Los ‘80 y los ‘90 reviven en el Museo de Bellas Artes
La Fundación Elía-Robirosa le donó su valiosa colección.
Casi treinta años nos separan del final de los ‘80 -esa década estridente aun en sus pesares-, y a medida que pasa el tiempo su imagen comienza a aparecer con fuerza en la memoria. Acaso ese sea el atractivo más poderoso de la donación que la Fundación Elía-Robirosa acaba de realizar al Museo Nacional de Bellas Artes: una inyección de pinturas, esculturas, dibujos y grabados de los artistas más diversos que se encontraban trabajando en el ámbito artístico de los ‘80 y ‘90 en Buenos Aires, y que por eso mismo promete ayudar a hacer visible un momento de la historia.
La donación, de más de ochenta obras, se celebra en la muestra Una historia, una colección, curada por Florencia Galesio y Pablo De Monte, investigadores del Bellas Artes. Con 23 piezas en escena, busca dar cuenta de la vastedad de una colección que se fraguó sin saber que se fraguaba: “Ningún crítico quería ir a la galería porque quedaba fuera del circuito –explica Alberto Elía-, entonces decidí que iba a utilizar mi propio criterio para seleccionar y mostrar. Fui armando esto casi sin darme cuenta, comprando a los pintores que recién empezaban para poder ayudarlos, porque eran baratos y me gustaban, jamás se me ocurrió venderlos. Y Miguel Briante, que era muy amigo mío, un día me dijo ¿cuándo vas a mostrar esa colección? Pensé que no tenía ninguna colección y que él estaba loco, pero quedó la semillita germinando en la cabeza”.
Desde un pequeño óleo de Luis Felipe Noé realizado pocos años después de que el artista decidiera retomar la pintura, hasta Torso de Luis Frangella, artista que, al desarrollar la mayor parte de su carrera Nueva York, resulta bastante desconocido para el público porteño, pero que fue fundamental para definir la estética y el espíritu de una generación entera de pintores. La selección de obras realizada por los curadores ha sido bastante estratégica: “La intención –explica De Monte- era recrear un ambiente. Alberto (Elía) dice no haber sido un coleccionista, y eso se refleja en la disparidad que se ve en las obras, no hay unidad estilística en el conjunto”. Galesio, por su parte, agrega: “Tratamos de encontrar un discurso coherente que también pudiera comprender el público no especializado”.
Pero además de una muestra que funciona como un panorama efectivo del derrotero plástico y visual argentino de las últimas décadas, la do- nación de la colección Elía-Robirosa significa el ingreso al museo público de muchos artistas que todavía no figuraban en su patrimonio: ese es el caso del mismo Frangella –sin duda una de las incorporaciones más significativas- pero también de la dibujante Alicia Carletti, de quien ahora puede verse en el Bellas Artes Figura: niña, una obra plácidamente inquietante de 1980; trabajos del artista gráfico Alfredo Benavídez Bedoya –autor del cual el museo recibió varias series de grabados en madera, algunos de los cuales fueron incluidos en la muestra-; las tres esculturas que Juan Paparella realizó en papel; y El hipnótico. Dragón de tres cabezas, de Diego Perotta, artista más joven que el resto de los autores, pero igualmen- te permeado por ese imaginario en el que estalla el color y la materia, y que algunos críticos de la época llamaron “el retorno de la pintura”.
Ese es, justamente, uno de los ejes sobre los que la exposición se despliega, y “está –como explican los curadores en el texto de sala- dedicado a los artistas emergentes de los años 80 y 90 que compartían las mismas preocupaciones estéticas y el mismo impulso renovador”.
En diálogo con las obras de los hijos de ese tiempo, como Felipe Pino, Juan José Cambre, Diulio Pierri y Hernán Dompé, aparecen las obras de “los referentes, figuras de generaciones anteriores, quienes influyeron y complementaron este período de regreso a la prácticas tradiciona-
les del arte”. Los pequeños collages de Alberto Heredia, las serigrafías de Marta Minujín, las pinturas de Pablo Suárez. “De algún modo Carlos Gorriarena –señala De Monte- referente insoslayable de todo este grupo de artistas, muchos de los cuales pasaron por su taller, está presente a través de la pintura (y la paleta) de Germán Gárgano.”
Con pocas obras hasta el momento de artistas del período (los obligados Guillermo Kuitca, Marcia Schwartz y Alfredo Prior llegaron hace varios años), la donación Elía-Robirosa permitirá al museo profundizar el panorama, establecer contrapuntos, genealogías y arrojar luz sobre artistas que aún permanecían fuera de foco: “Muchos de los pintores que yo exhibía en general –comenta Elía- tenían en el espacio de la calle Azcuénaga su primer muestra: nadie escribía sobre ellos, nadie los compraba, nadie nada. La galería era un proyecto que armábamos entre todos. Por eso esto es una fiesta, porque es el reconocimiento de lo que nunca fuimos”. ■