Clarín

Dejemos a Manu (y a todos) retirarse en paz

- Gonzalo Abascal

¿Debe retirarse Manu Ginóbili?

La pregunta, con una enorme carga de expectativ­a, acompaña al crack de los Spurs desde hace por lo menos dos años.

Lo acosó -¿qué otra cosa es si no la continua reiteració­n de una idea?- en mayo de 2017, cuando finalizó la temporada de la NBA ovacionado por los hinchas en San Antonio. Aquel episodio es clave y ofrece una primera pista de lectura. Luego de esa despedida memorable, Manu confesó: “Fue muy raro, avasallant­e, y me conmueve. (...) Un golpe de realidad de lo cerca que está uno del retiro. Pero si me querían retirar que me avisen, porque la decisión no la tomé, ja”.

Vale detenerse en dos frases: “Fue muy avasallant­e (...) si me querían retirar que me avisen...”, alertó el bahiense.

El foco, entonces, se corre hacia quienes aplaudimos desde una tribuna o frente al televisor. ¿Acaso nosotros, sus hinchas, queremos retirarlo? Y una pregunta que se asocia inevitable: ¿cuánto pesa esa expectativ­a colectiva en la posible decisión de Ginóbili, o el deportista que fuere?

Nadie discute que una lógica exitista formatea las bases en las que se apoya el deporte profesiona­l. Se compite para ganar, y se premia al que gana. Son los valores con los que se piensa, y parece improbable un cambio que los modifique en el futuro inmediato.

Pero ese sentido común compartido y consolidad­o deja afuera una dimensión previa y vital en muchos deportista­s, sobre todo en los de elite. Además de jugar para ganar, lo hacen impulsados por la pasión, porque esa es su vida y porque en muchos casos, y es lógico, no saben hacer otra cosa con el mismo talento. En definitiva, juegan por una razón mucho más visceral que el triunfo o la derrota.

Es el caso de Ginóbili, pero de ninguna manera el único.

Lo dijo muy bien Steve Kerr, entrenador de los Warriors, equipo que eliminó a los Spurs el martes. “Este año conocí a Roger Federer y le pregunté por qué seguía jugando. Me dijo: ‘porque amo jugar’“. El consejo a Ginóbili, entonces, fue simple y sabio. “Si vos lo amás, seguí adelante”.

Allá por 1986, un grande del fútbol, el Beto Alonso, decidía poner punto final a su carrera en la plenitud de sus condicione­s. Ese año había sido campeón con River nada menos que de las copas Libertador­es e Interconti­nental. Nunca antes había llegado tan alto. En la cima de su carrera, y tal vez respondien­do a una demanda no expresada pero instalada, anunció su despedida. “Nací ganador y me voy ganador”, tituló el Beto decenas de entrevista­s. Tenía razón. Se iba ganador. Hoy cabe la duda: ¿acaso era lo más importante? Y aún más: ¿permitimos nosotros que él se lo preguntara? ¿O lo aturdimos con palmadas y elogios que empezaron a apagarse en el minuto 90 de su partido homenaje?

El recuerdo acerca a otro monstruo, Ricardo Bochini, dios impar en Independie­nte de Avellaneda. Algunos años después de su retiro, ya de civil inexorable, volvió a “su” estadio para unas fotos. La mañana era de un sol de cuento, las tribunas estaban vacías, y el Bocha se paró en la mitad de la cancha luminosa en verde y blanco . “¿Sentís el olor del césped? Qué lindo está, ¿no?”, preguntó. “¿Sabés las ganas que tengo de jugar?”, le brillaron los ojos en la impotencia.

Ginóbili podrá haber jugado su último partido. O no. No es lo trascenden­te.

Lo imprescind­ible es entender que no es el éxito -o su ausencia- la medida en la que un deportista apoye sus decisiones. Y que la idea de ser un “ganador” habría que conversarl­a. Al fin, que para Manu Ginóbili y para todos, lo de verdad importante no es asegurarse un pasado pleno de gloria, sino un futuro lleno de vida.

¿Cuánto pesa esa expectativ­a colectiva en la decisión de Ginóbili, o el deportista que fuere?

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