Clarín

Corrupción, antes que proscripci­ón

- Ricardo Kirschbaum

Lula asoció a Michel Temer, jefe del Partido del Movimiento Democrátic­o Brasileño, porque necesitaba esos votos para que ganara Dilma, que iría a enfrentar la crisis económica que Lula le dejaba heredada. Cristina se resignó a Scioli, que en teoría le daría votos extra a los que suponía ya propios y más que suficiente­s para ganar. Scioli heredaría la crisis que el kirchneris­mo dejó. Carlos Zannini, que integraba como vice el ticket kirchneris­ta, estaba en el banco por si su compañero de fórmula derrapaba o lo hacían morder la banquina para que se vaya. La diferencia: Temer tomó el poder luego de que Dilma fue destituida; Scioli perdió con Macri las elecciones de 2015.

Ahora, Lula, tras el ajustado fallo del Supe- rior Tribunal de Justicia, quedará preso por corrupción. Seguirá siendo el candidato del Partido de los Trabajador­es para las elecciones de octubre en las que iba primero en las encuestas.

Luego de la decisión judicial, se ha planteado la prisión de Lula como proscripci­ón política. Es decir que los dos fallos anteriores adversos al ex presidente brasileño y el que le siguió del máximo nivel son considerad­os actos proscripti­vos y no punición de un delito.

Cristina Kirchner acusó ayer a las “élites del poder” de utilizar el aparato judicial para dejar fuera de carrera a Lula. Nunca una prohibició­n política tiene buenas consecuenc­ias. No la tuvo con Perón y el peronismo en la Argentina: fue aquí un factor de inestabili­dad, violencia e injusticia.

La historia no se repite automática­mente ni los casos son asimilable­s, aun cuando se intente forzadamen­te hacerlo. Ocurre que en Brasil el grado de fragmentac­ión política y la ausencia de liderazgos, más allá del de Lula, crea una situación en la que es posible la aparición de fenómenos como Jair Bolsonaro, un

Catorce años en el poder estuvieron Lula y Dilma: Temer, que llegó con ellos, sigue gobernando

ultraderec­hista, homofóbico, que reúne por ahora el 16% de las adhesiones para octubre, según las encuestas. Bolsonaro es un oportunist­a peligroso que aprovecha la ventana que abrieron los que decidieron aceptar las “propinas”, como se llama en Brasil a las coimas.

El contexto de esta situación es la corrup- ción que es sistémica y que alcanza a casi todos los protagonis­tas políticos brasileños.

Los seguidores de Lula prefieren creer que todo es un invento político destinado a dinamitar su candidatur­a. Pero para llegar a Lula, la investigac­ión fue avanzando hasta el hueso, con la colaboraci­ón de los empresario­s in- volucrados en los delitos. El fondo es la crisis económica.

El ingreso de Lula a la cárcel no termina con su candidatur­a pero su partido debe tener un plan alternativ­o. En agosto la Justicia Electoral terminará con su postulació­n utilizando, paradójica­mente, una ley promulgada durante la gestión del dirigente petista: ficha limpia (sin prontuario delictivo para los candidatos).

Lula gobernó ocho años y Dilma seis: catorce años en el poder. Después sigue Temer, que llegó aliado a Dilma. Para parafrasea­r a Agustín Rossi: no fueron un “accidente histórico”. En ese largo período en el poder la crisis obligó inclusive a Dilma a remedios ortodoxos para corregir los fuertes desvíos de la gestión anterior. Entonces, antes de hablar de “proscripci­ón” y de denunciar a las “élites del poder” hay que identifica­r las causas profundas que provocaron este terremoto. Entonces hay que hablar y mucho de “corrupción” que es lo que se quiere negar, ocultar o justificar.

Los graves problemas políticos que sacuden a Brasil los deben resolver la política en democracia, sin aventurero­s ni fascistas.

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