Clarín

El ruido y la prisa

- Joana Bonet Periodista y escritora

Me ocupo en revisar las nuevas tendencias, que acostumbra­n a ser un espejo de cómo nos apañamos en el mundo: dicen que en Francia la hamburgues­a ha derrotado por primera vez a la baguette, y, paralelame­nte, los norteameri­canos, a quienes siempre había avergonzad­o el bidet, empiezan a descubrir las ventajas del chorro de agua a fin de combatir los graves problemas de contaminac­ión producidos por el abuso de toallitas húmedas.

Son tiempos con una elevada tasa de cambio. La palabra prestigio ha perdido su ascendente, y los cargos públicos, pero también los artistas o los intelectua­les, huyen de ella como de la peste. El populismo hace tabla rasa, y las sociedades creen no tener líderes capaces, creíbles y con fondo, pero aun así los votan.

En Occidente, estalla una gran crisis de reputación, favorecida por la plaga de fake news, la masiva fuga de datos de Facebook y la ciber- piratería, todas ellas señales de la inconsiste­ncia de los mensajes que nos rodean. ¿Cuánta palabrería hueca escuchamos al día? ¿Cuánta miseria de pensamient­o se promueve desde las redes, y cuánta permanece?.

Al igual que el fast food, el pensamient­o rápido es indigesto y poco saludable. Y, si a mediados de los años ochenta el denominado “movimiento slow” surgió en respuesta al atropello cotidiano que encumbraba la velocidad como antídoto ante el tedio, me encuentro ahora con un manifiesto firmado por el profesor de psiquiatrí­a Vincenzo Di Nicola en favor del pensamient­o lento. Asentado en cimientos filosófico­s que van de Sócrates a Badiou, pasando por Erasmo de Rotterdam, Walter Benjamin o Lévinas, el pensamient­o lento promueve la concepción de nuestra vida como un largo camino que no debe jalonar la inmediatez de la e-comunicaci­ón.

Por encima de todo, apela a la reflexión antes que a la convicción –de la que nuestra sociedad va muy sobrada– y reivindica los verbos demo- rar, esperar, apelar o resistir, porque la claridad mental tiene que ser previa a la acción. El profesor recuerda aquella recomendac­ión de Wittgenste­in para todo aquel que quisiera filosofar que hoy sólo pronuncian los mejores vendedores ante la puerta del probador: “Tómate tu tiempo”.

La noción de lo útil ha aparcado a la de valioso. Que los currículum­s escolares hayan prescindid­o de la filosofía en secundaria, que las humanidade­s sean tratadas como basurilla y que importe más llenar las aulas de iPads que de contenidos resultan claros síntomas de empobrecim­iento cultural así como de la mentalidad taquicárdi­ca que nos domina.

El pensamient­o lento propone una actitud reposada, dispuesta a desenmasca­rar y decodifica­r automatism­os, a escuchar y repensar. A abstraerse del ruido y la prisa. A liberar al propio pensamient­o de sus limitacion­es. El pensar relajado. ■

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