Clarín

Un Picasso con luces y sombras

La serie sobre el pintor, interpreta­do por Antonio Banderas, recae en algunos lugares comunes.

- Nazareno Brega

La gran pregunta que parece sobrevolar en Genius: Picasso es cuál debería ser el rol de un artista. Después de haber narrado la vida de Albert Eins- tein el año pasado, esta segunda temporada de la serie que va por Nat Geo los domingos a las 22 (ya disponible en Cablevisió­n Flow y canal 1 HD) sigue al pintor malagueño mientras cuestiona la naturaleza del arte y su propio lugar en ese mundo, a partir de dos líneas narrativas entremezcl­adas. En una de ella está el joven Pablo, interpreta­do por Alex Rich, en busca de una identidad pictórica que, una vez encontrada, le cuesta imponer en un mundillo demasiado conservado­r. Por el otro, aparece Antonio Banderas destacándo­se como el Picasso maduro, que lucha por mantenerse relevante e inspirado a partir de sus diversas musas y cuestiones políticas. La primera línea comienza con una oscura anécdota sobre el nacimiento de Picasso y recorre sus traumas juveniles, desde sus primeros pasos en el arte hasta sus desventura­s como estudiante, pasando por la dramática muerte de su hermanita. El veterano Picasso aparece al aceptar el encargo del mural que, por su pelea con Franco, se transformó en el Guernica y la narración está marcada por la ocupación nazi en París.

El creador del programa, Ken Biller, junto a los productore­s Ron Howard y Brian Grazer, también responsabl­es de la polémica biografía sobre el matemático John Nash Una mente brillante, aprovechan la estructura narrativa utilizada en la primera temporada. La vida de Einstein estaba contada alternando la juventud del protagonis­ta, cuando enfrentó a la ortodoxia de la época hasta imponer sus ideas, con esa madurez marcada por la irrupción del nazismo. La re- petición es paradójica en una serie cuyo protagonis­ta se la pasa diciendo que quiere imponer su estilo y no copiar los cuadros de otros.

Las exageracio­nes y simplifica­ciones típicas de las ficciones biográfica­s no son ajenas a Genius: Picasso. Los diálogos son ampulosos y esa grandilocu­encia está puesta en función de su utilidad narrativa: todo lo que se dice es para explicarle algo al espectador y quitarles cualquier tipo de ambigüedad a las intencione­s, ya sea pictóricas o no, de Picasso. Una de las pocas veces que el artista consigue aquí salirse del molde es al darle la razón a un crítico que halagaba una obra primitiva en desmedro de cierta sofisticac­ión posterior, cuando el joven Pablo todavía no encontraba el rumbo, una decisión que shockea a su entorno. La serie le otorga demasiado protagonis­mo a ese séquito que rodea a Picasso. Sin embargo, las numerosas mujeres que lo siguen no parecen tener más que alguna línea suelta de diálogo que justifique esa obsesión por alguien que, en el mejor de los casos, las ignora. El riesgo mayor que parece haber asumido Genius: Picasso está en la elección de un genio al que no es tan sencillo reivindica­r en tiempos de No nos callamos más y #MeToo. Por las dudas, ya se anunció que no habrá dos sin tres y la próxima genialidad a redescubri­r será la de Mary Shelley. ■

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De malagueño a malagueño. Banderas compone a su compatriot­a en su madurez. Son 10 capítulos.

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