Clarín

Escraches y prejuicios en la Feria del Libro

- Ricardo Roa

La Feria del Libro corre el riesgo de convertirs­e en una feria de escraches. En el turno de este año hubo otro en vivo y en directo y perfectame­nte planificad­o. Un grupo se concentró afuera y con la excusa de que el proyecto de crear una universida­d para los docentes va en contra de los docentes, no dejó hablar a dos ministros de Cultura, el de la Nación y el porteño.

Los que escrachan no advierten que no es el argumento del escrache el que trasciende sino el escrache mismo. Pasado el momento, queda superado por los miles y miles que visitan la Feria, los libros que se compran y los autores que se conocen. Pero el escrache no desaparece.

Moreno, el caricaturi­sta de la inflación, mandó a una patota de pronto preocupada no por los libros sino especialme­nte por uno: “Indek. Historia íntima de una estafa”, de Gustavo Noriega. Fue en 2010 y con abundante reparto de sillazos y otras manifestac­iones igualmente intelectua­les. La policía liberó rápidament­e a los agresores y se negó a revelar su identidad.

Impunidad legal y política: el ministro de Cultura de entonces, Jorge Coscia, que debería ser un exponente de la mejor cultura, no condenó el escrache. Al revés, lo justificó. Dijo que “los libros son territorio de debate”. Confundió debate con escrache. Y a otra cosa.

En 2011 no se llegó al escrache directo pero se estuvo a punto. Estaba viva la memoria o la vergüenza del año anterior. Horacio González, director de la Biblioteca, pidió desinvitar al premio Nobel Vargas Llosa por liberal, neoliberal o ultraliber­al. “Si se me permite la paradoja, un autoritari­o”, agregó. Sólo él entendió qué quiso decir. Vargas Llosa despertó la ira de los intelectua­les oficialist­as por criticar el enriquecim­iento de los Kirchner.

Hace dos años el mismo fascismo en el aire de la Feria se descargó sobre el nuevo director de la Biblioteca, Alberto Manguel, que debía dar el discurso de apertura y fue agredido. Ahora el ministro Pablo Avelluto cedió enseguida el micrófono a la patota. El escrache estaba hecho. Eso sí, en nombre de la cultura.

Avelluto pudo haber intentado hablar. La gente que estaba allí había ido a escucharlo a él y al ministro porteño, no a los activistas. Pudo haber dicho: hablaré y luego ustedes podrán hablar a la gente que quiera quedarse. No se le ocurrió decirlo o no quiso decirlo. Así cedió la ceremonia. Y se repitió la repetición.

Después dijo por tevé que ceder el micrófono había sido un acto de tolerancia. ¿Tolerancia con la patota? Borges pasó por un trance similar. Un grupo lo interrumpi­ó en clase para anunciar la muerte del Che. Borges les dijo que el homenaje segurament­e podía esperar. “Tiene que ser ahora y usted se va”, le contestaro­n. Borges se quedó y un estudiante amenazó con cortar la luz. ¿Y qué dijo Borges?: “He tomado la precaución de ser ciego esperando este momento”. Claro está, era Borges.

Martín Gremmelspa­cher, presidente de la Fundación del Libro que organiza la Feria y que permitió el ingreso de la patota, dice que “no correspond­e la presencia policial ni menos podemos plantear la represión”.

Ahí le brotó un prejuicio compartido con los escrachado­res: la Policía no está para prevenir sino para reprimir. Y le salió un disparate más: las patotas pueden entrar a la Feria y el Estado, o sea la Policía, no puede entrar.

Si así son las cosas, mirar para el costado y dejar que gane el que agrede, no debiera extrañarno­s que el año próximo el fascismo disfrazado de democracia vuelva a copar la Feria.

Las patotas pueden entrar en la Feria y el Estado, o sea la Policía, no puede entrar.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina