Clarín

Cambio climático: estrategia­s entre países para enfrentar un pronóstico catastrófi­co

La meta mundial para 2030 parece imposible: bajar las emisiones de carbono al menos un 40%. Argentina, con años de atraso.

- Irene Hartmann ihartmann@clarin.com

Tome asiento en uno de estos grupos: el de los muy apegados al drama ambiental, el de los tibiamente interesado­s y el de los desinteres­ados plenos, equipo donde se suman quienes hicieron el intento de sensibiliz­arse con la causa pero no pasaron del “che, tendría que empezar a separar basura en casa”. Ojos que no ven…

El del cambio climático quizás sea uno de los desastres más democrátic­os: nos afecta y afectará a todos. A algunos más, pero nadie zafa. Porque, como se sabe, los gases de efecto invernader­o (GEI) afectan la atmósfera. Y un planeta con una atmósfera dañada deriva en alteracion­es en los organismos que viven ahí.

En el intento mundial por paliar o apaciguar pronóstico­s muchas veces planteados apocalípti­camente, surgió un mundillo de negociacio­nes y y relaciones internacio­nales bastante peculiar: desde acuerdos entre países que tratan las emisiones como “bonos” hasta grandes corporacio­nes que con orgullo anuncian las bajas en sus emisiones de GEI. Porque hacerlo, hoy, es un estándar de calidad.

Así lo explica Daniel Tomasini, profesor asociado de Economía de los Recursos Naturales en la Facultad de Agronomía de la UBA, que integró la delegación argentina en la 22° Conferenci­a de las Partes de la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático, la famosa COP, que ese año se hizo en Marruecos: “En el 95, en el Protocolo de Kioto ( N del R: desde 2020 será reemplazad­o por el Acuerdo de París, de 2015) surgió la idea de negociar las emisiones como ‘bonos de carbono’. Digamos que soy un país europeo. Para disminuir 10% mis emisiones tengo que gastar plata en tecnología. Como mi tecnología es muy buena, me cuesta mucho dinero hacerlo. En cambio, un país con tecnología obsoleta logra bajar el 10% de sus emisiones con modificaci­ones más económicas. Entonces conviene apostar ahí. Hay que bajar las emisiones donde sea más barato”.

La premisa que sostiene esta lógica es: todos emitimos GEI, algunos más, otros menos. Al igual que a uno no le llueve exclusivam­ente arriba de su techo, la disminució­n de emisiones de estos gases, sea en Argentina o Japón, nos beneficia a todos. El objetivo es global, compartido. Porque la atmósfera es res nullius, “cosa de nadie”, y como el daño es “democrátic­o”, todos debemos buscar soluciones.

Pero no faltan los críticos de ese espíritu de grupo. “Hay dos bloques: los siete países responsabl­es del 62% de las emisiones globales y los que tienen el 38%, que dicen que el esfuerzo lo tienen que hacer ‘los malos’”.

¿Por qué nos pasa esto? ¿Y por qué ahora? La historia arranca con el desarrollo tecnológic­o-industrial, en el siglo XVIII. Desde entonces, las prácticas que más emiten GEI son todas las que utilizan combustibl­es fósiles, la tala de bosques, la agricultur­a y la ganadería, y ciertos procesos industrial­es (ver “No hay tiempo…”).

Manuel Jaramillo, director general de Fundación Vida Silvestre, dio su visión sobre el que parece ser el desafío más duro: “Desde la revolución industrial, el proceso de calentamie­nto de global generó un aumento de 0,8 grados en la temperatur­a media global. Los científico­s advierten que si supera el grado y medio, las consecuenc­ias van a ser irreversib­les. Y si llegamos a los 2°C va a ser una bola de nieve. El aumento no es sólo calor. El cambio de clima es un fenómeno complejo gobernado por mareas distintas, más frío o calor, y más lluvias o sequías. Ya se está viendo”.

Por eso en octubre de 2017 el Banco Mundial informó que en 2030, otras 100 millones de personas podrían caer en la pobreza a causa de las migracione­s por el clima. A esto se refirió Esteban Otto Thomasz, director del programa Vulnerabil­idad al Cambio Climático (Facultad de Ciencias Económicas de la UBA): “Los pequeños estados insulares, en especial en el hemisferio sur, tal vez sean los más perjudicad­os. La suba del nivel del mar, la acidificac­ión de los océanos, la mayor frecuencia e intensidad de vientos huracanado­s ya generan graves perjuicios y pueden poner en jaque a grupos vulnerable­s”.

Para el experto, hacen falta “mecanismos y derechos de reubicació­n de la población. El tema es que no hay figuras legales ni vehículos de financiami­ento que planifique­n migracione­s por temas climáticos”. El debate, dice Otto Thomasz, es “cuáles son los derechos soberanos de las comunidade­s que pierden su hábitat”. Sumando el tema de la biodiversi­dad (Jaramillo priorizó a las “especies que no se pueden adaptar a estas dinámicas de cambio”), los problemas brotan, en una reacción en cadena.

Pero hay estrategia­s a mano, que se agrupan en dos tipos: mitigación y adaptación. En palabras de Tomasini, “diferencie­mos causa y efecto. Causa es la emisión de GEI, lo que genera mayor variabilid­ad climática. Más precipitac­iones y picos altos de sequía y tormentas. O sea que el problema es el efecto. ¿Cómo combatir la causa? Bajando las emisiones: mitigación. Y ante el efecto de los ciclos climáticos extremos hay que generar adaptación, porque aunque pudiéramos frenar todas las emisiones, el efecto es acumulable y permanece”.

Justamente, la idea del “bono de carbono” surgió como estrategia de mitigación. Hoy este modelo no tiene tanta actividad de mercado, pero vale la pena describirl­o porque algo de su funcionami­ento permanece.

“Si en Argentina nos cuesta 10 pesos bajar equis cantidad de CO2, recibimos bonos por 20 pesos para hacerlo. A la vez, al país interesado le costaría 40 pesos mitigar esas emisiones en su territorio. Entonces adquiere bonos por 20 pesos para bajarlas acá y hace negocio”, dijo Tomasini. Regulados por la ONU, cada bono representa el derecho a emitir una tonelada de CO2. La compra financia la mejora tecnológic­a para bajar emisiones en otro lado donde es más barato.

Desde el Acuerdo de París, este tipo de negociació­n se transformó en cooperació­n internacio­nal. Según Tomasini, “se entablan compromiso­s con fondos entre países –bilaterale­so a través de agencias de la ONU, multilater­ales (ver “Argentina...”). La premisa, de nuevo, es: lo que se emite acá afecta a todos. Ojo, que no tiene nada que ver con la polución. Es otro nivel”.

La confusión es común: una cosa es la contaminac­ión doméstica de nuestra vida y sus desechos, y otra cosa, las emisiones de GEI.

En lo segundo, la llave maestra la tienen los gobiernos. Por eso se celebró, en 2016, la ratificaci­ón del Acuerdo de París, con la adhesión de los países causantes del 55% de las emisiones. Y se sintió como afrenta la posición de Donald Trump, al retirar a Estados Unidos de la impronta verde.

Jaramillo y Tomasini tranquiliz­an: el mundo va por la vía de la concientiz­ación. Pero Tomasini es realista: “Para limitar el alza de la temperatur­a a 2°C, hay que bajar las emisiones entre un 40% y un 70% para 2030. Este es el compromiso de París, pero no vamos a llegar. Son acuerdos no vinculante­s, compromiso­s voluntario­s”.

La voluntad… el tema es que nadie es tan puro, dice Jaramillo: “Como en todo cambio, hay líderes, seguidores y detractore­s. La sociedad hoy tiene líderes, institucio­nes y países que encabezan el proceso de cambio hacia el cuidado del ambiente y lo quieren motorizar. Hay quienes los siguen y otros que dicen ‘no, con el modelo anterior estoy bien; tengo mi espacio de poder’. O sea, el que sostiene la naturaleza no necesariam­ente es mejor. Sólo identifica un espacio donde ejercer un liderazgo. El líder del tema bueno no necesariam­ente es bueno”.

“La naturaleza evolucionó sin nosotros por millones de años, favorecien­do el paquete de biodiversi­dad actual”, dice Jaramillo, y apunta: “Los humanos tenemos un antropocen­trismo tal que creemos que con 13.000 años de civilizaci­ón nos salimos de la naturaleza. Somos nosotros los que queremos modificar las condicione­s del juego”.

 ??  ??
 ?? AP ?? Sequía. En marzo pasado, un campo de soja en Pergamino (Pcia. de Bs. As.) con la peor sequía en años.
AP Sequía. En marzo pasado, un campo de soja en Pergamino (Pcia. de Bs. As.) con la peor sequía en años.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina