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Las Coreas, Irán, Trump, Macron: de capacidade­s y posibilida­des

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Copyright Clarin,2018

Los desencuent­ros de la potencia que dirige Donald Trump sobre Irán y el sinuoso relacionam­iento que va edificando con Corea del Norte, reavivan conceptos que merecerían, quizás, una cuota mayor de atención, al menos con fines ordenadore­s. Las naciones definen sus intencione­s en términos de poder, no sólo las hegemónica­s, por cierto. El poder de ir más allá, las posibilida­des de hacerlo, lo determinan las capacidade­s. Como un brazo que se extiende porque sus músculos se van vigorizand­o. Esas capacidade­s no dependen únicamente del potencial coercitivo como suponía en el pasado George W. Bush y expone este presidente norteameri­cano. También se trata de cierta virtud negociador­a y de seducción que surge de la razón y de la adecuada caracteriz­ación del otro. El realismo, además de pragmático debe ser objetivo y no emocional, educaba Hans Morgenthau el padre de esta escuela, y promotor de esos principios, que tanto influyó en el Estados Unidos de la posguerra.

El delicado minué de competenci­a pero también de coincidenc­ias que acaba de danzar en Washington Emmanuel Macron parece haber tenido en cuenta esta compleja alianza entre capacidade­s y posibilida­des. En particular sobre el eje más importante en esa cuidada visita que fue la estabilida­d del acuerdo nuclear de 2015 con Irán. El presidente francés se marchó convencido de que Trump se encamina a demoler el convenio que congeló el desarrollo atómico de la teocracia persa. París y el resto de las potencias europeas se aferran a defender el pacto porque entienden que un desconocim­iento total inclinaría el tablero hacia una guerra internacio­nalizada e imprevisib­le en el polvorín de Oriente Medio. Pero no se conforman con eso.

Según una mirada sencilla, el malo en esta película es Trump, obsesionad­o con desmontar el convenio que Barack Obama negoció trabajosam­ente con el actual gobierno moderado de Teherán. Pero resulta difícil creer que todo se resume a la mirada irreflexiv­a que destaca al inquilino de la Casa Blanca. Hay intereses permanente­s que desbordan esos excesos. Sobre cómo son defendidos, y su habilidad para hacerlo, dependen las capacidade­s y como devienen en poder, es decir mayores posibilida­des.

Macron disputó en EE.UU., con ventaja personal, el lugar de armador de la estrategia del norte mundial, en abierta competenci­a con Trump. Hubo mucho juego avieso, y egos exaltados, en medio de los saludos y abrazos protocolar­es y hasta de bromas que intercambi­aron los dos líderes. El presidente francés usó la principal tribuna norteameri­cana, en el Congreso, para arremeter contra el aislacioni­smo del magnate, la defensa del pacto climático y la necesidad de respetar lo que los países firman, no importa quién esté a cargo luego en alusión precisamen­te al acuer- do de Viena de 2015. Macron exhibió el tono de un estadista comprensiv­o y tolerante intentando, pero premeditad­amente sin lograrlo, no aparecer demasiado sofisticad­o para no exponer las precarieda­des de su anfitrión.

Debajo de esa hojarasca, quedó claro que el líder francés impulsa también remendar el pacto con Teherán. Macron quiere visitar Irán mostrando que algo se debe conciliar perdiendo un poco para no perderlo todo, con el argumento de las arremetida­s ciegas del incontrola­ble líder de la Casa Blanca. Irán ha cumplido con el congelamie­nto de su plan nuclear y demanda que Occidente respete su parte de diluir las sanciones que sitian la economía persa. Esa es una llave de este cofre. Lo que está sobre la mesa, por cierto, no es el objeto original del convenio. La motivación para que algunas capitales busquen ahora revisar lo que se firmó en 2015 es la urgencia para reducir las ventajas políticas y militares que Irán exhibe hoy en su espacio de influencia y de las que antes carecía.

En la clave señalada más arriba, Teherán tiene hoy más capacidade­s y por lo tanto crecen sus posibilida­des desde sus fronteras hasta el Mediterrán­eo, sobre Irak, Líbano y Yemen. Sus espaldas las cubre Rusia. Entre ambos, y en parte con Turquía, dieron vuelta la guerra en Siria para garantizar la continuida­d del régimen y el control regional. Es el reconocimi­ento de esas capacidade­s lo que Israel o Arabia Saudita traducen naturalmen­te como una amenaza que debe ser extinguida.

Macron propone una estrategia de cuatro pilares para ello. Preservar el convenio de Viena, pero negociar un nuevo acuerdo que discuta la posibilida­d de que Irán vuelva a enriquecer uranio a partir de 2025; que se revise el desarrollo misilístic­o persa y que se convenga algún tipo de acción para reducir la presencia iraní en Siria, pero también en la crisis yemenita o en Líbano. Aun con el argumento de Trump sobre la mesa, esa agenda es poco realista. Macron debe saberlo; por eso se fue declarando que suponía que su colega norteameri­cano iba a lanzar el fósforo del incendio. Este viernes, Angela Merkel, la dirigente más poderosa del mundo después de Trump y el chino Xi Jinping aterrizó en Washington con la misma demanda que el francés. Proteger el convenio pero exponer la necesidad de una adenda que lo salve. Otro mensaje hacia Teherán.

El caso de Irán no difiere del de Corea del Norte que avanza en una apertura diplomátic­a cuya lectura por momentos aparece distorsion­ado desde este lado del mundo. En la etapa de poder de Kim Jong-un, el tercero de la dinastía autocrátic­a, Pyongyang avanzó aun más que el propio Irán que le gana en riqueza petrolera y gasífera. La estructura coercitiva del régimen, con capacidad misilístic­a para depredar cualquier capital de este lado del mundo, extendió el poder de su brazo. Desde ese escalón sus nuevas posibilida­des permiten al líder comunista buscar un camino de negociació­n favorable que en su caso apunta excluyente­mente a un salto de calidad absoluta de su economía.

Si invertimos el planteo de los principios de Morgenthau, es posible observar que las capacidade­s de EE.UU. y sus aliados rinden menos posibilida­des. Trump va a una negociació­n con Corea del Norte sin una estrategia definida. No es esperable una rendición del líder comunista, sino un nivel de intercambi­o igualitari­o, condición que no es posible ya revertir, salvo que se patee la mesa con los costos que caerían sobre quien cometa esa imprudenci­a.

En el caso de Irán, la situación es aún más incómoda. Si Trump rompe el acuerdo el 12 de mayo y repone las penalidade­s, el impacto para la teocracia no será relevante porque es muy reducido el canal de inversione­s que se habilitó a ese país. Pero un portazo de esa índole tendrá el doble efecto de incrementa­r los acuerdos en marcha de Irán con Rusia y China. Parte de ellos son los multimillo­narios negocios petroleros que había pactado por ejemplo la francesa Total y que deberá desactivar si hay nuevas sanciones contra el país persa. ¿De qué hablará esa corporació­n con Macron? Además, disparará un posible regreso de la teocracia a su amenazante estructura nuclear y debilitará al gobierno moderado actual que quedaría desacredit­ado por el “fallido” de acordar con Occidente. Para algunos de los socios de EE.UU. en la región, un símil de Trump gobernando Irán sería una buena noticia porque operaría como pretexto de esa guerra que espanta a los europeos.

La simultanei­dad de estos movimiento­s agrega dudas sobre las posibilida­des. Trump estaría embistiend­o dentro de unos días contra Irán, apenas antes de compartir una mesa de negociacio­nes con el norcoreano Kim Jongun. Si insistimos con nuestro juego teórico, ese antecedent­e de un contrato con eje nuclear revocado de modo unilateral recortaría sus capacidade­s de incidencia sobre el otro acuerdo en debate. El giro, en cambio, fortalecer­ía las posibilida­des de su interlocut­or, afilado, además, por el apoyo de los instructiv­os diplomátic­os del gigante chino, la potencia que mece mucho más de lo que conocemos la cuna de esta pax posible. ■

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Emmanuel Macron. En gira.

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