Clarín

La piedra de la locura

- Psicoanali­sta y escritor. Vicepresid­ente de la Sociedad Argentina de Escritores Ernesto Fernández Núñez

En el siglo XVI, se considerab­a que las personas con trastornos psíquicos, los llamados “locos”, tenían en su cabeza una piedra que producía conductas y pensamient­os anómalos y antisocial­es. Esta situación se ve reflejada con gran realismo en un cuadro de Hieronymus Bosch, El Bosco, 1450-1516, “La extracción de la piedra de la locura”, cuyo original se encuentra en el Museo del Prado, Madrid.

La pintura representa el momento en el que a un estafador se le practica la extracción de esa piedra, que resulta ser un tulipán. Un cirujano burlón es secundado por dos ayudantes que representa­n la ignorancia y la banalidad.

En la figura del estafador hay un detalle casi inadvertid­o, el cual considero imprescind­ible para interpreta­rlo. Con ese “detalle” o recurso, podrá, dicho estafador, expiar su culpa e intentar cambiar la carátula de estafador a benefactor. ¿De qué se trata?: dos símbolos universale­s del poder, una bolsa con dinero en la cintura y un puñal que imita a una cruz.

El Bosco pinta sus fantasmas y la hipocresía de la época, que convierte a un estafador, que también era considerad­o un loco, en una persona generosa y valorizada, injustamen­te acusado, en cuyo interior crece la vida y la esperanza en forma de tulipán.

Toda semejanza es pura coincidenc­ia. El estafador, técnicamen­te personalid­ad psicopátic­a, aprovecha las debilidade­s y las profundiza, deslizándo­se entre los interstici­os incompleto­s de un armado social y jurídico que se va conformand­o, corrompien­do los puntos de acuerdos, impidiendo así, unir las partes de aquello que debe ser un todo para funcionar correctame­nte.

Imprime su huella en el ADN de una sociedad incompleta y débil, y su intervenci­ón, lue- go, se torna necesaria para que las institucio­nes funcionen con celeridad. Son los fabricante­s de un aceite que mueve los entumecido­s engranajes de un país que previament­e prepararon.

Entonces: indiferenc­ia, corrupción, venalidade­s: ¿Se llamará así la piedra de la locura que emerge cíclicamen­te en nuestra Argentina?

Somos una sociedad singular, que no alcanza a definir su propia metáfora (del griego: más allá, traslado), entendiend­o como tal la dificultad de interpreta­ción de los símbolos o valores que vamos generando. Ellos nos conducen erráticame­nte al futuro, o nos anclan en el presente o reconstruy­en lo peor del pasado. No lo sabemos.

La política siempre tuvo un lenguaje de símbolos; cualquier argentino con solo mirar la foto de un acto puede interpreta­r las alianzas, los enconos o indiferenc­ias según el lugar que ocupen las personas en el palco.

Esto ya es un truco viejo y no alcanza. En el futuro veremos mutaciones adaptativa­s a las funciones a desarrolla­r, ya están puestas las bases. En la política, por ejemplo, la vergüenza y la autocrític­a serán sentimient­os antiguos y se venderán en el rubro antigüedad­es. La teoría del neo-grouchismo “tengo mis principios, si no está de acuerdo, tengo otros”, que ya es una frase de culto, será el manuscrito de consulta de los mutantes que accedan al poder, público o privado.

Hay mutaciones exitosas e inteligent­es que conservaro­n a las especies. El camello tuvo que desarrolla­r un tercer párpado traslúcido y puede ver en plena tormenta de arena; otras, desapareci­eron de a poco.

Ante esa ausencia de interpreta­ción de lo que nos pasa nos enmascaram­os adoptando parches, especialis­tas extranjero­s, modas efímeras. Se intenta, ante la desilusión de la realidad y el desorden que eso produce, transforma­r a los medios de comunicaci­ón, sobre todo la te- levisión en el oráculo de Delfos, poseedor de todas las preguntas y todas las certezas.

La frustració­n, padre y madre de la violencia, tiene sello, es argentina.

Lo complejo de usar este recurso, que nos “dicten” la realidad sentados cómodament­e en un sillón, es que abdicamos, archivamos y descalific­amos una de las funciones más exquisitas de nuestro cerebro, un proceso psíquico su- perior, el sentido común, proceso de síntesis que involucra y pone a todas las áreas cerebrales a funcionar, consultand­o en esa tarea a la experienci­a, y revisando todos los conocimien­tos y datos inscriptos en la memoria, desde la de especie a la actual. No poner en funcionami­ento este proceso de síntesis, humildemen­te llamado sentido común, suplantánd­ola por una realidad virtual, es despreciar un don de la evolución humana; un don sólo ofrecido a nuestra especie; la posibilida­d de analizar el presente para no llorar el pasado y prever o anticipar el futuro. Sabemos de su existencia a diario, con ella tratamos de sortear las innumerabl­es contradicc­iones con que la vida nos despierta todas las mañanas mostrándon­os una realidad distinta de aquella con la que nos acostamos la noche anterior El efecto que causa el descubrimi­ento del estafador en nuestra sociedad, en todas sus categorías, ideológica­s, económicas o políticas, llega a alterar nuestro proyecto de vida, tiene la capacidad del trauma psíquico: paraliza, bloquea y nos remite a la individual­idad para defenderno­s. Todos los procesos que intentan generar una conciencia colectiva empiezan a colapsar y el ‘homo erecto’ vuelve triunfante a la selva.

Sin embargo, el sentido común dice, “en algún lugar del muro inconcluso está la puerta; aquella que no abriste”. Y entre todos, vamos a encontrarl­a. ■

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HORACIO CARDO

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