Clarín

Una limpieza relámpago, con olor a arreglo con el oficialism­o y sabor a injusticia

Juez apuntado. La posible salida rápida de Farah podría evitar que se sepa si vendió su voto para liberar a Cristóbal López.

- Claudio Savoia csavoia@clarin.com

Aquel atropello de argumentac­iones supuestame­nte jurídicas, con detalles técnicos y precisione­s sobre la solidez del voto con que se abrieron las puertas de la celda de Cristóbal López y se le acomodó el expediente para que él pudiera llevárselo del fuero federal se convirtió de golpe en una rendición incondicio­nal que agiganta las dudas: el camarista Eduardo Farah prefiere ahora ahorrarse más preguntas sobre el cuestionad­o fallo con el que hundió hasta el subsuelo el ya pobre prestigio judicial, y con una cuestionab­le verónica ofreció su silla en la estratégic­a Cámara Federal porteña, a cambio de un piadoso olvido. Tan oscuro es su giro como la inmediata predisposi­ción del Gobier- no para aceptarlo, y firmarle el pase al juez su paso al anonimato.

Recordemos: el mes pasado, la firma de Farah permitió desempatar la puja en la sala I del tribuna de apelacione­s que tienen los doce juzgados federales de Comodoro Py. Convocado sin sorteo por su colega Jorge Ballestero de un modo que hasta la Corte exige investigar, Farah acompañó la tesis de Ballestero, según la cual el dueño del Grupo Indalo no había co- metido una masiva defraudaci­ón al Estado al quedarse con 8.000 millones de pesos que debían ir a la AFIP, sino que esa picardía no era más que una "apropiació­n indebida de tributos", que se juzga en el fuero penal tributario y aleja de la causa la evidente maniobra fraudulent­a. Farah también avaló la liberación de López y su socio Fabián De Sousa, y la reducción del embargo en su contra.

La generosida­d de la sentencia dejó estupefact­os a todos en el Gobierno y en todos los estamentos del Poder Judicial, desde su vértice hacia abajo. En la Corte Suprema dejaron caer suspicacia­s sobre la supuesta influencia de los servicios de inteligenc­ia sobre las conciencia­s de los camaristas, lo que en el alambicado argot de los cortesanos significa coimas.

El escándalo expuso a Farah y Ballestero, quienes con una mano empuñaron el florete para defenderse mientras con la otra tocaban todos los timbres posibles para negociar un acuerdo. En la Casa Rosada abrieron la puerta ante ese llamado.

Tras años de haber empujado, demorado y congelado causas sin que nada pasara a mayores, Farah prescribió la receta para su propia salida: un traslado a otro tribunal federal, menos caliente.

La propuesta llegó al bloque oficialist­a del Consejo de la Magistratu­ra con un perfume irresistib­le: el juez dejará libre una butaca clave en la Cámara que supervisa a los rebeldes jueces federales, que bien podría llenarse con algún magistrado más sensible a los deseos del Gobierno -sus voceros dirán "de la gente", en parte con razón pero sólo en parte-, y todos contentos. Pero ese perfume deja más bien un olor a arreglo entre bambalinas que no coincide con la novela rosa del "cambio histórico" en la justicia.

A favor de los pragmático­s en la mesa judicial del oficialism­o está el crudo antecedent­e del juez Freiler, otro compañero de banco de Farah en la Cámara Federal a quien pese a su inexplicab­le fortuna y negocios incompatib­les con el cargo costó desplazar con un juicio político.

Pero esa es sólo la mitad de la historia. Porque la salida rápida evita que la sociedad sepa si Farah vendió su voto, o al menos si lo supeditó a intereses ajenos al expediente. Y las buenas intencione­s también asfaltan el camino hacia el infierno. ■

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