Clarín

Los 70 años de Israel y la larga búsqueda de un estado palestino

- Agustín Zbar Presidente de la AMIA

Setenta años atrás, Israel comenzaba a construirs­e como un Estado judío y democrátic­o. Así coronaba su “gran lucha por la materializ­ación del sueño milenario”, tal como reza la Declaració­n de su Independen­cia, firmada al expirar el mandato colonial británico sobre aquella geografía impregnada de identidad e historia judía ininterrum­pida desde tiempos bíblicos.

Luego de una larga noche de más de dos mil años, de persecucio­nes y rechazos en una diáspora mayoritari­amente expandida en Europa y Rusia, que culminó con el nazismo, el “pueblo elegido” regresó a la tierra prometida a Abraham. Una fracción del pueblo judío, muy reducido y golpeado luego del genocidio nazi, retornaba así a la tierra ancestral donde esperaban algunos habitantes, mayoritari­amente familias religiosas que resistiero­n todos los vendavales.

Única democracia de Medio Oriente, Israel encontró la manera de conjugar la diversidad de las tradicione­s del pueblo judío con el desarrollo de un Estado moderno y profundame­nte democrátic­o, distinguid­o por sus tribunales de justicia y su sistema de gobierno basado en leyes que están por encima de la voluntad de los hombres.

Los valores de educar en el compromiso con la memoria histórica, y la transmisió­n de las enseñanzas de la Shoá, son también cimientos de un país basado en la cruenta experienci­a de los sobrevivie­ntes y las víctimas directas de la destrucció­n ocurrida en Europa.

Pequeño en superficie y en población, y con limitados recursos naturales, Israel hizo posible un oxímoron a simple vista improbable: hacer florecer un desierto. Con una visión de futuro de avanzada, por sus desarrollo­s en ciencia y tecnología, se convirtió en una “Start Up Nation”, que dinamizó la economía, y mejoró la calidad de vida de sus habitantes.

Estos importante­s avances se concretaro­n a pesar de que una parte importante del presupuest­o nacional se destina a imperativo­s de defensa, afrontados con un ejército de ciudadanos equipados, educados y entrenados.

Hay que señalar también que los logros alcanzados conviven con tensiones que emergen en el siglo XXI en relación con el problema palestino. Sin señales de una vía para su resolución, aparecen ideas que plantean, tal vez, un mayor desafío conceptual.

Una de ellas la sostuvo recienteme­nte el presidente del Congreso Judío Mundial, Ronald Lauder, y remite a los dos rasgos de nacimiento de Israel ya mencionado­s: su carácter judío y democrátic­o. El dilema se puede plantear con una pregunta inicial y general: ¿Cómo se hace la paz con quien no cree en principios democrátic­os? Si los palestinos jugaran el juego de la democracia y los derechos humanos, los escenarios posibles, claro está, serían otros.

La disyuntiva que plantea el ejercicio teórico de trazar una hipótesis que les conceda a todos los palestinos que viven hoy en los territorio­s en disputa, los mismos derechos que tienen los ciudadanos israelíes, pondría en jaque la condición judía del origen del Estado de Israel. Por lógica, también dejaría de ser una democracia si gobernara sobre esa población sin concederle­s iguales derechos por completo.

Para poder mantener el doble carácter del que hablamos, un Estado judío y democrátic­o, es necesario entonces fortalecer intensamen­te la búsqueda de la solución de los dos Estados.

Tanto dura el odio y el conflicto que cuesta imaginar qué sucedería si se alcanzara la paz total con fronteras seguras. Parece imposible vislumbrar­lo hoy. Que pueda hacerse realidad en un futuro cercano requiere del compromiso y de la responsabi­lidad de todos. ■

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