La clave de los conflictos familiares
Algunas muchas veces la familia funciona como sustituto. Es decir, donde debería ir un sentimiento, hay una familia. No tiene por qué resultar extraño o inaceptable que las familias se lleven mal. Después de todo, las imposiciones, como cualquier tipo de comparación, terminan siendo odiosas.
Eso de las familias ocurre porque estamos rodeados de individuos que de un día para otro se transforman en dimensiones. Así, de pronto, hijos, hermanos, primos, ¡cuñados! Los llamados lazos de sangre. La importancia del ADN. La diferencia entre lo que se da y lo que se elige. He aquí la clave de todos los conflictos familiares.
Lamentablemente no se le puede echar la culpa a nadie. Uno ingresa en las relaciones de forma amateur para salir de ellas profesionalmente, convertido en dador de cuotas alimentarias, con la siempre onerosa colaboración de abogados y mediadores. Vivir solo es terrible. Casi tanto como vivir acompañado.
También es probable que la familia sea la base fundamental de la propiedad privada. De hecho se parece bastante a una sociedad anónima cuyo discreto encanto radica en ir alcanzando etiquetas basadas en meros alardes de la naturaleza. Así vamos naciendo y así vamos convirtiéndonos en categorías hasta que uno, finalmente, cree sentirse realizado llegando a esa norma denominada “abuelo”.
Incluso, a veces convocamos psicoanalistas para saber qué nos pasa con la tarea cotidiana en cualquiera de esas categorías. Algunas familias se desintegran y sus cuerpos van a parar a una fosa común. Y la conclusión es siempre vulgar. El mal no tiene cura.