Clarín

El paso del tiempo explicado a una perrita

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Tuve que explicarle a Lola, mi perrita beagle de diez años, una señora ya mayor digamos, que lo que te pasa es normal, deberías saberlo. Se llama celo. Está destinado a perpetuar la espe- cie y es lo que te pone esos aires de casquivana verbenera, arrogante y lujuriosa, que mira con igual codicia a caniches y dogos, maduros y cachorros, da igual. Quién te ha visto y quién te ve, Lola, en plena madurez, con esa mirada melancólic­a con la que despedís cada atardecer, como si algo valioso se te hubiese perdido en el camino.

A los humanos, chiquilla, nos pasa algo parecido y con matices. No es celo, pero nos aterra el paso del tiempo, que es lo único que el hombre no ha podido manejar desde que pisó el planeta; el paso del tiempo y el deterioro que presupone transitarl­o, un deterioro por goteo, a veces piadoso, siempre implacable. Pugnamos por detener el tiempo, perrita, por atesorar, no digo mucho, pero algunas migas de aquella juventud que también nos vio arrogantes y melancólic­os. Lo tuyo es más frontal, Lola, hay que reconocerl­o; y mejor no me hagas recordar tus devaneos lascivos ante cualquier cuzco que cruce el horizonte. Se me ocurre pensar que acaso tengas alguna deuda pendiente con tu vida petisa y, espero, feliz. Te recuerdo lo que nuestro amigo español, más amigo tuyo que mío, el gran Antonio Gala, suele decir a quien quiera escucharlo: la vida no es ni buena, ni mala, ni justa, ni injusta, ni cruel, ni generosa: la vida es única.

Aquí tenés algo para pensar esta tarde, a la caída del sol y antes de que el celo te deje en paz. Hasta tanto, pies de plomo, Lola: estas noches soñás mucho. Y hablás en sueños.

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