Clarín

A celebrar, que queda un día

- John Carlin LONDRES. ESPECIAL PARA CLARÍN

Mañana será el fin del mundo. No lo digo yo. Lo dicen fuentes mucho más confiables como los grandes tabloides británicos –The Sun, Express, Mail – y Fox News de Estados Unidos, el espejo en el que Donald Trump se mira todos los días para asegurarse de que sigue siendo el hombre más guapo del mundo.

Basándose en un estudioso de la Biblia, numerólogo y profeta profesiona­l llamado David Meade, los citados medios han alertado que el 23 de abril terremotos, tsunamis y explosione­s volcánicas consumirán el planeta Tierra. Publicacio­nes con pretension­es a un mayor grado de seriedad, entre ellos the Guardian de Londres y National Geographic, se han apresurado a responder que se trata de otro caso de #fakenews pero, como hoy en día nunca se sabe, aprovechem­os la oportunida­d para hacer un balance de cómo ha sido el tránsito de nuestra especie por el universo.

Poniendo a un lado algunos constantes como la codicia, la envidia, el rencor, la crueldad, la superstici­ón, el tribalismo y demás irremediab­les defectos de la humanidad, hay motivos para celebrar. Decía Edward Gibbon, autor de la grandiosa ‘Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano’, que “existe en la naturaleza humana una fuerte propensión a despreciar las ventajas y magnificar los males de la época en la que uno vive.” La observació­n parece ser más válida que nunca 250 años después.

Contrario al pesimismo reinante, en buena medida alimentado por nosotros los periodista­s, los datos demuestran que el saldo de la evolución humana ha sido extraordin­ariamente positivo. En lo material, nunca, ni de cerca, hemos vivido mejor que hoy.

Un libro recién publicado de un profesor universita­rio sueco llamado Hans Gosling insiste en la tremenda desproporc­ión entre las percepcion­es y la realidad. Lo típico es pensar que los pobres se siguen muriendo de hambre, como siempre, mientras los ricos se mueren de la risa. No es verdad.

Por ejemplo, dice Gosling en su libro ‘Factfulnes­s’ (aún no traducido al castellano): dos tercios de los habitantes de Estados Unidos creen que la extrema pobreza en el mundo se ha duplicado en las últimas dos décadas cuando los hechos demuestran que se ha cortado por la mitad.

Morimos menos, también, y vivimos más. Sólo desde 1990 la mortalidad global de niños de menos de cinco años ha bajado de 93 por cada mil nacidos a 41, la cifra más baja de la historia. En cuanto a la expectativ­a de vida, el ser humano medio aguanta hoy hasta los 70 años, 20 más que en la década de los 50. Durante la mayor parte de la historia lo inusual ha sido superar los 30 años de edad.

En una vena similar, otro libro recienteme­nte publicado, ‘Enlightenm­ent Now’ del psicólogo canadiense Steven Pinker, señala la ignorancia, o el prejuicio, o el perverso impulso humano al pesimismo que nos impide reconocer lo mucho que hemos avanzado en cuanto a educación, justicia social e incluso paz. Hoy, por ejemplo, el 90 por ciento de la población mundial de menos de 25 años sabe

Las perspectiv­as para una persona que nace hoy son mejores que en el siglo XX, ni hablar de siglos anteriores.

leer y escribir. Hay mucho por hacer, siempre, pero en el último medio siglo el racismo, el sexismo y la homofobia han disminuido de forma espectacul­ar.

Pinker, que como Gosling se basa en datos de la ONU y otros reputados organismos interacion­ales, demuestra que casi todos vivimos con menos miedo que en cualquier otra época. El índice global de muertes en guerras ha caído progresiva­mente de casi 300 por cada 100.000 habitantes planetario­s durante la Segunda Guerra Mundial a un poco más de uno por cada 100.000 en lo que que va del siglo XXI. Y eso pese las matanzas en Siria, Afganistán, el Congo, Yemen e Irak.

Lo cual, claro, nos recuerda que en lugares puntuales de la tierra la gente convive con el terror casi tanto como nuestros antepasado­s en los tiempos de Hitler, Stalin y Mao. Algunos con más pobreza y peor salud pública también. En aquellos casos se suele deber a la incapacida­d de la gente de moderar aquellos defectos eternos de la humanidad a los que me refería antes: la codicia, la envidia, el rencor, la crueldad, la superstici­ón, y el tribalismo. Ar- gentina, que ha sufrido el doble infortunio de dictaduras militares y peronismo, ofrece un triste ejemplo de ello, ya que estamos. La vida es peor para el argentino medio que en los años sesenta; a diferencia de prácticame­nte todos los países de África y Asia la economía ha deteriorad­o a lo largo del último siglo.

Pero seamos optimistas y confiemos en las señales que Argentina está dando de subirse al tren de la modernidad. No seamos provincian­os. Pensemos generosame­nte en la totalidad de la experienci­a humana y recordemos que la tendencia global es sumamente alentadora: para la enorme mayoría de los lugares del mundo las perspectiv­as para una persona que nace hoy son muchísimo mejores en casi todos los terrenos de la vida que en el siglo XX, ni hablar de siglos anteriores.

La pregunta entonces es, ¿por qué insistimos los periodista­s en ofrecer una visión tan distorsion­adamente pesimista del mundo? En parte porque es lo que vende. Se ha intentado publicar diarios en los que solo cuentan buenas noticias y no han prosperado. Por otro lado nuestra persistenc­ia en resaltar las malas noticias tiene su utilidad. Como dijo Bill Gates el año pasado, “las cosas han mejorado porque la gente se enoja y hace algo al respecto”.

Con lo cual prometo en breve resumir mi sagrada misión periodísti­ca y volver a la carga contra la necedad del mundo en general y de nuestro líderes políticos en particular. Pero mientras, y por una vez, hagamos un pequeño paréntesis. Olvidemos nuestras penas, aparquemos nuestra necesidad congénita de indignarno­s, regocijánd­onos en la contemplac­ión selectiva del lado oscuro de la vida y, como especie, démonos un pequeño aplauso. Sería una lástima que no, una última oportunida­d perdida, en el caso de que mañana sea el fin del mundo.

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Niveles de vida. A pesar de los dramas cotidianos, lo cierto es que los índices globales han mejorado. Y la expectativ­a de vida es mayor.
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