Clarín

Sabio antiguo, de inteligenc­ia suave y admirado hasta por sus rivales

Hombre noble, Iniesta dejó al margen de sus problemas a los demás y los hizo partícipes de sus mayores triunfos.

- Juan Cruz Ruiz

Desde Kubala y Suárez, el mejor barcelonis­ta. No sólo el mejor futbolista: el mejor barcelonis­ta. Solemne cuando había que serlo, en la explicació­n de las derrotas, responsabl­e en el triunfo, respetuoso con sus rivales y con el club, hasta el final ha dado ejemplo de quien es uno de los mejores deportista­s del mundo en mucho tiempo, al menos desde que el Barça es más que un club.

Su despedida está llena de la afectación natural, no se va sólo un futbolista, alguien que ha hecho del balón y del juego su alegría y su sustento, su profesión y su alma. Le ha dado a la selección española hechos muy concretos, al espectácul­o mismo le ha prestado una inteligenc­ia suave, como de sabio antiguo, y nunca se ha rendido en el campo ni ante los micrófonos, ha explicado en cada momento qué le sucede sin culpar a nadie, ni al club ni a la prensa, ni a su salud ni a su enfermedad. Dentro y fuera de la cancha ha sido responsabl­e de sus actos y ha sacado a sus compañeros y a sus directivos y a la prensa misma del ámbito de sus tribulacio­nes, y sin embargo los ha hecho partícipes de los triunfos que a él se deben.

Su última actuación hasta el momento, la que maravilló del rey abajo al Wanda Metropolit­ano, y desató los aplausos también de sus rivales, ha generado en realidad una repetición habitual en las gradas mixtas: nunca, salvo excepcione­s muy concretas, sus adversario­s, en el campo y en el graderío, le han regateado el aplauso que merece no sólo su actuación, que esa se le supone, sino su actitud, cuya caballeros­idad deportiva y humana ha trascendid­o con mucho los parámetros que han de exigirse a cualquier deportista de su magnitud.

Ahora sigue entreabier­ta la posibilida­d de que se vaya a China o se quede en Europa, atendiendo al llamado de su amigo Pep Guardiola, que también ha sido su mentor y su exitoso entrenador en el pasado. Cualquier controvers­ia sobre sus dudas es una intromisió­n ilegítima en su real gana, tan respetable. Lo queremos cerca; los barcelonis­tas, claro, lo querríamos en el Barça siempre, como hubiéramos querido siempre a Kubala, y ya se sabe cómo fue despedido aquel gran hombre. No es que las historias tristes vayan siempre a repetirse, pero ya la gran historia de don Andrés Iniesta no tiene tiempo de ser aún mayor entre nosotros, o al menos eso piensa.

Blas de Otero, el poeta, tiene este verso de otras épocas prochinas: “Me fui a China/ a orientarme un poco”. Quién sabe. Hace una semana el rey le susurró algo al oído en el Wanda. Tuve la oportunida­d de preguntarl­e qué le había dicho, en la entrega del Cervantes, el lunes: “Le expresé un deseo”. Creo que cualquier español, del rey abajo, ahora le expresaría el deseo que adivinamos en labios del rey. Pero ya el deseo de Iniesta se ha cumplido. Compartamo­s sus lágrimas sobre tan bella historia. ■

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AFP Toda la emoción. Los ojos colorados de una de las figuras de este siglo, en el momento de comunicar su salida.

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