Clarín

“El pueblo no siempre tiene la verdad”

El actor vuelve al Complejo Teatral San Martín después de treinta años, con la obra “Un enemigo del pueblo”. Aquí analiza su personaje y compara el vínculo y la comunicaci­ón que tuvo con sus abuelos con el que mantiene con sus nietos.

- Juan José Santillán jsantillan@clarin.com Y no es así.

A último momento se le armó una especie de cuello de botella entre los últimos ensayos de Un enemigo del pueblo y las grabacione­s de la serie La caída, con Claudia Lapacó y Julieta Díaz, que se verá pronto en Canal 7. No es ansiedad ante un estreno ni hartazgo de ir y venir, lo que hay en los ojos de Juan Leyrado esta tarde que termina y va filtrándos­e en los camarines del teatro Regio, en Villa Crespo es cierto agotamient­o. “Hay dos cosas contradict­orias. Por un lado, tengo una excitación que está muy bien para el estreno del viernes próximo, y por otro aparece el cansancio por tanta cosa junta. Por momentos atiendo al cansancio; por otros, a la felicidad de trabajar en las cosas que me gustan”, dice.

Leyrado tiene un camarín espartano, con apenas dos sillas y un espejo grande. Todas las paredes están manchadas en este espacio circunstan­cial que cobijará al actor el tiempo que dura una temporada en el teatro oficial. Son dos meses y medio. A veces, un poco más. Hace treinta años que Leyrado no participa en una producción del Complejo Teatral de Buenos Aires (CTBA). Lo último había sido su protagónic­o en El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina. Teatro en verso puro y duro, en una versión dirigida por el español Adolfo Marsillach, que se estrenó en 1988 en Europa, y que después hizo una temporada en la sala Martín Coronado del San Martín (ver recuadro Un vínculo que...).

Ahora será el Doctor Thomas Stockmann, protagonis­ta del drama de Ibsen. Su personaje discute con todo el pueblo en el que vive, cuando se niega a que se concrete un emprendimi­ento turístico que dará bastante dinero, pero que dañará la salud de todos. El agravante es que su hermano es el alcalde del pueblo, y también se pone en su contra. -¿Qué te recordás de esa despedida de un teatro oficial hace treinta años haciendo una obra en verso? -La estrenamos en el Festival de Teatro Clásico, en Almagro (España). Era un argentino haciendo teatro en verso. ¡Imaginate! Me costó. La función fue al aire libre, con las casas muy cerca de donde actuábamos. Lo primero que hice fue mirar para arriba y vi a dos señoras asomadas a la ventana. Estaban vestidas de negro, en esas casas blancas típicas en los pueblitos españoles. Mi abuela era española, y de golpe, en esas señoras vi su cara. Se me hizo un blanco, lo remonté y tuve una experienci­a impresiona­nte: me acordé de toda la obra en verso, y cuando llevaba dos horas hablando así, seguía con el pensamient­o paralelo de ver a mi abuela mirándome. Y no entré en pánico. Traté de dialogar con eso. Finalmente, la obra la hicimos en la sala Martín Coronado del San Martín. Eso era hermoso, aunque nunca me interesó ser del elenco estable, que todavía existía. -¿Qué te propone este encuentro con Ibsen y tu personaje, Stockmann?

-Valoro mucho que hayan producido esta obra, porque creo en la independen­cia del actor, pero siempre es necesario que el Estado apoye la cultura teatral. Nuestra versión de Un enemigo... se enfocó en el vínculo de mi personaje con el hermano, el intendente del pueblo, que quiere instalar unas termas. Si uno mira profundame­nte, podría existir cualquier tema y los hermanos se seguirían peleando.

-La obra discutió en su época la noción de democracia. Ahora que se habla de posdemocra­cia, ¿evaluás el espectácul­o desde ese lugar?

-Sí. En este caso, el Doctor Stockmann defiende una idea de conocimien­to. ¿Cómo puede ser que una persona esté calificada para votar si ni siquiera leyó la Constituci­ón? No se trata de una diferencia entre distintas clases sociales, sino de pensamient­o. ¿Cómo puede ser que alguien vote sin tener una idea de lo que se trata un programa de gobierno? ¿Qué está votando? Sólo lo que escucha, lo que le dicen, y con eso cree que está eligiendo. Eso es una mentira que conviene siempre al poder. Enseguida, a mi personaje le dicen eso de que “el pueblo siem- pre tiene la razón”.

-¿Compartís esa mirada?

-Lo trabajo para compartirl­o, porque no tenemos que ser necios. ¿Cómo que “el pueblo nunca se equivoca y tiene la verdad”? El pueblo se equivoca y no siempre tiene la verdad. Stockmann dice que la verdad la tienen algunos seres pensantes. Y ahí ya se mete en un quilombo. Se pasa. -¿Pensás que el teatro sigue siendo una zona de pensamient­o para el espectador?

-Sí, depende de lo que estés viendo. Cuando hacía mi último unipersona­l ( El elogio de la risa) veía que en los apagones, entre escena y escena, encendían los celulares, y pensaba: ¿Qué se estarán perdiendo? ¿Qué es tan urgente que no pueden parar de mirar las pantallas? También creo que la gente no quiere todo servido. Por eso no van a desaparece­r nunca el teatro ni el bife de chorizo, aunque exista la hamburgues­a. Se valora siempre poder saborear algo. -¿Cómo le transferís a tus nietos, “nativos digitales”, la condición artesanal de tu trabajo?

-Tengo tres, y están a full con la tecnología. Primero, entro en su mundo, les pido que me enseñen a usar el celular y cuando me abrieron las puertas, les cuento el mío. La semana pasada fui a Pinamar con la familia, y mi nieto, que tiene siete años, estuvo todo el día viendo algo en el celular. Y en medio de la noche, me visitó: “Abuelo, no puedo dormir. Estoy soñando con vampiros”. Lo abracé, y me dijo: “Charlemos”. Me acordé cuando mis abuelos me hablaban, le conté de los sueños y se durmió. Hay que entrar al mundo de los niños. Si uno se recuerda siendo chico, nuestros pa- dres nos amaban, pero no entraban en nuestro mundo, y uno, jugando con figuritas y cochecitos, se aislaba. Estar aislado no era distinto antes con una figurita que ahora con un celular.

-Al comienzo hablabas de la función en Almagro, y de la mirada posible de tu abuela desde una ventana. ¿Qué te sucede cuando actuás y te miran tus nietos?

-Ellos ven todo lo que hago, y es hermoso. Tal vez lo que le pedía a mi abuela esa función era que me acompañara, porque ella no se metió conmigo. En invierno me abrigaba, no porque hacia frío, sino porque era invierno. Me cuidaba, y ésa era la forma que tenía de amarme, pero no escuchaba qué quería como niño. Tal vez a mi abuela, allá en España, hace treinta años, le dije: “¿Me podés ayudar un poquito ahora, que es el estreno en Almagro?”. En esa imagen ella me observaba, nada más.

-Y eso era un montón de cosas...

-Un montonazo, su mirada y la de mis padres fue lo que me mantuvo vivo y me hizo amar siempre a mi familia. Ahora con mis nietos siento que estoy reparando algo: los escucho, les hablo. Juego mucho, me pongo a su altura física, voy al piso y me reencuentr­o con una parte mía donde soy feliz. ■

La gente no quiere todo servido. Por eso no van a desaparece­r nunca el teatro ni el bife de chorizo, aunque exista la hamburgues­a”.

 ?? MARTÍN BONETTO ?? El oficio de actuar y pensar. Leyrado asegura que el teatro sigue siendo una zona de pensamient­o para el espectador. Aunque, aclara, “depende de lo que estés viendo”.
MARTÍN BONETTO El oficio de actuar y pensar. Leyrado asegura que el teatro sigue siendo una zona de pensamient­o para el espectador. Aunque, aclara, “depende de lo que estés viendo”.

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