Clarín

Hora clave de Cambiemos

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

El Gobierno atraviesa otro momento difícil. Que forma una nube sobre el horizonte electoral del 2019. Sería la cuarta ocasión en dos años, si se hace un cómputo a trazo grueso. La primera, como ahora, resultó detonada por el tarifazo del 2016 (gas, luz y agua) que se vio forzado a revisar. La segunda, provocada por la desaparici­ón y muerte del artesano Santiago Maldonado, en el medio de un conflicto con grupos mapuches radicaliza­dos de Chubut. La tercera, la reforma previsiona­l que modificó la ecuación para compensar los haberes jubilatori­os. Convertida en una verdadera pulseada de poder con la oposición. Con reflejo en la violencia callejera.

Ahora regresó la discusión por la actualizac­ión de tarifas. Aunque en un contexto quizá más erosionado que en las oportunida­des anteriores. Por cuestiones que atañen antes a déficits del propio Gobierno que a méritos de la oposición. La promesa de la baja inflaciona­ria viene perdiendo credibilid­ad porque los números continúan siendo altos. Cambiemos debe dedicarle tiempo, con frecuencia, a explicar porosidade­s en la pureza de su gestión. Existe una tensión permanente entre la legalidad y la ética. La saga comenzó en diciembre con el escandalet­e de Jorge Triaca, el ministro de Trabajo. Se prolongó en Juan José Aranguren, el ministro de Energía, Luis Caputo, el ministro de Finanzas y Nicolás Dujovne, su par de Hacienda. La nómina puede continuar. La combinació­n de aquellos dos factores, sumados a otra vuelta de tuerca en las tarifas, servirían para alegar las oscilacion­es del humor social. Sobre todo, en las capas que se aferraron a Cambiemos para ponerle fin al kirchneris­mo.

El dato político novedoso en la Argentina, dentro del marco de turbulenci­as, sería la capacidad de flotación de la coalición oficial. Un aspecto clave para la gobernabil­idad. Que abre una puerta hacia el futuro, incierta en el presente: la chance que Cambiemos vaya mutando de una alianza electoral exitosa en otra de gobierno.

Se trata de una transición compleja. Porque no parece todavía bien internaliz­ada por ninguno de sus actores. El PRO es un partido que abunda en formalidad­es. Pero la conducción, con sus bemoles, la ejerce sólo Mauricio Macri. Las discusione­s se dan en la intimidad de su círculo. Ni siquiera muchas veces integran el ámbito partidario. Aunque tallan Marcos Peña, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta. La Coalición Cívica se sintetiza en Elisa Carrió. El radicalism­o parece la expresión más diversa por una confluenci­a de razones: posee mayor tradición política que los demás socios, cuenta con un núcleo de dirigentes que conservan, aunque menguado, poder territoria­l. Tiene la ambición de recuperar protagonis­mo que fue resignando durante los períodos del alfonsinis­mo y de la Alianza que comandó Fernando de la Rúa. Parece natural que con tal composició­n surjan las fricciones en la entente oficialist­a.

Aquello que está faltando, dentro y fuera de Cambiemos, es el sentido cultural y político que emana de cualquier coalición. Basta con mirar a Uruguay y Chile para entenderlo. El Frente Amplio y la Concertaci­ón están integrados por una decena de partidos. En un abanico que abraza desde el comunismo hasta la democracia cristiana. Perviven desde hace más de 30 años. Nuestro país exhibe dos condiciona­ntes históricos. La institució­n del hiperpresi­dencialism­o. También el predominio que tuvo, al menos desde la recuperaci­ón democrátic­a, el peronismo en el ejercicio del poder. La representa­ción peronista fue siempre vertical. Con exacerbaci­ones muy marcadas, como las del ciclo kirchneris­ta.

Por esa razón, cualquier discusión en Cambiemos, más allá de la importanci­a que tenga, parece ser visualizad­a siempre como una crisis. Incluso en la sociedad común. Aquella que resulta espectador­a alejada de los avatares políticos. Ese constituye un desafío que Macri y sus socios deberán superar. Tal vez, apelando con más frecuencia al ejercicio de la horizontal­idad. ¿Hacía falta que se desataran las tensiones internas para que el Presidente resolviera escuchar ecuaciones alternativ­as al ajuste tarifario drástico de Aranguren? ¿Hacía falta la previa advertenci­a de Carrió?

La necesidad de recomponer tarifas no significó una discordia dentro de Cambiemos. La cuestión fue la metodologí­a. En una sociedad estragada por la pobreza. Que insinúa comprender que, al fin, la fiesta kirchneris­ta habría que pagarla. Como sucedió, de modo infinitame­nte más traumático, cuando se extinguó el menemismo. Las cifras sobre subsidios gastados en los últimos doce años son espeluznan­tes. Están en conocimien­to de Carrió y los radicales. Se inyectaron en ese tiempo US$ 51 mil millones en las tarifas de luz para hacerlas dóciles a los bolsillos. También se recurrió a otros US$ 27 mil millones para morigerar el pago del consumo de gas. Es decir, cerca de US$ 80 mil millones. El sistema quedó colapsado. Volver de ese descalabro no resulta agradable para nadie.

En ese punto radicaron las diferentes percepcion­es en la coalición oficial. El macrismo está obsesionad­o por recuperar terreno para atraer las inversione­s y empujar el hasta ahora tibio crecimient­o económico. Pero esas variables no responden a ninguna magia. Las inversione­s podrían llegar cuando se recomponga la confianza global en el país. Política, económica, jurídica e institucio­nal. Probableme­nte ni siquiera alcance con dos hipotético­s mandatos de Cambiemos. Mientras tanto, no se puede descuidar a una población sufrida sin cuya participac­ión resulta imposible apuntalar cualquier poder.

Sobre ese aspecto, Carrió y el radicalism­o demostraro­n mayor piedad espontánea. La diputada fue una pieza clave para que el Gobierno frenara. Como sucedió cuando el fuego amenazó en diciembre la reforma previsiona­l. Sin perder de vista nunca lo que estaba en juego. La mujer se pronunció al comienzo, en medio del fragor, por la suspensión de los aumentos. Advirtió el error luego de una comunicaci­ón con la Casa Rosada. Lo cambió por la idea de una salida consensuad­a. Los radicales elaboraron el programa del pago cuotificad­o y no estacional que atenúe el impacto. La receta que terminó aceptando el Presidente. ¿Se corren riesgos? Quizás habrá que mirar cuánto decae la inflación.

Cambiemos convive con sus dificultad­es. Además, no está sola en el teatro político. Aunque se percata un poco tar- de. La oposición fragmentad­a encontró en este asunto de altísima sensibilid­ad social una estación de encuentro. Anticipó la época que amanece: la del reto permanente a las minorías oficiales en el Congreso. Con la mira en el año electoral. El kirchneris­mo y la izquierda llevaron la iniciativa. Con matices diferencia­dos en las propuestas, se montaron el Frente Renovador y el bloque peronista. Aquel que bajo la batuta del senador Miguel Angel Pichetto alumbró en Gualeguayc­hú. Que en los dos años iniciales de Macri colaboró para franquear ciertas leyes. Ahora empiezan a privilegia­r la confrontac­ión con Macri, sin hacerle asco a la compañía kirchneris­ta.

Al Gobierno lo terminaron salvando la semana pasada una comunión de imponderab­les. Aunque la ofensiva opositora continuará. En primer término, cierta premura de esa oposición para realizar la sesión especial. Cuando el ajuste de las tarifas representa todavía una discusión teórica. Una situación distinta hubiera sucedido, a lo mejor, con las primeras boletas de gas liquidadas en las manos y en el recinto. También sorprendió la falta de quórum. El titular del FPV, Agustín Rossi, había asegurado el martes, delante de Emilio Monzó y Mario Negri, que contaba con número de sobra. En el camino quedó una trapisonda oficialist­a que evitó que se llegara a la cifra de 129 del quórum. De todos modos, para aprobar un proyecto, la oposición hubiera requerido los dos tercios. Por tratarse de una sesión especial.

La conducta de los gobernador­es también resultó dispar. Influyó en la frustració­n opositora. Pero existieron señales que Cambiemos no debe soslayar. Hubo diputados por Córdoba, que lidera Juan Schiaretti. Hombre de diálogo fluido con Macri. El gobernador habría ofrecido su provincia como sede para la próxima cumbre del peronismo federal. También se hizo notar Pablo Kosiner, discípulo de Juan Manuel Urtubey. El mandatario de Salta está desmalezan­do el terreno para distanciar­se del Gobierno y dar un envión a su candidatur­a presidenci­al.

El gran incordio en el peronismo sigue siendo Cristina Fernández. Sus posturas extremas espantan a los aliados y sólo convocan a la izquierda. Propuso, por ejemplo, rebajar las tarifas. También esa intransige­ncia constituye un escollo para aquellos dirigentes que promueven la unidad kirchneris­ta-peronista del 2019. Y así terminar con Macri. Aún con la presunción de que la ex presidenta acepte marginarse para facilitar el acuerdo, resulta quimérico pensar en su jubilación. Menos aún que repliegue a su tropa. El FpV renovará en 2019 a 38 diputados y dos senadores. Entre los que figuran nombres urticantes: Máximo Kirchner, Axel Kicillof, Eduardo De Pedro, Rodolfo Tailhade y Andrés Larroque. Que la última semana rindió un homenaje en el recinto al encarcelad­o Julio De Vido.

Tal paisaje podría deleitar los ojos de Macri. Alimenta además su proyecto de reelección. Las ventajas políticas continúan siendo entonces las de siempre. Podrá añadir el efecto de la obra pública, impulsada con inversione­s millonaria­s. Son activos que nadie sabe hasta dónde alcanzarán. Sobre todo, si no logra también domar la inflación y mejorar la transparen­cia de su equipo.

Entre 2003 y 2015 se inyectaron cerca de 80 mil millones de dólares en subsidios a las tarifas de electricid­ad y gas.

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Ministro de Energía, Juan José Aranguren.
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