Se contagió por transfusiones y en el tercer intento se curó
Julio Burman (65) mezcla palabras en castellano y hebreo. Es argentino, pero en 1990 se mudó a Israel. Ahora está en París, en el Congreso de la Asociación Europea para el Estudio de las Enfermedades del Hígado, para compartir su pelea contra la hepatitis C. Su lucha empezó en 1994 cuando, ya en Israel, fue a donar sangre. “A las dos semanas de la extracción, me llegó una carta en la que me informaban que tenía hepatitis C”, recuerda el hombre, que cree que se contagió con transfusiones en Argentina tras un accidente de tránsito en 1963.
Dice que cuando llegó a la consulta con el hepatólogo se encontró con un panorama complejo. “El especialista me dijo que podía llegar a necesitar un trasplante de hígado y que había un tratamiento con 4% de chances de éxito y muchos efectos adversos. Lo probé, pero no funcionó”, agrega.
Dos años después, volvió a intentarlo. “El médico usó dosis más altas de una droga llamada interferon. Eso me generó fatiga, falta de apetito, depresión. Tampoco logré curarme”, detalla. Tras su diagnóstico, también se testearon su mujer y cuatro de sus cinco hijos. “Les dio negativo y me generó mucho alivio”.
En 1998 se enteró de un nuevo tratamiento. “Era una terapia experimental que duraba un año. Se utilizaban inyecciones diarias y una se- gunda droga por vía oral”, cuenta. Esa vez, dejó su trabajo como director de una fábrica y, en su lugar, tomó un empleo de jardinero. “Sentí que tenía que que poner las energías en mí y evitar el estrés para recuperarme. El tratamiento fue tan fuerte que decidí buscar a otros pacientes para que me apoyaran”, sigue Burman, que creó un grupo de personas con HCV.
“Si tenés hepatitis C no estás solo”, decía el cartel que pegó en el hospital de Jerusalén en el que se atendía. En él, también contaba sus intenciones de reunirse. “A los pocos días empezaron a llamar. Hablamos desde las 2 de la tarde hasta las 12 de la noche. Nos sentimos acompañados”, suma Burman, que finalmente logró curarse en ese tercer intento y hoy lleva una vida normal.
“El grupo que me propuse formar, que se llama Hetz, fue creciendo. Hoy somos 7.000”, cuenta el ex paciente quecree que la hepatitis cambió su vida para bien. Ahora se dedica a dar charlas y asesorar sobre el tema: “Al concientizar salvamos a muchas personas, eso me genera satisfacción”. ■