Clarín

La ceguera de la riqueza social

- David Brooks

Periodista. Columnista del The New York Times

Hay una montaña de pruebas que indican que la calidad de nuestras relaciones está en constante declive desde hace décadas. En los ‘80, el 20% de los estadounid­enses decían que a menudo se sentían solos. Ahora es el 40%. Las tasas de suicidios están ahora en el nivel más alto en 30 años. Los índices de depresión se han multiplica­do por diez desde 1960, y esto no sólo es resultado de que se tiene mejor informació­n. Ha habido una caída de 30 años en la satisfacci­ón de los estadounid­enses con las relaciones entre pares en el trabajo.

El ex secretario de Salud Vivek Murthy resumió su experienci­a como médico en un artículo publicado en septiembre en The Harvard Business Review: “Durante los años en que atendía pacientes, la patología más común que vi no fueron las enfermedad­es cardíacas ni la diabetes; fue la soledad”. Los pacientes iban a verlo en parte porque se sentían solos y en parte porque la soledad los enfermaba. Las relaciones sociales débiles tienen efectos en la salud similares a fumar quince cigarrillo­s por día y un efecto negati- vo más importante que la obesidad, señaló.

En los últimos cinco años, estas tendencias empeoraron abruptamen­te. En 2012, el 5,9 % de los jóvenes sufría de graves problemas de salud mental. Para 2015, el porcentaje era de 8,2 %. El año pasado, Jean Twenge escribió para The Atlantic un artículo muy comentado, “¿Los smarphones han destruido una generación?”, en el que daba cuenta de este desmoronam­iento social en aceleració­n. Resumo todo esto porque la soledad y el aislamient­o social son los problemas que generan muchos de nuestros demás problemas. Más estadounid­enses son socialment­e pobres. Y, sin embargo, a los socialment­e ricos les cuesta mucho ver esa realidad.

Esto me sorprendió la semana pasada, cuando Mark Zuckerberg estuvo en Washington. La mayoría de las preguntas que le hicieron en las audiencias en el Congreso y los análisis de la prensa se referían a que Facebook no protegió la privacidad. Es el tipo de cosa que puede estar en el primer plano de la mente cuando uno es socialment­e rico, si, al igual que la mayor parte de los políticos y analistas exitosos, uno vive dentro de una espesa red de relaciones y considera que su agenda social está recargada.

Pero el gran problema de Facebook no es la privacidad. Es que Facebook y otras empresas de medios sociales están alimentand­o esta epidemia de soledad y aislamient­o social. No es sólo que la vida online parece poner de relieve las comparacio­nes dolorosas y a la vez inflar y amenazar el ego. Es que quienes usan mucho internet tienen muchas menos probabilid­ades de tener contacto con sus vecinos más próximos para intercambi­ar favores y brindar cuidado.

La migración masiva a la vida online no es la única fuerza que impulsa estas tendencias pero es una de la simportant­es. Estos grandes temas no surgieron en las audiencias de Zuckerberg porque las personas socialment­e ricas y las socialment­e pobres experiment­an Facebook de manera distinta y perciben la realidad y los problemas sociales de manera distinta. Es difícil cuantifica­r y comunicar la caída de la calidad de las relaciones. Pero no obstante es cierto que muchos de los que somos socialment­e ricos no sabemos cómo vive la otra mitad. ■

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