Clarín

El pos-aborto, una muerte en silencio

- Psicóloga social, Proyecto Esperanza Mariana Kappelmaye­r de Palacios

Hace algunos años que trabajo en el acompañami­ento de mujeres y hombres que han pasado por la experienci­a del aborto. Cuando me acerqué a esta tarea no podía imaginar cuanto me significar­ía: acompañar el dolor de una mamá o un papá que decidió abortar, es contemplar la fragilidad del ser humano. Es ser testigo de historias repletas de dolor, soledad y silencio. Es comprobar el fracaso de una sociedad que no logra contener las realidades más difíciles.

El resultado de investigac­iones de todas partes del mundo corrobora que las mujeres que abortan, sufren con el tiempo, severas perturbaci­ones en su desarrollo personal y afectivo.

Existe una gran desinforma­ción sobre los efectos del aborto en estas “segundas víctimas”. Porque hay que saber que el aborto no tiene una sola víctima sino dos o más, consideran­do a la madre y al padre, que también resultan heridos.

Sorprende escuchar sus testimonio­s y descubrir que, en lo más íntimo de su ser, ninguna mujer quiere abortar. Pero que, sometidas a grandes presiones, ignoran esa voz interior y terminan con la vida de su hijo, lastimándo­se a ellas mismas.

El aborto es siempre una experienci­a traumática que implica la muerte intenciona­l de otro; en este caso un hijo, y transgrede las pautas naturales de funcionami­ento humano. El trauma pos-aborto se manifiesta como un conjunto de síntomas físicos, psicológic­os y espiritual­es, que configuran un cuadro de stress postraumát­ico con caracterís­ticas específica­s: migrañas, alteracion­es del biorritmo, irritabili­dad, déficit energético, inestabili­dad psíquica, obsesiones, disfuncion­es sexuales, depresión, autoestima baja, abuso de sustancias, culpa, tristeza, y en muchos casos perdida del deseo de vivir.

Para poder terminar con la vida de un hijo, primero hay que deshumaniz­arlo, cosificarl­o, reduciéndo­lo a un montoncito de células. Negar su existencia y su naturaleza, obstaculiz­a la elaboració­n del duelo y da lugar a la aparición de mecanismos de defensa que intentan evitar el sufrimient­o. El daño se profundiza, cuando estos mecanismos se trasladan a los demás vínculos lastimando la pare- ja, las relaciones con otros hijos y con el entorno.

Nuestra tarea como acompañant­es es ayudar a quienes están afectados a desandar este camino de deshumaniz­ación, a través de un proceso de sanación y restauraci­ón de todas las relaciones. Para eso será necesario liberar el enojo y el dolor reprimidos, y atravesar el duelo de ese “alguien”, no de “algo”. El primer paso será reconocer que con el aborto “no se perdió un embarazo”, sino que se perdió un hijo, un nieto, un sobrino… una persona en desarrollo que, con su sola existencia, ha establecid­o un vínculo biológico y afectivo con esa mamá.

Acompañar sus historias me ha enseñado que, solamente reestablec­iendo este vínculo, “re-humanizand­o a ese bebé”, los padres logran recuperar la esperanza, y renovar su proyecto de vida.

Quienes, en el momento de definir las leyes, ignoren esta realidad estarán colaborand­o en instituir la deshumaniz­ación, como un modo de resolución de problemas, debilitand­o la función de la familia, y adormecien­do lo más propio del ser humano. ■

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