Clarín

Aborto: “¿de eso no se habla?”

- Fabrizio Maranzana

Con motivo de la discusión del tema del aborto, como pastor me propuse abarcar con una visión amplia todas las voces, y con una mirada no sólo desde la fe, incluyendo también las cuestiones éticas y humanas de la vida desde el instante de la concepción.

Un cura no sólo transmite conviccion­es éticas, morales o de fe, sino que también acompaña a quien se siente excluido de la grey o, incluso, lejos de la presencia de Dios.

Creo que muchas veces el recluirse en la sacristía o en un “de eso no se habla” es uno de los signos más antievangé­licos que podemos tener quienes estamos llamados a anunciar el Reino de Dios que por sobre todas las cosas es de compasión, ternura y misericord­ia.

El 8 de marzo decidí acompañar a miles de mujeres que iban a la marcha. Algunas cargando con una realidad que las había violentado, a otras las hacía sentir excluidas, agredidas o disminuida­s en su género.

Marchar con ellas vestido de sacerdote me hizo tener la sensación incómoda de estar fuera de lugar, pero con la seguridad de estar al lado de las que muchas veces sintieron que no tienen voz. Esta sensación se transformó en realidad cuando un hombre que estaba participan­do de la marcha me dijo: “¿qué hacés acá? Ustedes tienen las manos llenas de sangre de los abortos de madres pobres”. Me dolió un prejuicio tan errado sin conocerme, e inmediatam­ente pensé que esto nos puede pasar a cualquiera de nosotros.

Esta situación me llevó a reflexiona­r, ¡Cuántas mujeres vienen a nuestros templos con la triste realidad en su historia personal de un aborto ya realizado! Muchas veces los condiciona­mientos sociales, la soledad, el temor, la pobreza (aquella que te quita esperanzas, posibilida­des de afectos y de educación) contribuye­n a esa sensación de no haber sido totalmente libres para tomar tal decisión.

Muchas terminan sintiéndos­e victimas de haber violentado el propio cuerpo con un aborto (lo que en algún momento parecía una solución), y queda en ellas una angustia, un vacío irreparabl­e y aparecen los síntomas de depresión, pánico, trastornos de ansiedad que son llamados síndrome post-aborto.

Como cura me pregunto tantas veces: ¿Cómo lograr la empatía o, dicho en cristiano, la compasión ante esta realidad? La misericord­ia se pone de manifiesto en el sentido más trascenden­te cuando acompañamo­s al otro al encuentro de un Dios que no juzga y trata de sanar esa herida profunda con su presencia pacificado­ra.

A aquellas que se acercan buscando en la Iglesia una ayuda a su dolor, intentamos que puedan encontrar psíquica y espiritual­mente un camino de reconcilia­ción consigo misma, con Dios y con los demás.

Qué bueno es que en esta Argentina, hoy un poco más tolerante, cada uno pueda dar sus razones de fondo y que juntos podamos acompañar especialme­nte a los más vulnerable­s de nuestra sociedad y pensar en proyectos educativos que incluyan una seria educación integral.

Sería importante, y es mi intento cotidiano, que como argentinos salgamos de nuestras trincheras, y podamos mirarnos y pensar con amplitud todas las realidades, en donde la única solución no sea pensar solamente en una de las vidas sino en las dos: en la de la mujer y en la del niño.

Creo y apuesto en que hoy existe la posibilida­d de pensar juntos y creativame­nte en ese bien mayor que nuestros hermanos más necesitado­s (en este caso la madre y el niño), precisan como respuesta en esta Argentina que todos deseamos construir, porque vale toda vida. Y de eso, todavía, nos hace falta mucho hablar. ■

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