Clarín

La auténtica fisonomía de una ciudad

- Juan Bedoian jbedoian@clarin.com

Exagero: si un pueblo descuida su patrimonio histórico de alguna manera está arruinando su alma. Si lo vende, el comprador generalmen­te es el diablo, un mercader al que le importan un cuerno la historia y los patrimonio­s; si lo abandona, está malgastand­o una magnífica herencia acumulada durante siglos por gente visionaria; si lo destruye, es un pueblo bárbaro.

Como casi siempre ha sucedido –ay, patria mía- seguimos hoy navegando en la vieja contradicc­ión: civilizaci­ón o barbarie. Pero no la dicotomía que refería Sarmiento en su libro “Facundo” (1845) en el que la civilizaci­ón estaba representa­da por las potencias extranjera­s y los unitarios criollos, y la barbarie, por América latina, los federales y el interior. Ni la que contrapone la nostalgia de lo que se fue con el progreso que viene. Esta antítesis apela al sentido común y a cosas que no se miden con dinero: la auténtica fisonomía de una ciudad, nuestra marca de origen que aún pervive. Los proyectos de vender hermosos edificios como el del ex diario La Prensa, el de la ex jefatura de Gobierno, remodelar Plaza de Mayo o dejar en el abandono el hermoso Pabellón del Centenario no sólo sugieren un negociado: cuestionan la identidad y la memoria. Sería tan necio renegar de la influencia de los pueblos originario­s como denostar el influjo francés en el diseño de muchos edificios, los bellos parques de Charles Thays y los bulevares porteños bendecidos en diciembre por azules jacarandás .

Esas antiguas rocas, muros y flores son una necesidad del espíritu, ya que el origen y el destino son inseparabl­es.

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