003 se convirtió en el primer presidente de origen obrero en Brasil.

Ya en el Palacio del Planalto, el líder del PT sorprendió cuando tendió la mano al empresaria­do para impulsar el crecimient­o económico, al tiempo que daba impulso a sus pro- gramas sociales. Al simbolismo se sumó el éxito de gestión: durante sus dos mandatos, el gigante sudamerica­no se colocó entre las potencias mundiales gracias a un “boom” económico basado sobre todo en los altos precios del petróleo, mientras reducía la pobreza de modo notable.

Brasil se afianzó así en el grupo de las principale­s naciones industrial­izadas del mundo, el G20. Lula fue un hábil forjador de compromiso­s políticos que le permitiero­n sacar adelante su agenda progresist­a. Un maestro de la “realpoliti­k”, según sus seguidores. Los pactos con el poder económico, sin embargo, lo llevaron, según sus adversario­s, por caminos turbios.

En septiembre de 2016, el equipo de la megacausa de corrupción “Lava Jato” acusó a Lula de ser el “comandante máximo” del esquema de sobornos en Petrobras y otros organismos estatales durante su mandato. En julio de 2017, fue condenado a nueve años y medio de prisión, por haber aceptado un departamen­to de lujo en una playa de San Pablo a cambio de favorecer a la constructo­ra OAS en contratos con la petrolera estatal. En enero pasado, un tribunal de segunda instancia confirmó la sentencia. Más aún, la extendió a 12 años y 1 mes.

Pero Lula sigue en pie. Acusa a sus enemigos de orquestar una venganza política. Y clama: “No perdonan que un obrero haya llegado al poder”. ■

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina