Clarín

Desventura­s con el paquete de galletitas

- alberamato@gmail.com Alberto Amato

Una de las frustracio­nes que padecemos a diario, empieza siempre debajo o al costado, de una leyenda que reza: “Abra aquí”. No abre. Paquete, caja, envoltorio, fardo, bulto, bolsa, lo que fuere, nada es pasible de ser abierto como está indicado. Convengamo­s que existe una contradicc­ión fundamenta­l, dirían los marxistas, entre cerrar algo de modo hermético, unas galletitas por ejemplo, para que luego sea abierto. Una de dos: o lo cerramos de modo tal que sólo lo abra Dios en su infinita sabiduría, o lo cerramos a la que te criaste y que se coman las galletitas los hongos.

Sin embargo, en países más preocupado­s por el prójimo, esos mismos paquetes se abren sin drama. Algo pasa que es difícil discernir. Abrir hoy un paquete de galletitas para el desayuno es tarea de titanes. Vienen todos provistos de una tirita de color de la cual tirar, las tiritas son para tirar de ellas, debajo de la leyenda “Abra aquí”. Primero, deberá usted pelearse con la lengüeta de la tirita y despegarla para tirar de la tirita. Entonces pueden suce- der tres cosas, todas malas: a) la tirita se despega como un mal hilván y queda dormida entre sus dedos y el paquete sellado; b) la tirita recorre un breve camino del paquete, se adelgaza y se rompe con lo que el envoltorio queda semi cerrado o, c) la tirita está firmemente adherida al paquete y todo termina en una lucha despiadada entre el humano, el celofán y las migajas. Ni hablar de los simples caramelos, imposibles de pelar por las manos de un niño. Hubo un tiempo feliz en el que vivir era más fácil: fue cuando la industria del packaging no se había propuesto jodernos los desayunos.

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