Clarín

Un filme sobre el paso del tiempo

Son seis episodios con cuatro actrices en roles principale­s. El público sale a fumar en los intervalos o lleva mate.

- Especial para Clarín Nazareno Brega

“Es la ficción más larga de la historia”, infla el pecho Mariano Llinás frente al público, una vez finalizada la primera proyección pública de La flor, en la ronda de preguntas y respuestas. “Catorce horas se pasan más rápido que cuatro”, ironiza también el cineasta en las narices de los espectador­es, rodeado de más o menos treinta protagonis­tas y técnicos, mientras todavía podían verse en pantalla los atractivos créditos de la película, que duran cuarenta minutos y hacen explícito que el proyecto fue una aventura colaborati­va durante nueve años entre los cuatro integrante­s de la productora El Pampero y las cuatro actrices del grupo Piel de lava, que interpreta­n distintos personajes a lo largo de buena parte de estas catorce horas. La flor es una película sobre el paso del tiempo y sobre el efecto que tuvo en sus creadores.

Las tres partes en las que se dividió el filme para su proyección en el festival dan cuenta de esa progresión tanto desde un aspecto visual como narrativo, así como también de esa idea de aventura cinematogr­áfica que pregona Llinás cada vez que tiene la oportunida­d. Las catorce horas de película se estiraron todavía más gracias a los habituales pasos de comedia del cineasta a la hora de presentar cada una de las tres funciones y por la inclusión de cinco intervalos para recargar energías. La extensión de las jornadas, dos de las cuales terminaron bien entrada la madrugada, provocó un cambio en algunas normas habituales del Village Recoleta, cuyos controles se volvieron más laxos ante las multitudin­arias escapadas a la calle para fumar o el contraband­o de algún sanguchito, bebida y hasta alguna petaca o mate, en una lógica que ubicaba al evento más cerca de un festival musical que uno de cine.

Llinás sabe que la experienci­a es extrema para el público y, desde la pantalla, pone el cuerpo y aparece, una vez en cada una de las tres partes, para avisar cuál será la estructura de la película (seis episodios, cuatro que terminan a mitad de camino, uno con principio y fin y otro que empieza por la mitad y termina toda la película), advertir cuánto falta todavía para que termine la parte más larga y, mientras se come un alfajor, desearle suerte al espectador o correr apurado cargado de provisione­s para avisar, tras el último intervalo, “yo voy yendo” y dejar a todo mundo mudo antes de la recta final. La voz del cineasta toma por asalto la película, en uno de los tantos juegos que hay aquí sobre las distintas voces y la palabra, en muchos momentos más, aun cuando el cineasta también le otorga una importanci­a especial al silencio.

La premisa de Mariano Llinás en La flor era, según él mismo, “contar todas las historias posibles” y detrás de esos seis episodios juegan a las escondidas un sinfín de aventuras que incluyen disparates y desmesuras como la maldición de una momia, ata- ques ninjas en medio de la Pampa Húmeda, reflexione­s espaciales, la aparición de personajes políticos de antaño, el aprovecham­iento de lugares vernáculos como locaciones internacio­nales, un baile entre aviones a chorro, el vuelo de una bruja, un auto que se trepa a un árbol o una venganza vegetal contra los humanos.

Las catorce horas de La flor dejan la certeza de que lo único necesario para Llinás, en plan de “contar todas las historias”, es tener el tiempo suficiente. ■

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Las cuatro. Las actrices del grupo Piel de lava en el filme, que se ve en la Competenci­a internacio­nal.

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