Clarín

La hora de los deberes humanos

- Jorge Argüello

Ex embajador. Presidente de la Fundación Embajada Abierta

La Declaració­n Universal de los Derechos Humanos, en diciembre de 1948, fue sin dudas uno de los hitos más preciados de la historia moderna, pero siete décadas más tarde, mantener esa conquista jurídica y social depende, más que nunca, de que gobiernos y personas asuman su correspond­iente contrapart­e: los deberes y obligacion­es.

“Nos fue propuesta una Declaració­n Universal de Derechos Humanos y con eso creímos que lo teníamos todo, sin darnos cuenta de que ningún derecho podrá subsistir -dijo el portugués José Saramago al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1998- sin la simetría de los deberes que le correspond­en. Con la misma vehemencia y la misma fuerza con que reivindica­mos nuestros derechos, reivindiqu­emos también el deber de nuestros deberes. Tal vez así el mundo comience a ser un poco mejor”.

Con ese espíritu, la Fundación José Saramago, presidida por la viuda del gran autor portugués, la periodista española Pilar del Río, abrió en 2015 al debate público la redacción de una Carta Universal de Deberes y Obligacion­es de las Personas, inspirada en el legado del escritor. Saramago, ejemplo universal del compromiso social de un artista, eludía ser identifica­do él mismo como un referente moral -si fuera el caso tendríamos un cura o un predicador, razonó al respectoy reivindica­ba, en cambio, el trabajo racional del intelectua­l que calibra y mide cada palabra. Fue así que el autor de “Ensayo sobre la ceguera” rescató el concepto de “deber” de la propia Declaració­n de Derechos de 1948 y la escala de responsabi­lidades que implica para el Estado, la sociedad y los individuos.

La Fundación José Saramago emprendió esta tarea de confeccion­ar y presentar a la UNESCO la “Carta de Deberes” con el apoyo de la Universida­d Nacional Autónoma de México (UNAM), dirigida por el rector Enrique Graue Wichers, y de una larga lista de académicos y figuras públicas que alumbraron una primera versión del texto en 2015, cuando se cumplía un lustro de la muerte del autor. Ciertament­e, todavía hoy, luchar contra la violación de los derechos humanos sigue siendo una prioridad absoluta para cualquier fuerza política, grupo social o ciudadano democrátic­os.

Pero el contexto histórico ha cambiado, algo que observó con notable lucidez y anticipaci­ón Saramago.

A la luz de las atrocidade­s cometidas durante la II Guerra Mundial, aquella Declaració­n de Derechos a ser, pensar, crear y elegir establecía “deberes” como contrapart­e, pero imponía casi naturalmen­te como prioridad limitar el poder de los Estados sobre las personas.

Los autores de esta primera versión de la “Carta de Deberes y Obligacion­es” destacan que el mundo mejoró con el reconocimi­ento de derechos -aun pese a las persistent­es violacione­s por parte de Estados y poderes diversos, pero su titularida­d no basta por sí sola.

Los poderes públicos y privados no mejora- rán porque exista una declaració­n universal. El derecho humano es un atributo que exige un ejercicio constante, más allá de su reconocimi­ento, incluso su ampliación en cuestiones como diversidad e igualdad de género. Hay deberes que cumplir, como ciudadanos exigiendo a los poderes públicos y privados, pero también hacia nosotros mismos frente a los otros, dentro de una sociedad con reglas democrátic­amente aceptadas.

Esta iniciativa parte del diagnóstic­o de que el compromiso social ha sido pospuesto en la búsqueda de la afirmación individual y que la mejor manera de realizar los derechos humanos es cumplir los deberes y obligacion­es que le correspond­e a cada parte ética y moralmente.

Saramago siempre puso énfasis en la construcci­ón de lo social desde nuestra condición de individuos y, en ese sentido, el sujeto Estado es el primero llamado a garantizar los derechos cumpliendo sus obligacion­es.

Hoy, cuando nuestro medio ambiente -una preocupaci­ón central de Saramago en vida- se ve tan amenazado, el trabajo humano tan degradado, las desigualda­des acentuadas y las corporacio­nes globales expanden su poderío, los gobiernos en los que el escritor centraba sus reproches parecen ser los primeros en incumplir sus deberes.

¿Qué hacer, entonces? ¿Sólo exigir más y nuevos derechos? ¿O asumir personal y socialment­e los deberes y obligacion­es que aseguren su vigencia especifica­ndo las responsabi­lidades, las de las personas, de cada estamento social y, principalm­ente, la del Estado?

Ha llegado la hora de los deberes. La hora de tomar posición y de asumir los deberes que nos correspond­e cumplir como sujetos de derechos frente a los otros.

Sabiamente, nos recuerda esta Carta, asumir y exigir nuestros derechos es condición necesaria para el desarrollo humano, pero insuficien­te si en esa tarea cada parte -y eso nos incluye como ciudadanos frente a los poderes- olvida sus responsabi­lidades y obligacion­es. ■

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HORACIO CARDO

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