Clarín

“Papá sentía en el pecho la angustia por no contar que había sido abusado”

Daiana y Melisa contaron cómo con su madre impulsaron a su padre para que hiciera la denuncia.

- Erico Vega santafe@clarin.com

Los testimonio­s que se escuchan en la sala 2 de los tribunales de Paraná son devastador­es, enmudecen el ambiente, superan lo imaginable. Entre lunes y martes, siete denunciant­es del cura Justo Ilarraz relataron con crudeza los abusos que sufrieron durante su infancia y adolescent­cia, mientras asistían al seminario de la ciudad de Paraná.

En ese contexto, las familias de las víctimas juegan un rol determinan­te. Pasan horas allí, en los pasillos, dándoles apoyo y contención. Apuntalan el espíritu de personas que están decididas a escarbar en huellas dolorosas e imborrable­s del pasado. Tal es el caso de Daiana y Melisa, hijas de uno de los denunciant­es que, tras casi 25 años, ahora consiguió superar el trauman y armarse del coraje suficiente para romper el silencio.

“Mi mamá se enteró (de los abusos) por la cardióloga que atiende a mi papá. Ella fue la primera en enterarse porque él iba y manifestab­a continuos dolores en el pecho y en su salud cotidiana. Una angustia que se manifestab­a de esa forma. Ahí tomamos conocimien­to y comenzó el apoyo incondicio­nal, a pesar de que vivimos momentos muy difíciles y no fue para nada simple conseguir atravesarl­os”, le dice a Clarín Daiana.

Ellas tienen 21 y 19 años. La historia de su padre y la de los otros seminarist­as abusados son muy

“Vivir en un pueblo o en una ciudad muy chica a veces es un obstáculo para denunciar”.

parecida entre sí, responden a un mismo patrón. Casi todos los jóvenes abusados eran oriundos de pueblos o aldeas del interior provincial, con familias muy humildes y de tradición extremadam­ente católica. Para ellos, que evidenciad­o en los que narran al declarar, había dos destinos posibles: ser cura o ser militar. Las milicias o la Fe. Y a todos les costó primero contarle a sus íntimos y luego denunciar lo que sucedió mientras vivieron en el seminario allá por fines de los años ‘80 y principios de los ‘90. La gran mayoría encontró en su familia, no sólo su sostén, sino también su impulso para formalizar las acusacione­s.

“No es fácil, a mi papá le costó mucho por el qué dirán. Se le hizo muy duro elaborar y superar el trauma y finalmente poder contarlo. Vivir en un pueblo o en una ciudad chica es a veces como un obstáculo para denunciar, es algo sofocante porque todos, hasta el último vecino, nos conocemos”, dice Melisa.

Pese a la situación que les tocó vivir hay algo que siguen manteniend­o: la fe en Dios, la formación católica, siguen confesándo­se creyentes.

“Una vez que conocimos y que seguimos este proceso, nuestro papá siempre nos inculcó la fe. Él nunca renegó de eso. Y seguimos yendo a la Iglesia. Él nos dice que por unos pocos no podemos culpar a todos. Vamos a misa y creemos firmemente”, coinciden. Ayer martes su padre -que dejó el seminario tras los episodios de abuso- declaró en los Tribunales paranaense­s. Su relato pasó a formar parte de una jornada extensa, pero también intensa como la del lunes anterior. Los testimonio­s compromete­n la situación del sacerdote Justo José Ilarraz, que está acusado de siete abusos de chicos de entre 10 y 15 años. Abusos agravados por ese vínculo de guía espiritual. ■

 ?? JOSÉ ALMEYDA ?? En la Justicia. Daiana y Melisa, ayer, en losTribuna­les donde es juzgado el cura Ilarraz.
JOSÉ ALMEYDA En la Justicia. Daiana y Melisa, ayer, en losTribuna­les donde es juzgado el cura Ilarraz.

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