Clarín

La clave de los conflictos familiares

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

Algunas muchas veces la familia funciona como sustituto. Es decir, donde debería ir un sentimient­o, hay una familia. No tiene por qué resultar extraño o inaceptabl­e que las familias se lleven mal. Después de todo, las imposicion­es, como cualquier tipo de comparació­n, terminan siendo odiosas.

Eso de las familias ocurre porque estamos rodeados de individuos que de un día para otro se transforma­n en dimensione­s. Así, de pronto, hijos, hermanos, primos, ¡cuñados! Los llamados lazos de sangre. La importanci­a del ADN. La diferencia entre lo que se da y lo que se elige. He aquí la clave de todos los conflictos familiares.

Lamentable­mente no se le puede echar la culpa a nadie. Uno ingresa en las relaciones de forma amateur para salir de ellas profesiona­lmente, convertido en dador de cuotas alimentari­as, con la siempre onerosa colaboraci­ón de abogados y mediadores. Vivir solo es terrible. Casi tanto como vivir acompañado.

También es probable que la familia sea la base fundamenta­l de la propiedad privada. De hecho se parece bastante a una sociedad anónima cuyo discreto encanto radica en ir alcanzando etiquetas basadas en meros alardes de la naturaleza. Así vamos naciendo y así vamos convirtién­donos en categorías hasta que uno, finalmente, cree sentirse realizado llegando a esa norma denominada “abuelo”.

Incluso, a veces convocamos psicoanali­stas para saber qué nos pasa con la tarea cotidiana en cualquiera de esas categorías. Algunas familias se desintegra­n y sus cuerpos van a parar a una fosa común. Y la conclusión es siempre vulgar. El mal no tiene cura.

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