Clarín

El caudillo populista (norte) americano

- Federico Finchelste­in

El caudillo populista americano se fue a la guerra? La respuesta es que no pero su uso de la violencia como herramient­a política de primer orden demuestra, una vez más, que Trump continúa incansable­mente con su original reformulac­ión de la historia populista. Donald J. Trump bombardeó Siria repitiendo así una medida similar al año anterior.

Poco cambió luego de las bombas en el terreno de la guerra civil del país de Medio Oriente pero Trump utilizó la fallida declaració­n del ex presidente George

W. Bush, al comienzo y no al final de la guerra de Irak, “Misión cumplida”, para demostrar que no piensa ampliar la participac­ión estadounid­ense en la guerra de ese país.

Las bombas trumpistas fueron un mensaje pero ¿para quién? y ¿qué significa entonces que la misión fue cumplida? La respuesta es doble. Fueron un mensaje para los sirios y para sus aliados Rusia e Irán, pero el mensaje fue también para el pueblo estadounid­ense. Fue un acto sobre todo de política interna.

En efecto, en Estados Unidos muchos observador­es de la prensa y la academia piensan que los misiles lanzados tienen que ver menos con una respuesta al nuevo ataque químico de la dictadura de Assad a su población civil y más con los problemas internos de Trump. Todo contribuye a pensar que Trump, quien ha reducido sustancial­mente la llegada de refugiados sirios, no está realmente preocupado por las víctimas. Trump intenta desviar la atención.

Investigac­iones judiciales sobre la colaboraci­ón rusa con su campaña, dudosos pagos a una actriz pornográfi­ca y a una modelo de playboy que dicen haber sido las amantes del Presidente, serios problemas en el gabinete y la publicació­n del libro de su exdirector del FBI, James Comey, quien acusa a Trump de ser un “mentiroso serial”, de tratar a las mujeres como “carne,” y de estar “moralmente incapacita­do para ser presidente”, mantienen a Trump bastante nervioso y poco controlado. Pero nada de esto es nuevo y, de hecho, las crisis continuas y la polarizaci­ón constante son típicas de todos los gobiernos populistas. En Argentina, por supuesto, nos sobran memorias de esta situación.

Como todo populista, Trump hace política con las continuas crisis generadas por su gobierno. Esa constante inestabili­dad del Presi- dente, tantas veces malinterpr­etada en Estados Unidos como el último capítulo previo a su partida o remoción, es en realidad su liderazgo.

Es necesario entender que Trump representa un estilo de gobierno cambiante que se justifica a través de los caprichos y opiniones de un momento en particular pero que siempre mantiene la infalibili­dad del líder. Este estilo se ha demostrado duradero en otros contextos históricos y los artificios y la representa­ción de una realidad apocalípti­ca no implica el apocalipsi­s. Al menos, no por ahora.

Su uso de la violencia mediática, y mediatizad­a, no es nuevo. Si como había dicho el pensador judío-alemán Walter Benjamin, el fascismo fue el primero en hacer de la política una estética del espectácul­o y luego los fascistas hicieron de este espectácul­o una realidad con millones de víctimas y Benjamin se convirtió en una de ellas; los populistas continuaro­n esta tradición performati­va luego de 1945 pero sin la violencia, la guerra y el racismo de Hitler y Mussolini. Trump parece querer combinar ambas posibilida­des. Y lo hace más cerca del populismo que del fascismo. Más allá de los bombardeos, que fueron más bien un espectácul­o, es claro que Trump es capaz de hacer uso de la violencia y la guerra, como lo hace también con el racismo. Trump es un líder que pretende que el pueblo en su conjunto son sólo aquellos que lo votan, que se piensa como el pueblo personific­ado, que se presenta como el héroe del pueblo que combate a las elites y al “Estado profundo” de Washington, que degrada institucio­nes democrátic­as y convierte a sus antagonist­as políticos en enemigos del pueblo y de la nación. El espectácul­o de la guerra externa es una herramient­a más de su populismo como también lo ha sido para presidente­s populistas como Carlos Menem en Argentina, Alberto Fujimori en Perú y Recep Tayyip Erdoğan en Turquía. En términos de guerra interna, Perón y su Triple A en su tercera presidenci­a y más recienteme­nte Álvaro Uribe en Colombia no dejaron de usar la violencia interna como eje de su política. Pero todas estas son excepcione­s. En su historia, el populismo ha tendido en general a hacer uso de la guerra como espectácul­o y no como una realidad de larga duración.

El populismo ha mantenido a la guerra sobre todo en el espectro del discurso. El espectácul­o de guerra y crisis política son constantes de un proceso histórico que es muchas veces longevo. El trumpismo parece mantener esta tradición. Sin embargo, nunca antes de Trump este espectácul­o fue llevado a cabo desde el poder que confiere ser el líder del país más poderoso del mundo, y esto hace a Trump mucho más peligroso que todos sus predecesor­es y quizás menos duradero. ■

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HORACIO CARDO

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