Una sociedad artística que va más allá del apellido
Se trata de un encuentro que trasciende el parentesco para convertirse en un diálogo de una sensibilidad musical y un melodismo profundo. El contrabajo de Horacio Fumero y el piano de su hija Lucía, ambos radicados en Barcelona, encuentran allí su espacio para desarrollar diferentes historias, enmarcadas por elementos del jazz y la música popular.
De paso por Buenos Aires, en Varela Varelita, un típico bar porteño en Palermo, los Fumero, que tocan hoy en Virasoro, con el trompetista Mariano Loiácono, el sábado en Rosario y el domingo en la Usina del Arte, recuerdan el comienzo del dúo.
“Empezamos a juntarnos a tocar sin ningún plan específico. Lucía había vuelto a Barcelona después de seis años de estudiar en Rotterdam y nos poníamos a tocar algunos temas. Además, somos vecinos. Un día comenté en el club Jamboree que esta- ba haciendo un dúo con el ella, y nos invitaron a tocar”, cuenta el músico.
“Fue en 2013, y la sensación que pervive en mí es de nervios, pero también de mucha alegría, pues había mucha gente amiga y familiares en la audiencia”, dice Lucía, cuya formación tiene una clara orientación hacia la World Music. “Estudié en un conservatorio donde se estudia música india, brasileña, cubana, tango (el director de la cátedra es Gustavo Beytelmann); eso te permite conectar con esos mundos y te dan un amplio vocabulario musical”, agrega.
Horacio Fumero hizo su carrera en Europa; viajó en 1973 con Gato Barbieri a Montreux y no regresó. En 1983 se radicó en Barcelona, y uno de sus primeros trabajos fue en el trío del pianista catalán Tete Montoliu. También tocó con Freddie Hubbard, Johnny Griffin y Harry Edison, entre otros. Lideró o participó en más de cincuenta proyectos discográficos y es considerado uno de los mayores contrabajistas en España.
“Aquel concierto en el Jamboree me tenía asustado porque me preguntaba si seríamos capaces de olvidarnos de que somos padre e hija. Yo tenía clara su musicalidad, pero teníamos que lograr ser dos músicos en el escenario y que no apareciera nuestro vínculo padre-hija. ‘Si aparece -me decía- se jode el invento…’ Pero no apareció”, vuelve Horacio a aquella noche en el club catalán.
“Lo hablamos mucho, y él me decía: ‘Jamás voy a hacerte la putada de ponerte en un sitio para el que no estás preparada’. Y eso me da tranquilidad y ayuda a mi seguridad. Estoy tocando con uno de los mejores músicos de España, y eso es tener mucha suerte”, sonríe Lucía.
Para sus conciertos programados en Buenos Aires y Rosario, el dúo res-
catará unas composiciones de Ellington que armaron a la manera de una suite, algo de Bill Evans y temas compuestos por el contrabajista. “Los pri- meros ensayos tocamos temas del pianista Horace Silver, que tiene ese tono latino para tocar y componer que nos gusta a los dos. Fuimos haciendo pequeños arreglos a esos temas hasta que los sentimos como propios”, dice Horacio.
Quien trabaja más en el tema arreglos es Lucía. “Pero no los escribimos; son de cabeza, y también son una forma de compartir esa sensación de estar construyendo desde los arreglos una forma compartida de mirar la música”, concluye la pianista. ■