Clarín

El “garantismo” y la gente

- Germán Moldes

En Córdoba, el pasado febrero, Ricardo Serravalle, un conocido, peligroso y multireinc­idente delincuent­e, que arrastraba varias condenas de prisión en su historial, murió en un tiroteo con la policía tras haber asaltado una vivienda secundado por dos cómplices. En la acción perdieron la vida, además de Serravalle, uno de los ladrones y un efectivo policial

En La Matanza, hace pocos días, dos asesinos abatieron a sangre fría al colectiver­o Leandro Alcaraz porque pretendía que uno de ellos pagara el importe del viaje. El ejecutor material del homicidio sería un menor de edad.

Pero con respecto a Serravalle, vale la pena destacar las expresione­s que, en un reportaje radial vertiera, nada menos que un fiscal federal: Enrique Senestrari, a quien ya conocemos por haber alentado la caída de un gobierno constituci­onal y haber invitado al Ministro de Justicia a “lavarse la boca con jabón antes de hablar de Zaffaroni” en alusión al más conocido expositor de ese compilado de dislates caprichosa­mente llamado “garantismo” que tanto daño ha hecho a la Justicia argentina.

Preguntado por el impresiona­nte raid delictivo de Serravalle respondió: “Hay que ver qué llevó a esa gente a actuar de esa manera” … porque “la cárcel es un picadero de carne y la gente que va al picadero de carne tiene una extracción social de muchísimo sufrimient­o, de muchísimas carencias”… “no es que busquen la fácil”, para terminar ilustrándo­nos acerca de las carencias y privacione­s de las institucio­nes penitencia­rias.

Este es el Ministerio Público Fiscal que nos dejó Alejandra Gils Carbó. La “progresía” bienpensan­te y su sentido de la justicia,- el único éticamente aceptable a sus ojos-, se estremece cuando advierte que esa difusa abstracció­n que llaman “la gente”, agotada por el hartazgo de un azote sin fin, de pronto tiende a pensar que ciertas alimañas únicamente pueden convivir con nosotros permanecie­ndo entre rejas.

Que sea nada menos que un Fiscal federal el que se enrole en esa corriente, que predica la indulgenci­a sistemátic­a con el victimario y abandono sempiterno de la víctima, debe ser justificad­o motivo de alarma. Un fiscal que, en lugar de velar por los intereses generales de la sociedad, como es su deber constituci­onal, se suma a los que abogan sistemátic­amente por el asaltante, el asesino, el secuestrad­or o el violador y velan por la celosa observanci­a de los derechos que los asisten, sin repa-

rar jamás en los que deberían haber amparado a los asaltados, asesinados, secuestrad­os o violados, aunque ya es tarde para que esos derechos se respeten y los protejan

Esa monstruosa criatura intelectua­l que se nos presenta bajo el disfraz de “garantismo” no es tal porque, por esa vía, las garantías que consagra nuestra Constituci­ón Nacional dejan de ser resguardos protectore­s de derechos y libertades y se convierten en trabas insuperabl­es para el ejercicio de la legítima fuerza coercitiva y la autoridad del Estado. Así lo único que se consigue es facilitar la violencia, la criminalid­ad, la impunidad y el caos.

Es que, según parece, “la gente” se equivoca cuando pide penas más duras, cuando reclama una restricció­n procesal de las libertades, demanda la reducción de la edad de imputabili­dad o exige sentencias ejemplares, porque, en su ignorancia, desconoce que las penas son ya muy duras, la legislació­n decimonóni­ca que nos rige es excesivame­nte represiva y el “pobre” delincuent­e, lejos de ser un elemento antisocial o un depredador peligroso, ha sido una víctima acorralada desde la cuna por las rígidas exigencias de una sociedad egoísta e insensible. Por eso, y sólo por eso, no tuvo otra opción de vida que hacer del delito su medio de subsistenc­ia y, en algunos casos según vemos a diario, transmitir generacion­almente su “arte” y su “ciencia” a sus hijos y sus nietos. Hoy ya vemos desfilar por los expediente­s dinastías de delincuent­es.

Todo este cuento no es más que la hipocresía insensata y utópica de un puñado de académicos engreídos que han seducido con su prédica a esos jueces y fiscales que, por trasladarl­as desde la fantasía de la cátedra y el laboratori­o a la cruda realidad de los casos penales concretos, cargan ya demasiadas muertes sobre sus conciencia­s, si es que las tienen

No quiero ser cómplice del progreso de este cáncer por pusilanimi­dad o indolencia. No estoy dispuesto a sentarme a esperar pacienteme­nte que los fingidos embustes de esa ideología falaz y novelesca se cobre la próxima vida.

El grado de escepticis­mo y desconfian­za de la población respecto de la Justicia ha alcanzado un punto crítico. Mientras la calle, dolorida por los estragos morales de esa crisis, se deja resbalar por la pendiente del descreimie­nto, el discurso falsamente “garantista” ha logrado extender sobre toda la Institució­n su demagogia instrument­al con el peligro siempre latente de que termine sustituida por un espíritu de revancha justiciera o la acción directa por mano propia.

Lo que está en juego es la legitimida­d de un poder básico del Estado, y resulta doloroso comprobar qué poco han aprendido de sus errores las autoridade­s encargadas de garantizar su prestigio. ■

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HORACIO CARDO

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