Clarín

El adiós al chofer asesinado, entre el dolor y el miedo de sus compañeros

Una multitud acompañó los restos de Leandro Alcaraz. Los colectiver­os mantuviero­n el paro. Aseguran que tienen temor de sufrir nuevas agresiones cuando vuelvan a trabajar.

- María Belén Etchenique metcheniqu­e@clarin.com

Vista desde arriba, la imagen era impactante: no se podía ver el asfalto. Cientos de personas con camisas celestes cubrían la colectora de la ruta 3, columna vertebral de La Matanza. En el medio de ellas, se abría un cordón con el cortejo fúnebre para despedir a Leandro Alcaraz, el colectiver­o asesinado por dos pasajeros que no quisieron pagar el boleto.

“Yo a esta camisa la odio”, decía Roberto Leguizamón, mientras estiraba la tela y la separaba de su cuerpo. “Termino de trabajar y me la saco. Pero esta vez me la puse para acompañar al compañero muerto y para que la gente vea los que somos y lo har- tos que estamos de esta vida”.

Leguizamón, como Alcaraz, es chofer de la línea 620. Tiene casi dos décadas detrás del volante del colectivo que une la localidad de Lomas del Mirador con el kilómetro 47,7 de la ruta 3. Un recorrido tan disímil que en su final incluye porciones de campo, antes villas, en el medio un Metrobus y una zona comercial con carteles toscos, desteñidos. Este martes, cuando Leguizamón salió de su casa, miró el cielo y agradeció por estar vivo. Después caminó hasta el velatorio en Casa Catalfo, donde despedían los restos de Alcaraz. Vio las coronas en el frente, a los choferes -todos de celeste-, el ataúd en la sala A, y lloró.

“Mañana puede ser otro compañero. Puedo ser yo. Son segundos. Cada vez que empezás un servicio no sabés si volvés. Y no exagero”, advertía. “Si la empresa me engancha con dos pasajeros sin boleto me hace un parte que va a mi carpeta. Pero si me niego a llevarlos, los tipos se enojan, se bajan, miran el interno y te dicen: ‘ya te voy a ver mañana, viejita, ya te voy a ver’. Si no, te pegan un tiro. Te matan”.

Así le pasó a Alcaraz. Tenía 26 años. Lo asesinaron el domingo a la tarde. No le correspond­ía trabajar, era su franco. Pero lo había cambiado para tener libre el lunes y quedarse con su hija el día de su cumpleaños número 4. El plan era festejar, en su familia había proyectos: estaba terminando de construirs­e la casa. Hasta que dos tiros, uno en la cabeza y otro en el tórax, truncaron todo y sacaron a la calle a los choferes que recorren el Oeste del conurbano. A las horas de su muerte, la ruta 3 se llenó de colectivos -unidades de la 96, 216, 166, 236, 269, 441, 443, 395, 504, 59, 302, 180- y camisas celestes. Ayer, varias líneas de las que recorren el oeste del Conurbano repitieron el paro que habían iniciado el domingo a la noche, tras el brutal crimen.

A la una del mediodía partió el cortejo fúnebre al cementerio Jardín de los Ceibos, ubicado a tres kilómetros de la casa velatoria. Trepados a los bloques de hormigón que separan las manos de la ruta, agrupados contra las rejas, sobre la colectora, ocupando todo el ancho de la calzada, a donde se mirara, había choferes y vecinos. El ataúd y los autos en los que viajaban los familiares avanzaron entre aplausos. Le siguieron dos unidades de la 620. Arriba, sentados, algunos llorando, otros en silencio, iban más familiares y vecinos de Alcaraz.

“Decidimos que llevarlos en los colectivos era la mejor manera de que llegaran rápido al cementerio. No iban a poder hacer la caravana a pie. Fue una idea práctica que terminó siendo muy significat­iva”, describió otro de los compañeros de Alcaraz. En el bolsillo de su camisa celeste había un listón negro.

Cuarenta minutos llevó unir la casa velatoria con el cementerio. Adentro se celebró una misa antes de enterrar el cuerpo. Cuando ese momento llegó, los choferes entrelazar­on sus brazos, uno sobre el hombro del otro, en serie. "Despedir a un compañero es despedir a un igual. Mañana nos tenemos que subir a un colectivo habiendo dejado a Alcaraz acá. ¿Cómo hacemos? Sin dormir, solos, expuestos", decía Diego Leanza. El miércoles le toca el servicio nocturno. Sabe que afuera van a estar sus compañeros, parpadeand­o las luces altas cuando se los cruce en una vía de doble mano. Pero eso no alcanza. ■

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Luto. Los colectiver­os de la 620 y otras líneas, en el cortejo fúnebre de Leandro Alcaraz. Dudan que las cámaras de seguridad y los botones antipánico sean soluciones efectivas. Piden que haya m

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