Los 20 minutos de terror y pánico a bordo del avión de Southwest
A decenas de miles de pies sobre la Tierra, los pasajeros se tomaban de las manos con extraños, rezaban juntos y estaban listos para morir. Unos momentos antes, el martes por la mañana, habían estado jugando al Sudoku o acurrucándose juntos para ver películas cómicas, mientras su vuelo de Southwest Airlines ascendía en su camino de Nueva York a Dallas. A 20 minutos del despegue, con un rugido ensordecedor, el vuelo 1380 se transformó en una escena de caos y horror en el aire, para los 144 pasajeros y cinco miembros de la tripulación.
El motor izquierdo del avión explotó después de que una de las paletas de la hélice se rompió. Una ráfaga de metralla atravesó una de las ventanillas, succionando de cabeza, en parte, a una pasajera de la fila 14 y llevándola hacia afuera. Las máscaras de oxígeno descendieron y el avión se zambulló miles de pies en un minuto.
Durante los siguientes 20 minutos, el aire de la cabina despresurizada se arremolinó con viento y basura, pánico y oraciones, a medida que la piloto redirigía el avión a Filadelfia para un aterrizaje de emergencia.
“Tomé la mano de mi mujer y comencé a rezar: ‘ Querido Jesús, envíame a los ángeles. Solo sálvanos de esto'”, dijo Timothy C. Bourman, 36, pastor, de Queens, que volaba de camino a un retiro en la iglesia en San Antonio. “Pensé que estábamos fritos”.
En la cabina, Tammie Jo Shults, piloto veterana de la Marina, voló con un motor, demostrando lo que un pasajero denominó más tarde, “nervios de acero”. Shults estaba bien entre- nada: había piloteado Hornets F/A-18 Hornets supersónicos como una de las primeras pilotos femeninas de la Marina, en una época en que las mujeres todavía estaban prohibidas en el combate. Con calma envió una comunicación de radio a los controladores de tráfico aéreo en Filadelfia para discutir su abordaje. Les dijo que el vuelo transportaba pasajeros heridos y necesitaba personal de emergencias médicas en tierra.
“No, no hay incendio, pero le falta una parte” al avión, informó. “Dijeron que hay un agujero y que, alguien fue succionado por allí”.
Los pasajeros eran neoyorquinos que se dirigían a San Antonio o Dallas para un encuentro o una conferencia tecnológica. Eran texanos y de Nueva México que se dirigían a su lugar después de una primera visita mágica a la ciudad de Nueva York, una conferencia sobre educación en el centro de Manhattan o un viaje para ver a la familia. En pleno caos, gateaban para ponerse las máscaras de oxígeno y conseguir acceso a Internet para poder enviar un último mensaje a sus hijos y familias.
Bourman dijo que no podía darse cuenta de cómo usar la máscara y de- cidió que no lo salvaría si el avión se estrellaba. En cambio, se sentó y rezó al igual que su mujer, Amanda, y pudo conectar el teléfono de ella al wi-fi del avión. Le enviaron un mensaje a las tres hijas de la pareja, de 6, 4 y 2 años: “Recen”.
Tim McGinty calmó a su esposa y luego se levantó para ayudar a arrastrar hacia el interior del avión, a la pasajera herida, Jennifer Riordan. Estaba inconsciente y sangraba mientras otros pasajeros la acostabansobre una fila de asientos. Una enfermera retirada y los asistentes de vuelo ayudaron a McGinty a realizar las maniobras de RCP. Fue inútil.
Riordan, 43, madre de dos hijos, fue declarada muerta en el hospital.
A medida que se acercaban a Filadelfia, el avión vibraba como si hiciera un giro lento. Dos minutos antes de aterrizar, el teléfono de Matt Tranchin tuvo recepción, entonces llamó a su esposa. Le dijo que calculaba que tenía un 50 y 50 por ciento de chances de sobrevivir.
Aterrizó a las 11.20, y con gritos y aplausos. “Es increíble que hayamos podido pasar por todo eso”, concluyó uno de los pasajeros. ■