Otro muro de la discordia: el que Israel construye en su límite con el Líbano
Tel Aviv busca protegerse de un eventual ataque. Beirut denuncia una amenaza a su soberanía.
Con las imponentes vistas del valle de Hula (en el extremo nororiental de Israel) a la derecha y la aldea libanesa de Adaissé a su izquierda, Rose Mostovoy, residente del kibutz Misgav Am, explica cuáles son los riesgos a los que se enfrenta esta comunidad fronteriza. “Es uno de los lugares por donde los milicianos de Hezbollah podrían entrar con sus vehículos”, asegura. A su espalda, unos pocos cientos de metros más allá, se perciben las viviendas de la aldea libanesa de Adaissé, aislada del kibutz por dos vallas metálicas, separadas entre sí por unos metros de distancia. La sustitución de esas vallas por un muro de hormigón a lo largo de la frontera es el último punto de fricción entre Israel y el Líbano. Desde Tel Aviv justifican la medida como una fórmula adicional para proteger a las comunidades israelíes ante un posible ataque transfronterizo. Desde Beirut aseguran que supone una amenaza directa a su soberanía.
“El ejército patrulla entre medio de ambas verjas para asegurarse de que que podamos seguir con nuestras vidas”, afirma la joven. Mostovoy señala valle abajo la carretera de tierra batida (en el lado israelí) y otra contigua de cemento (en el libanés) que circundan la ciudad de Metula, a unos 14 kilómetros de distancia. “Cerrándolo están los picos del monte de Hermón y a la derecha los Altos del Golán”, señala Rose. “Como ve nuestros vecinos están muy, muy cerca. Sabemos que tenemos que defendernos”, apostilla entre irónica y seria.
Esta residente rememora lo sucedido en abril de 1980, cuando cinco hombres armados entraron clandestinamente en la comunidad y tomaron el control de la guardería, matando a un niño y al guardia de seguridad que custodiaba el centro. “Entonces, al ejército le llevó toda la noche recuperar el control de la situación, pero finalmente los rehenes fueron liberados y los terroristas de Hezbollah neutralizados”, recuerda.
El comando que asaltó el kibutz pertenecía al Frente de Liberación Árabe (FLA), un partido marxista palestino que contaba con un brazo armado y apoyaba la creación de una gran nación panárabe, liderada por Irak y cuyos principales enemigos eran las fuerzas del colonialismo y del sionismo a las que había que combatir desde una perspectiva regional.
“Puede ser que fuera una organización radical de las de aquella época (en la que proliferaban los frentes para la liberación de Palestina), pero aquellos y los de ahora (se refiere a la milicia libanesa Hezbollah) buscan lo mismo, echarnos de aquí”, espeta. Rose sigue: “¿Ves esa bandera amarilla justo ahí abajo? ¿Es fácilmente reconocible, verdad?”, añade, apuntando con el dedo a un estandarte con el clásico logo en verde del grupo shiíta. “La colocan aquí mismo para asegurarse de que todo el mundo vea quién tiene el poder en esa parte del valle”, puntualiza.
Desde el extremo noroeste de Metula, ciudad eminentemente agrícola, se pueden ver las ca- sas de la ciudad libanesa de Hiyam, testigo de la confrontación bélica entre Hezbollah y el ejército israelí durante el verano de 2006. Una guerra que, aunque breve en el tiempo –se inició con el secuestro de dos soldados israelíes en julio– resultó altamente mortífera y devastadora para las infraestructuras del Líbano, y sorprendió a las fuerzas armadas de Israel, que vieron cómo Hezbollah fue capaz de lanzar cientos de cohetes durante 33 jornadas consecutivas.
Terminada la contienda, la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU obligó a replegarse a los combatientes de la milicia shiíta más allá del río Litani, reduciendo su confrontación directa con Israel. Además, se desplegó un contingente de cientos de cascos azules –liderado por los ejércitos de Francia, España e Italia– para garantizar el alto el fuego. Desde entonces, el número e intensidad de los incidentes transfronterizos disminuyó al mínimo.
Al este de Metula, el verde de las extensas tierras de cultivo es interrumpido por el gris del hormigón del muro que Israel ya construyó hace 15 años en la zona conocida como “good fence” (“buena valla”), el paso fronterizo que fue cerrado tras la retirada del ejército israelí del sur del Líbano en la primavera del 2000 por decisión del entonces primer ministro, Ehud Barak, y por la que hasta entonces los cristianos maronitas libaneses solían pasar a Israel para trabajar o recibir asistencia médica.
“Sin embargo, con el paso del tiempo, se con- virtió en un punto de fricción porque los palestinos del Líbano solían acercarse todos los 15 de mayo para conmemorar allí la Nakba (“catástrofe nacional”, en árabe), cuenta Kobi Marom, reservista del ejército israelí y analista de seguridad. “Construimos el muro y las provocaciones se acabaron”, apunta.
Marom prefiere utilizar el término “obstáculo” antes que “muro”, dado que la barrera puede adoptar la forma de verja electrónica con tecnología muy avanzada, de forma similar a la que Israel ha ido progresivamente construyendo desde 2003 en la parte oriental de Jerusalén, a lo largo de la Línea Verde que separa Israel de Cisjordania y entre los desiertos del Néguev y el Sinaí a modo de nueva frontera con Egipto.
Sin embargo, no es el caso de la impresionante barrera de hormigón que se yergue entre el kibutz de Misgav Am y Metula y que, según estimaciones del gobierno israelí, debería estar terminada antes de finales de año. Para ello, contará con un presupuesto de 35 millones de dólares. El escenario con el que trabaja el servicio de inteligencia militar israelí (Aman) establece que en caso de producirse una nueva guerra, Hezbollah no sólo se defendería como en 2006, sino que contraatacaría invadiendo alguna de las comunidades locales, con vehículos blindados para tirar la verja (algo que no pueden hacer con el muro de hormigón) y secuestrando a sus ciudadanos, tal como ocurrió con la guardería de Misgav Am. ■
La impresionante barrera de hormigón entre el kibutz de Misgav Am y Metula debería estar lista antes de fin de año, según el gobierno israelí.