Clarín

Ojo: caen los paracaidis­tas del fútbol

- Marcelo Guerrero mguerrero@clarin.com

A menos de dos meses del debut argentino en Rusia contra la siempre invernal Islandia, entre concursos de viajes, ofertas de plasmas, figuritas cada vez más caras y discusione­s sobre el tercer arquero, la fiebre mundialist­a se expande como un virus estacional. Gente que en su movimiento cotidiano jamás se interesa por el fútbol opina hoy sobre los problemas del estratega Sampaoli para armar una línea de cuatro confiable, la necesidad de encontrar volantes que aporten volumen de juego y, por supuesto, sobre las condicione­s morales del ariete Icardi para integrar nuestra máxima representa­ción deportiva.

Los futboleros históricos -los que lo han jugado con mayor o menor pericia en variadas y desparejas superficie­s, los que han ido de visitante a una cancha de tablones quejosos, los que han llevado a sus hijos hasta clubes recónditos del Conurbano bonaerense para un partido de Liga FAFI- permanecen inmunes al contagio.

No le vengan al futbolero de toda la vida con esa súbita desesperac­ión por ver un Costa Rica-Serbia a las nueve de la mañana ni con el inflamado debate acerca de la utilizació­n del VAR. Al futbolero de siempre no lo encandilan los diseños de la camiseta alternativ­a de Senegal ni las modernas instalacio­nes del Ekaterinbu­rgo Arena.

El futbolero de ley mirará el Campeonato Mundial, aceptará hacerlo en una reunión con desconocid­os, gritará los goles de Argentina -menos que los de su cuadro en un clásico, segurament­e- y brindará después de algún triunfo, mirando con inocultabl­e desdén a paracaidis­tas y advenedizo­s.

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