El Palomar: por los destrozos del temporal, mudan una escuela a la base aérea
Armarán aulas para casi 300 alumnos de la primaria Benjamín Matienzo, a la que el viento le arrancó hasta el techo. Creen que podrán volver a su edificio a mitad de año.
El temporal pasó, quedó de la escuela Benjamín Matienzo el techo abierto y las aulas, en ruinas. El viento de 150 km por hora del domingo arrancó sus chapas, torció sus postes, levantó aislantes y maderas y dispersó por la calle los restos. Aunque pasaron los días, volver a la normalidad llevará tiempo: hasta después de las vacaciones de invierno los chicos no podrán pisar el colegio. Ése es el lapso mínimo que se necesita para poner a la institución en condiciones, informaron desde el Municipio de Morón a Clarín. Mientras tanto, los casi 300 alumnos de primaria estudiarán en la Base Aérea de El Palomar.
La base tiene una escuela y en un salón se montarán siete aulas de durlock. Hoy a primera hora previeron empezar los trabajos para acondicionar el lugar. En simultáneo, directivos y padres mudarán muebles y material educativo. La fecha del regreso a clases está programada para el viernes. Ese día, autoridades municipales, calculan que ya estarán colocados los pizarrones y el sistema de iluminación.
El recorrido del temporal en Morón, como en otras zonas de Capital y Provincia, fue caótico: la autopista Acceso Oeste quedó interrumpida por la rotura y desprendimiento de un puente peatonal, más de 20 árboles fueron arrancados de raíz, se cayeron postes y carteles, y decenas de casas quedaron sin techo. Pero el efecto más visual del poder del viento en ese Municipio se vivió en la escuela Benjamín Matienzo.
El celular de la directora, María Lamagna, sonó a las cuatro de la madrugada del domingo. A través de la línea, una mamá de la cooperadora le avisaba que el temporal había volado el techo a dos aguas. Para ese momento María conocía los efectos de la tormenta: tenía una ventana rota y la planta alta de su casa inundada. Pero cuando llegó a Joaquín Madariaga 824 y se paró frente a la puerta no entendió lo que veía. Eran las cinco y diluviaba. “Las chapas tenían la misma altura que la escuela. Algunas estaban sobre la estructura. Otras, desparramadas sobre la calle. Era dantesco. No entendía. Pensaba que tenía que ser del aeropuerto -a una cuadra- y no de la escuela”, reconstruye María. En el aturdimiento, dio aviso a la Policía y se comunicó con autoridades educativas y padres. Uno de ellos era Pablo Sinaí. Él también estaba despierto. Era imposible no estarlo: artista visual, perdió parte de su taller, que se rompió en el aire.
Al Matienzo va su hijo de 7 años. Fue su suegra y los primos de su mujer. La institución tiene 106 años y en cada familia es fácil encontrar ex alumnos. “Recorrí la escuela en situación de emergencia. Junto a otros padres y directivos, tratando de salvar la mayor cantidad de libros, máquinas y muebles. Estábamos en shock. No había luz y, sin techo, llovía también adentro”, dice. Con su celular registró los momentos que siguieron al desastre: las aulas llenas de agua, los pupitres y el suelo cubiertos de mampostería, agujeros en los pasillos, cascadas en las escaleras.
“Es muy doloroso ver a la escuela en estas condiciones. Yo la cerré el viernes con una sonrisa porque habíamos terminado una obra en el sótano y la pintura de la biblioteca. Después me encontré con esto”, agrega María. Desde el domingo a la madrugada llora pero también y, por encima de la angustia, se ocupa de reubicar a los 147 chicos del turno mañana y 128 del turno tarde. Ayer uno de ellos la abrazó y le resumió todo así:
Junto a otros padres y directivos tratamos de salvar la mayor cantidad posible de libros, máquinas y muebles”.
Pablo Sinaí. Padre de un alumno.
Es muy doloroso ver a la escuela así y muy traumático. No quiero que además los chicos pierdan clases”.
María Lamagna. Directora de la Escuela Matienzo
“Dire, se me rompió la escuela”. Ella agrega, casi llorando: “Es muy traumático para ellos y no quiero que pierdan clases”.
Desde la tormenta, recibió ofrecimientos para redistribuirlos en otras escuelas de la zona, sociedades de fomento y la base militar. “Quería tener la matrícula junta -habla como maestra de años- para no complicar a las familias. La base está a una cuadra y puedo tener a todos los chicos en un mismo lugar”. Sabe que los trabajos tardarán: no hay techo; las paredes quedaron endebles; las ventanas, rotas, y todavía se siguen cayendo pedazos de mampostería. ■