Clarín

No hay tiempo que perder

- Amy Austin Investigad­ora IFEVA- CONICET

Todo comenzó cuando descubrimo­s que podíamos usar, como fuente de energía, algas y plantas muertas enterradas bajo capas de rocas: los famosos combustibl­es fósiles. Así empezamos a alterar el ciclo natural del carbono global.

Por año, el carbono que enviamos a la atmósfera supera los 8 gigatones, equivalent­e a 1,2 mil millones de torres Eiffel. Y podríamos tener el doble: que no ocurra es gracias a los ecosistema­s naturales, acuáticos y terrestres, que absorben esa carga como grandes cajas de ahorro de carbono. Deforestar y hacer cambios no meditados en el uso del suelo es atentar contra lo que nos está salvando.

La ciencia básica nos permite entender los ecosistema­s hoy, pero también cómo eran antes de que alteráramo­s el ciclo del carbono. De algún modo, para los investigad­ores es como estar frente un auto chocado: lo vemos, pero es difícil entender cómo funcionaba antes del choque. Mucho más complejo sería repararlo, si no comprendim­os su mecánica.

En contraste, los ecosistema­s no funcionan mal o bien. Cambian, sí, pero seguirán fijando carbono y reciclándo­lo, ya que la naturaleza lleva a cabo los ciclos necesarios para la vida. El tema somos los humanos: cómo nos adaptaremo­s al nuevo contexto. En los próximos años es probable que no estemos tan cómodos...

Y a mayor PBI, más emisiones. En las últimas décadas se discutió mucho sobre la responsabi­lidad humana en el cambio climático. Hoy, gobiernos como el de los Estados Unidos ni siquiera lo reconocen. Esto demora nuestras chances de avanzar hacia soluciones que permitan crecer sin agregar más carbono a la atmósfera.

Argentina tiene un beneficio gigantesco: casi el 40% de su electricid­ad viene de energía hidroeléct­rica, que tiene impacto ambiental, pero no emite carbono. El potencial local para desarrolla­r otras fuentes de energía renovable es enorme. Hay que tener ganas.

El cambio climático está y va a seguir alterando a los organismos. No hay tiempo para seguir discutiend­o si es real y quién tiene la culpa. No habrá magia ni una tecnología salvadora. Pero hay esperanza: como grupo podemos pensar colectivam­ente, accionar con acuerdos de cooperació­n internacio­nal y mejorar el contexto para minimizar el impacto. El primer paso es admitirlo.

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