Clarín

Libre y ecléctico, el renovado enfoque de la Colección Klemm

Una muestra actualiza la mirada del artista pop y reúne obras de Chagall, Berni, Koons y Warhol, entre otros.

- Julia Villaro

Artista, coleccioni­sta y sobre todo performer de su propia vida, Federico Klemm fue sin duda una de las figuras más mediáticas del mundo del arte argentino. Su caso es uno de esos en los que separar vida y obra no sólo es difícil, sino innecesari­o. Es por eso que la Fundación que en 1992 concibió para albergar y hacer visible su colección de alrededor de 500 obras de los más disímiles artistas –desde Joseph Beuys hasta Jeff Koons, de Antonio Berni a Andy Warhol-, aquella que reunió con caprichoso esmero y hasta el más mínimo detalle, es su obra más acabada.

La colección reabrió sus puertas para ofrecer al público una nueva lectura de sus piezas. En sintonía directa con el espíritu de su creador, este nuevo guión curatorial, diseñado por Guadalupe Chirotarra­b y Federico Baeza, resulta una experienci­a en sí misma, que permite al mismo tiempo que disfrutar de uno de los conjuntos más exquisitos de arte contemporá­neo que se puedan ver en Buenos Aires, vislumbrar, detrás de cada uno de esos objetos, la figura de Klemm, y su particular mirada.

“Queríamos rescatar el contenido con todo su eclecticis­mo”, explica Chirotarra­b en medio de una sala de osadas paredes rosa.

En ese rescate se cifra la clave del éxito: sin cronología­s ni definicion­es objetivas que organicen el recorrido, cada sala se encuentra inspirada en diversas cuestiones alrededor del hecho artístico que resultaron interesant­es para el propio Federico; aquellas que solía compartir con el público desde su programa de televisión El banquete telemático.

Esa libertad (la de Klemm y la de sus rigurosos lectores, Chirotarra­b y Baeza) ha permitido resolver problemas de “convivenci­a” que en otros contextos hubieran resultado imposibles: insospecha­damente hacen ahora sinergia la acidez del francés Christo con el existencia­lismo espacial de Lucio Fontana, y el decadente trasfondo del arte que retrata Nan Goldin no fricciona con el austero espíritu de Beuys.

“Set, decorado, ambientaci­ón son algunos términos útiles para pensar la curaduría de esta muestra”, define el equipo Chirotarra­b-Baeza.

Cada una de las seis salas está organizada en núcleos temáticos (el cuerpo, el teatro, la ficción y el coleccioni­smo son algunas de las palabras que funcionan como fetiche) y construye una atmósfera particular.

La idea de “lo mediático” ocupa un espacio importante en el discurso de la exposición, y por eso no resulta casual que ingresemos al espacio por una sa- la que replica el Salón Venecia de la propia casa de Klemm, cuya figura ha trascendid­o en los medios de comunicaci­ón y entre el gran público con mucha más fuerza que su propia obra.

En la sala tres, El amor al arte, el gesto del coleccioni­sta, las pequeñas y hermosas pinturas de Chagall, Magritte, Tanguy, Xul Solar y Man Ray se suspenden desde el techo generando una disposició­n regular que evoca la forma en que las obras de arte se organizaba­n, allá por los siglos XV y XVI, en los gabinetes de curiosidad­es o las primeras pinacoteca­s de coleccioni­stas (mientras sobre la pared del fondo, las sombras generadas por los cuadros dan un tinte surrealist­a a la escena).

En Teatros, mitos y lirismo las obras de Mildred Burton, Oscar Bony y Guillermo Kuitca, entre otros, parecen sumergidas en el azul onírico de sus paredes. Ubicada en el umbral que conecta ambas salas, la Venus de Yves Klein funciona como una bisagra que permite articular ambos espacios. Al fondo espera Imagen de una imagen. Consumo, simulacro, trama, donde convergen serigrafía­s de Warhol con el laberinto plateado de Edgardo Giménez, y las pinturas de Marta Minujín, Nicolás García Uriburu y Ad Minoliti.

Uno de los hallazgos de la nueva lectura es el hecho de que las salas sean espacios abiertos, visual y conceptual­mente. Parados en distintos puntos del recorrido podemos establecer nuevas, sintéticas lecturas, entre las obras de los distintos núcleos y las ideas que disparan: los espacios parecen abrirse unos a otros. Del mismo modo podemos encontrar autores y obras que se reiteran, en los diversos núcleos. Tal es el caso del “portfolio del pop”, integrado por serigrafía­s de distintos creadores (Roy Litchestei­n, James Rosenquist, Warhol) abierto y desplegado en las distintas salas. También vale destacar el deliberado deseo de incluir en el recorrido a algunos autores incorporad­os a la colección recienteme­nte, a través de los Premios (como la mencionada Minoliti y Max Gómez Canle) y de excluir de este relato otros significat­ivos baluartes de la colección, como las pinturas pertenecie­ntes a la Transvangu­ardia italiana o la Nueva Figuración.

En ambos casos se trata de obras que probableme­nte no se correspond­erían con el relato propuesto por los curadores, centrado en la figura de Klemm como ícono del pop y del arte mediático de los 90.

Decidir entonces, aceptar que todo relato tiene fisuras, o elementos que no cuadran, y no intentar forzar vínculos imposibles, no resulta una debilidad del guión, sino una fortaleza. Habrá tiempo en un futuro para integrar esas obras en otra posible lectura del acervo. Si algo queda claro después de la experienci­a de recorrer estas salas, es que todo es versátil abierto, y eclécticam­ente posible, en el universo Federico. ■

La idea de “lo mediático” ocupa un espacio relevante en el discurso de la exposición.

 ?? GENTILEZA ?? Seis salas. Aquí, cuerpos del artista John De Andrea rodeados por un traje de Joseph Beuys y fotos de Jeff Koons y Marcos López.
GENTILEZA Seis salas. Aquí, cuerpos del artista John De Andrea rodeados por un traje de Joseph Beuys y fotos de Jeff Koons y Marcos López.
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Atmósfera. Piezas de Man Ray y Warhol en un marco de azul onírico.

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