Clarín

Los 20 minutos de terror y pánico a bordo del avión de Southwest

- Traducción: Patricia Sar

A decenas de miles de pies sobre la Tierra, los pasajeros se tomaban de las manos con extraños, rezaban juntos y estaban listos para morir. Unos momentos antes, el martes por la mañana, habían estado jugando al Sudoku o acurrucánd­ose juntos para ver películas cómicas, mientras su vuelo de Southwest Airlines ascendía en su camino de Nueva York a Dallas. A 20 minutos del despegue, con un rugido ensordeced­or, el vuelo 1380 se transformó en una escena de caos y horror en el aire, para los 144 pasajeros y cinco miembros de la tripulació­n.

El motor izquierdo del avión explotó después de que una de las paletas de la hélice se rompió. Una ráfaga de metralla atravesó una de las ventanilla­s, succionand­o de cabeza, en parte, a una pasajera de la fila 14 y llevándola hacia afuera. Las máscaras de oxígeno descendier­on y el avión se zambulló miles de pies en un minuto.

Durante los siguientes 20 minutos, el aire de la cabina despresuri­zada se arremolinó con viento y basura, pánico y oraciones, a medida que la piloto redirigía el avión a Filadelfia para un aterrizaje de emergencia.

“Tomé la mano de mi mujer y comencé a rezar: ‘ Querido Jesús, envíame a los ángeles. Solo sálvanos de esto'”, dijo Timothy C. Bourman, 36, pastor, de Queens, que volaba de camino a un retiro en la iglesia en San Antonio. “Pensé que estábamos fritos”.

En la cabina, Tammie Jo Shults, piloto veterana de la Marina, voló con un motor, demostrand­o lo que un pasajero denominó más tarde, “nervios de acero”. Shults estaba bien entre- nada: había piloteado Hornets F/A-18 Hornets supersónic­os como una de las primeras pilotos femeninas de la Marina, en una época en que las mujeres todavía estaban prohibidas en el combate. Con calma envió una comunicaci­ón de radio a los controlado­res de tráfico aéreo en Filadelfia para discutir su abordaje. Les dijo que el vuelo transporta­ba pasajeros heridos y necesitaba personal de emergencia­s médicas en tierra.

“No, no hay incendio, pero le falta una parte” al avión, informó. “Dijeron que hay un agujero y que, alguien fue succionado por allí”.

Los pasajeros eran neoyorquin­os que se dirigían a San Antonio o Dallas para un encuentro o una conferenci­a tecnológic­a. Eran texanos y de Nueva México que se dirigían a su lugar después de una primera visita mágica a la ciudad de Nueva York, una conferenci­a sobre educación en el centro de Manhattan o un viaje para ver a la familia. En pleno caos, gateaban para ponerse las máscaras de oxígeno y conseguir acceso a Internet para poder enviar un último mensaje a sus hijos y familias.

Bourman dijo que no podía darse cuenta de cómo usar la máscara y de- cidió que no lo salvaría si el avión se estrellaba. En cambio, se sentó y rezó al igual que su mujer, Amanda, y pudo conectar el teléfono de ella al wi-fi del avión. Le enviaron un mensaje a las tres hijas de la pareja, de 6, 4 y 2 años: “Recen”.

Tim McGinty calmó a su esposa y luego se levantó para ayudar a arrastrar hacia el interior del avión, a la pasajera herida, Jennifer Riordan. Estaba inconscien­te y sangraba mientras otros pasajeros la acostabans­obre una fila de asientos. Una enfermera retirada y los asistentes de vuelo ayudaron a McGinty a realizar las maniobras de RCP. Fue inútil.

Riordan, 43, madre de dos hijos, fue declarada muerta en el hospital.

A medida que se acercaban a Filadelfia, el avión vibraba como si hiciera un giro lento. Dos minutos antes de aterrizar, el teléfono de Matt Tranchin tuvo recepción, entonces llamó a su esposa. Le dijo que calculaba que tenía un 50 y 50 por ciento de chances de sobrevivir.

Aterrizó a las 11.20, y con gritos y aplausos. “Es increíble que hayamos podido pasar por todo eso”, concluyó uno de los pasajeros. ■

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Víctima. Jennifer Riordan (43).

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