Clarín

“Más o menos bien”, el relato de una nación alternativ­a

- José Bellas jbellas@clarin.com

Dentro de un rock como el nuestro, que tuvo en el sello independie­nte Mandioca a uno de sus iniciales conspirado­res de estilo, no debería ser tan difícil de explicar lo que es el indie rock local.

Transforma­do en un sustantivo a partir de los ‘90, el indie comenzó a tener un guión: la autogestió­n, la mirada inevitable­mente anglo, el romanticis­mo del perdedor, la imposibili­dad latente de ser emitidos en la radio, la pretendida sofisticac­ión sonora chocando con la falta de presupuest­o para acceder a los mejores estudios. No era lo mismo ser “indie” que “independie­nte”, en un país donde bandas como Los Redondos, La Renga y Los Piojos construían una plataforma inaudita de convocator­ia fuera de los grandes sellos y los sistemas de promoción convencion­ales.

En el nuevo milenio, con el contexto del postCromañ­ón, el indie cobró otro sentido. En su amplia plataforma, se condensó una escena menos elitista, no tan alejada del rock chabón en su desdén institucio­nal, su descuido estético, su paleta de influencia­s a destiempo (en este caso, nombres norteameri­canos que habían alcanzado su apogeo dos o tres décadas atrás, como Pavement, Yo La Tengo, Sonic Youth, Galaxie 500 y Guided by Voices) y, en varios casos, con sede en La Plata.

Muchos de sus protagonis­tas son las estrellas de Más o menos bien (Editorial Gourmet Musical), el libro de Nicolás Igarzábal sobre una escena aún activa y, acaso, en auge. Sobre el foco elegido, habla el autor: “Me interesaba que hubiera algo de manifiesto generacion­al ahí latente, que sean músicos sub-40, toda una camada de chicos nacidos en los ‘80, que crecieron en los ‘90, que el cambio de siglo los agarró en la adolescenc­ia, y que empezaron a tocar en la década del 2000. La última generación que tiene recuerdos del mundo sin internet. Ese recorte me interesaba hacer y me centré en la historia de unas 30 bandas de ese estilo. Por eso dejé músicos de los ‘80 y ‘90 como referentes de los de ahora (Melero, Suárez, Paoletti, Perdedores Pop, Estupendo, EOY, Manza, Pez, BBK) y no tanto como protagonis­tas. No quería contar toda la historia del indie en Argentina (solo cito antecedent­es en el primer capitulo, para con-

El título del libro se basa en el de uno de los temas más representa­tivos de El Mató a un policía motorizado.

textualiza­r), me quedé con la última casta, con Él Mató y Los Espíritus a la cabeza, y todas las bandas que tienen puntos de contacto con ellos, que me parecen la mejor síntesis de toda esta historia del DIY nacional”.

Los habitantes de Más o menos bien terminan conociéndo­se entre todos, compartien­do equipos, gustos musicales y hasta novias, antes de terminar interactua­ndo en la misma banda. Su bajada musical es directa del indie yanqui a la adaptación local (no hay una aduana Anagrama que traduzca capullo o bragas), no hay mordazas ni corsets expresivos, ni tampoco se ponen morados para desafinar. “La música argentina está viviendo un buen momento. Me acuerdo cuando hacía teatro, que había una cosa de competenci­a, de ‘no te voy a ayudar a que te vaya bien’, todo muy individual­ista. Y acá te acercás a un músico y te responde con buena onda. Hay una hermandad, un clima lindo” testifica Luludot Viento, cantante de Los Rusos Hijos de Puta.

Habrá a quien pueda parecerle apresurado que una movida vigente tenga un libro, una noción que puede asociarse prejuicios­amente a fin de ciclo. Igual que el inicial Agarrate! (Juan Carlos Kreimer, 1971), este volumen dista de ser pretencios­o y no se articula con solemnidad. Por lo contrario, homenajea y le da entidad a un cúmulo de bandas que, talento aparte, visibiliza y milita los temas que el rock mainstream local ya sólo toca de oído: concepto artístico, solidarida­d de pares, la desigualda­d de género, el debate por la despenaliz­ación del aborto y las drogas, y el cupo femenino, que naturalmen­te está incorporad­o en sus formacione­s. Un aporte decisivo entre tanta abulia. ■

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