Clarín

Por qué no me gustan los turistas

- Roberto Pettinato

Nunca entendí por qué los turistas se visten como turistas. ¡Parece que fueran a cazar a un lago! Y por otro lado, ¿a qué vienen a Buenos Aires? ¿Qué hay en nuestra ciudad que nosotros no podemos ver, admirar y resaltar? A veces me dan pena verlos en malón, esperando un semáforo o mirando dos estatuas de corredores de autos en La Biela, para terminar en el Cementerio posando al lado de “bellezas arquitectó­nicas” que no son otra cosa que fucking tumbas. ¡Nichos y feo olor!

Y todos tienen ese gesto que te dice: “No como nada que pueda tener hijos” y van con su vegetarian­ismo de un barrio al otro para desembocar en Caminito, ese bello enjambre de latas de galletas pintadas como a quien le faltó rojo y la siguió de verde.

No creo en el turismo. No creo que salve un país como el nuestro y menos creo que con ese dinero se haga algo. “¡Oh, sí, con el deshielo del Moreno y la llegada de las ballenas terminamos 40 escuelas rurales! Ah, y con lo que sobró erradicamo­s el sarampión”. ¿Cuándo escucharon eso? Nunca.

¡Y esos buses doble piso imitación de Londres, que te dan fobia porque al doblar en la esquina es probable que termines con dos coreanos y un alemán en tu cabeza!

Y encima hacen el mismo recorrido que dije al comienzo, pero le sacan fotos a las puntas de la cripta, la punta de Canal 7 y a la mitad del Obelisco.

El otro día vino un amigo con su novia paquistaní y se compró una guitarrita que creyó era de estas tierras y resultó ser cubana.

¿No tenemos acaso la idea al verlos pasar de que son una pequeña aula de seres perdidos que están siendo estafados desde que pisaron Ezeiza?

¿Quieren algo más irritante que verlos desplegand­o mapas y preguntand­o por Callao y Las Heras? Yo siempre les digo: “No vayan, no hay nada ahí. Sólo la comisaría 17”. Yo los llevaría a una fiesta privada en un departamen­to en un piso 23 de Puerto Madero y que se levanten tarde. Después, les cuento cómo se maneja Tinder acá, los barrios en donde viven los narcos. Y les muestro una foto del cajón de Evita, otra de Perón (aclarándol­es que le robaron las manos) y la Plaza de Mayo. Y ahí sí les cuento la historia de De la Rúa, así sacan fotos al techo de la Casa Rosada. Más tarde, les doy una billetera de carpincho a cada uno que diga “Recuerdo de Argentina” y lo más importante de todo: la colección de Esta es mi villa y En el camino. Si me preguntan por el resto, les digo: “Miren, en este país todo, absolutame­nte todo, pasa en la televisión. Los programas de interés van de 13 a 19 y, si estamos con tiempo, los paro en las vallas de Comodoro Py y les cuento Las mil y una noches de todos los gobiernos pasados y por venir.

Si el plan no es del agrado del paquete turístico, les agrego el teléfono de Di Zeo y hasta puede que vivan una aventura como Ragnar en Vikingos, pero en bermudas y camisas caqui de 20 bolsillos. Jajaja.

Les digo algo: el único turismo que existe es el planeado en la ciudad de Nueva York: la diseñaron para que camines sin saber adónde vas, pases mil veces por los mismos sitios y jamás lo recuerdes, hasta el próximo viaje en el que harás exactament­e lo mismo. ¡Y más aún: mirarás el mapa una y otra vez, preguntánd­ote cómo es que Manhattan es tan pequeña! Mientras te repetís : “¡No puede ser! ¿Acá ya estuvimos? ¡No, no, e sto no estaba! ¡Sí! Acá a la vuelta hay un Burger. ¡Opppss! No no era acá a la vuelta. ¡Es en la otra!”

Bueno, disculpen por todo lo que dije. Pido perdón. Me dejé llevar por... ehhh... Digo: ¡Me dejé enceguecer por el rating!

Jajajaja. ■

“¡Esos buses doble piso, imitación Londres, te dan fobia porque podés terminar con un alemán en tu cabeza!”

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