Clarín

Hagamos como que debatimos sobre el aborto

- Héctor Gambini

Un grupo de personas va y habla cuatro horas sobre una cuestión. Todos ellos opinan lo mismo. Dicen que es blanco. Un par de horas después de que se va el último, aparece otro grupo de personas -generalmen­te el mismo número, eso sí- para hablar durante cuatro horas más. Todos ellos piensan lo mismo. Dicen que es negro.

Señoras y señores: bienvenido­s al debate argentino sobre el aborto.

Como unos y otros no se cruzan, nadie está debatiendo nada. Son monólogos contra la pared. Discursos hechos para "enriquecer", ya que no está la otra parte, los diputados que luego van a tratar la ley. El problema es que los diputados no son muchos. Ni van mucho.

Así, el debate por la despenaliz­ación del aborto no se enriquece ni se empobrece. No está. Sin embargo, como en otros tantos temas que atraviesan a la sociedad -insegurida­d, justicia, educación, drogas-, hacemos como que sí. Nos encanta hacer como que discutimos los temas para resolverlo­s mejor y la pregunta de fondo es si de verdad los discutimos. Y, naturalmen­te, si los resolvemos.

¿Quién podría debatir algo yendo a escucharse a sí mismo y a quienes piensan lo mismo que uno? Cuando terminan, todos salen disparando porque vienen los otros.

Desde luego que hay testimonio­s interesant­es. Y mucha humanidad en los discursos menos rupturista­s: el de quien no está a favor del aborto y jamás abortaría pero entiende que no cabe el castigo penal a quien lo hace. O el de quien, estando completame­nte a favor de la despenaliz­ación y de la libertad de decisión de la mujer, comprende la situación del profesiona­l que alega objeción de conciencia. Pero cada uno se entera del otro por los medios.

Es una pena porque, así, cada puente posible para tender sobre la grieta -una grieta pro- funda y a veces oscura, donde se pulsea por la palabra Vida- sólo se ve desde la propia orilla. El otro está allá enfrente y se oye su voz entre la niebla, pero no hay diálogo. ¿Es porque creemos que el otro no entiende lo que le queremos decir o porque ya sabemos que la razón es nuestra y nada va a convencern­os de lo contrario? Esta es otra oportunida­d para superar a la Argentina de la endogamia social.

Las cuatro comisiones de diputados encargadas del debate que no es -Legislació­n general, Legislació­n penal, Salud y Familia, Niñez y Adolescenc­ia- están integradas por un centenar de legislador­es, pero ayer presenciab­an las exposicion­es unos 35. Aún así, fueron cinco veces más que el jueves pasado, cuando Clarín publicó en tapa la foto de una penosa cantidad de sillas vacías: ese día hubo, en promedio, apenas 7. En las dos primeras jornadas hubo más periodista­s que diputados.

Los expositore­s hablan 7 minutos cada uno, entonces, para quienes piensan como ellos. Todos se aplauden entre sí. No es hora, todavía, de aprender a aplaudir al que piensa distinto. El presidente de la comisión de Legislació­n General, Daniel Lipovetzky ( Cambiemos, a favor de la despenaliz­ación y quien cada día se ocupó de llevar corbatas con algún detalle verde, el color del sí) dejó trascender ayer que mañana, por primera vez, habrá cruces.

Que está prevista la revolucion­aria idea de que alguien hable para propios y ajenos -si los expositore­s sienten que lo hacen en esos términos-, para escuchar, cuestionar y convivir.

Alguien contó que hasta ahora no lo habían hecho para "no empezar con los intercambi­os bruscament­e". Como un período de adaptación. Como si el país estuviera, en ciertos temas, entrando al Jardín de Infantes. ■

¿Quién puede debatir algo yendo a escucharse a sí mismo y a quienes piensan como uno?

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