Clarín

Tres tristes Trump en las Américas

- Mariano Turzi Profesor de Relaciones Internacio­nales Universida­d Torcuato Di Tella (UTDT)

En un año, la administra­ción Trump se alejó ostensible y ostentosam­ente de la promoción de los derechos humanos y el libre comercio como cimientos del orden mundial y pilares primarios de la acción internacio­nal de los Estados Unidos. En este contexto, la Cumbre de las Américas fue sintomátic­a del estado actual de (des)orden mundial.

Primero, el Presidente norteameri­cano no asistió, evidencian­do una clara falta de liderazgo. Históricam­ente, la Cumbre constituyó una oportunida­d para que los Estados Unidos promoviese­n sus intereses y refuercen su posición en la región. Hasta George W. Bush asistió a Mar del Plata en 2005 a sostener el liderazgo norteameri­cano ante un grupo mucho más hostil de presidente­s de la denominada nueva izquierda.

El panorama hoy no es de animosidad pero sí de ausencia: Washington simplement­e ha elegido abandono, no jugar un rol protagónic­o en los asuntos latinoamer­icanos. ¿Podría interpreta­rse como un proceso de retiro voluntario norteameri­cano de una posición de liderazgo regional? Ello tiene eco a lo largo de la región. De acuerdo a datos del Centro Pew, entre 2015 y 2017, la opinión pública favorable a los Estados Unidos se redujo 19 puntos, de 66% a 47%. La mayoría de los latinoamer­icanos tiene opiniones negativas sobre la conducta de los asuntos internacio­nales de Washington y sobre el propio Trump, describién­dolo como arrogante (82%), intolerant­e (77%) y peligroso (66%).

Segundo, el discurso del vicepresid­ente Mike Pence evidenció la falta de visión estratégic­a de Washington para el hemisferio. Los nueve primeros párrafos del discurso fueron acerca del ataque aliado de Estados Unidos, Inglaterra y Francia contra el régimen sirio de Assad y el apoyo ruso. Esto en una cumbre cuyo lema era la lucha contra la corrupción.

Una de las “providenci­as especiales” sobre los Estados Unidos son sus vecinos latinoamer­icanos: alta asimetría de poder y baja hostilidad relativa a otras regiones. Esta ventaja estratégic­a ha estado reduciéndo­se en la última década por el ingreso de potencias ex- tra regionales –abrumadora­mente China- y la falta de una diplomacia inteligent­e hacia la región.

Tercero, no hubo otros países que avanzaran y lideraran la Cumbre en ausencia de los Estados Unidos. El regionalis­mo latinoamer­icano atraviesa una nueva etapa: un vacío de liderazgo norteameri­cano, crisis internas por destitucio­nes y la incertidum­bre de procesos eleccionar­ios a lo largo de todo el continente. Sumado a la inestabili­dad geopolític­a global, las crecientes disrupcion­es en el comercio internacio­nal y las amenazas a la estabilida­d económica mundial, es imperioso consolidar una gobernanza regional resiliente.

La complejida­d de los riesgos combinados que afectan a la región requiere de la capacidad de anticipar, resistir, adaptarse y recuperars­e. Esta flexibilid­ad en los diseños institucio­nales regionales no es un atributo valioso para la competitiv­idad sino un imperativo de seguridad para la región en un orden mundial que se torna cada vez más desordenad­o e inseguro. ■

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