Los árboles mitológicos del Botánico
Una leyenda de la etnia chorote, del norte argentino, de Bolivia y de Paraguay, cuenta que la panza de un ejemplar descomunal de palo borracho, ubicado en el centro del mundo, contenía las aguas del río Pilcomayo con sus peces hasta que los liberó Kijwel, un ser antropomorfo y un seductor empedernido. Un donjuán. Según ese relato, Kijwel se fue a comer pescado sin cerrar la “tapa” de semejante espacio y el agua se desbordó, con los peces. También se dice que Kijwel se ponía espinillas para simular pechos, “disfrazarse de mujer y acostarse junto a las jóvenes sin despertar sospechas”.
Las historias son así: pícaras, asombrosas y, a veces, escabrosas. Pero no son las únicas razones por las que vale la pena recorrer El sendero de la espiritualidad que organizó el Jardín Botánico de Palermo, sobre la base de trabajos del antropólogo Gustavo Scarpa.
“Un jardín botánico cuida plantas -explica a Clarín su directora, la ingeniera agrónoma Graciela Barreiro-. Muchos se preguntan para qué: un motivo clave es que no desaparezca ninguna especie. También hay gente que se cuestiona la importancia de que no desaparezcan las especies: ‘A fin de cuentas, si no hay un árbol, habrá otro’... Pero cada una cuenta con información que, en general, no conocemos acabadamente. Y hablamos de estructuras complejas que, entre otras cosas, nos permiten respirar... Además, toda etnia, todo pueblo, tuvo o tiene respeto y amor por las de su entorno e incluso encontró en ellas la materialización de dioses y seres protectores o maléficos. El circuito etnobotánico muestra unas pocas consideradas sagradas o rituales, con la certeza de que, al hacerlo, transmitimos parte del conocimiento ancestral y aseguramos su supervivencia”.
En realidad, no hace falta más que el Botánico para disfrutar del Botánico. El inmenso paisajista francés Carlos Thays empezó a crearlo en 1892 para preservar, educar y -justamente- pasarla bien. En 7 hectáreas, conviven unas 1.500 especies vegetales; un jardín romano, uno francés y otro de mariposas; 28 esculturas que forman un museo a cielo abierto; estanques y puentecitos, e incubadoras de plantas en extinción.
De modo que con el Botánico a secas, sobra. Pero las 9 especies de El sendero de la espiritualidad -floripondio, sacha-rosa, cháguar, sombra de toro, mistol, ceibo de Jujuy, guayacán y cebil, además del palo borracho- reconstruyen fragmentos de visiones del universo distintas y abren la posibilidad de mirarlo casi como si no lo conociéramos. Nada menos.
Ojo. Sobre este recorrido, en el Botánico advierten: “Todas las especies son tóxicas o venenosas. No pueden tocarse ni ingerirse. Miralas a la distancia, sin pisar los canteros”. ■
El Botánico está en Santa Fe 3951. De martes a viernes de 8 a 18.45 y sábados, domingos y feriados desde las 9.30. Más información en su web.