No hay tiempo que perder
Todo comenzó cuando descubrimos que podíamos usar, como fuente de energía, algas y plantas muertas enterradas bajo capas de rocas: los famosos combustibles fósiles. Así empezamos a alterar el ciclo natural del carbono global.
Por año, el carbono que enviamos a la atmósfera supera los 8 gigatones, equivalente a 1,2 mil millones de torres Eiffel. Y podríamos tener el doble: que no ocurra es gracias a los ecosistemas naturales, acuáticos y terrestres, que absorben esa carga como grandes cajas de ahorro de carbono. Deforestar y hacer cambios no meditados en el uso del suelo es atentar contra lo que nos está salvando.
La ciencia básica nos permite entender los ecosistemas hoy, pero también cómo eran antes de que alteráramos el ciclo del carbono. De algún modo, para los investigadores es como estar frente un auto chocado: lo vemos, pero es difícil entender cómo funcionaba antes del choque. Mucho más complejo sería repararlo, si no comprendimos su mecánica.
En contraste, los ecosistemas no funcionan mal o bien. Cambian, sí, pero seguirán fijando carbono y reciclándolo, ya que la naturaleza lleva a cabo los ciclos necesarios para la vida. El tema somos los humanos: cómo nos adaptaremos al nuevo contexto. En los próximos años es probable que no estemos tan cómodos...
Y a mayor PBI, más emisiones. En las últimas décadas se discutió mucho sobre la responsabilidad humana en el cambio climático. Hoy, gobiernos como el de los Estados Unidos ni siquiera lo reconocen. Esto demora nuestras chances de avanzar hacia soluciones que permitan crecer sin agregar más carbono a la atmósfera.
Argentina tiene un beneficio gigantesco: casi el 40% de su electricidad viene de energía hidroeléctrica, que tiene impacto ambiental, pero no emite carbono. El potencial local para desarrollar otras fuentes de energía renovable es enorme. Hay que tener ganas.
El cambio climático está y va a seguir alterando a los organismos. No hay tiempo para seguir discutiendo si es real y quién tiene la culpa. No habrá magia ni una tecnología salvadora. Pero hay esperanza: como grupo podemos pensar colectivamente, accionar con acuerdos de cooperación internacional y mejorar el contexto para minimizar el impacto. El primer paso es admitirlo.