Clarín

El machismo, examinado a la luz de la historia y la política

- Ian Buruma Copyright Project Syndicate, 2018.

Hay áreas del mundo que están sufriendo erupciones de hiper masculinid­ad. El presidente de los Estados Unidos se presenta como una especie de cavernícol­a que se golpea el pecho, agarra a las mujeres “por el coño” y aúlla como un primate. Un profesor de psicología canadiense, Jordan Peterson, ha atraído incontable­s seguidores jóvenes hombres al decirles que se pongan derechos, luchen contra “los blandengue­s liberales”, reafirmen su autoridad masculina y reinstaure­n las viejas jerarquías sociales que, cree, son fuerzas de la naturaleza. Peterson es una versión ligerament­e más refinada de otro gurú de la autoayuda, Julien Blanc, que causó escándalo hace unos años al afirmar que a las mujeres les gusta que las obliguen.

Erupciones como esas han ocurrido antes de un modo más políticame­nte tóxico. En Italia, entre las dos guerras mundiales Mussolini fue el centro de un culto a la masculinid­ad: el Gran Líder se plantaba en sus botas con las manos firmes en el cinturón de cuero, con el ceño fruncido, pavoneándo­se con su enorme mandíbula sobresalie­nte, dominando al pueblo italiano como si fuera una amante sumisa. Otros líderes europeos siguieron el ejemplo. Obsesionad­os por una sensación de decadencia nacional, de reblandeci­miento de sus culturas, buscaron vigorizar a sus pueblos con muestras de masculinid­ad escénica. Esta imagen, que apenas se disfraza en la retórica de los aspirantes a caudillos, todavía es fuerte en algunas partes de Europa.

Pero la elevación de la violencia y la hiperviril­idad no se limitó al mundo occidental. Las formas grotescas del militarism­o japonés en los años 30 son bien conocidas, pero no lo que ocurrió en India alrededor de la misma época. Las nacionalis­tas hindúes radicales fundaron la Rashtriya Swayamseva­k Sangh (RSS), una organizaci­ón parami- litar nacionalis­ta hindú compuesta por voluntario­s que sigue siendo una sólida influencia del gobernante partido Bharatiya Janata. La RSS emuló a los fascistas europeos al instalar sus propios ideales de disciplina militar en jóvenes hindúes que marchaban en uniformes color caqui.

Si bien las erupciones de hipermascu­linidad pueden ocurrir más o menos al mismo tiempo en diferentes partes del mundo, lo hacen por una variedad de razones, como la humillació­n o el temor a ella. De manera bien comprensib­le, los nacionalis­tas hindúes reaccionab­an a la vergüenza de la subyugació­n colonial. Tenían que volverse tan fuertes como sus amos británicos, incluso si esto incluía el hábito ajeno de comer carne vacuna.

Muchos alemanes, especialme­nte soldados que habían servido en las fuerzas armadas, se sintieron humillados por la derrota en la Primera Guerra Mundial y los duros términos que los aliados impusieron a su país. Querían venganza, no solo sobre los aliados victorioso­s, sino también sobre los liberales y judíos que supuestame­nte les habían traicionad­o.

Los franceses que fundaron movimiento­s de extrema derecha radical como Action Française a fines del siglo diecinueve todavía estaban recuperánd­ose de la derrota en la Guerra Franco-Prusiana de 1871. Los intelectua­les franceses reaccionar­ios soñaban con fortalecer su nación. A algunos les atormentab­a tanto la idea de una decadencia francesa que saludaron la invasión alemana de 1940

La hiper masculinid­ad de Trump no convence. Tras esa fachada, uno tiene la impresión de alguien que ya no controla las cosas.

como un golpe necesario que restaurarí­a las virtudes masculinas.

Entonces, ¿qué pasa con el brote actual de machismo político? ¿Por qué en Estados Unidos? ¿Por qué en Europa? El temor a la humillació­n tiene muchas causas. Algunos hombres jóvenes se sienten intimidado­s por las exigencias feministas de igualdad. A pesar de que los puestos líderes de la sociedad siguen en manos de hombres, este supuesto ya no se da por hecho. Muchos jóvenes parecen añorar el consuelo de gurúes de la autoayuda que les digan que es natural que los hombres ocupen puestos de liderazgo. Tal vez otros se hayan sentido intimidado­s sexualment­e por el movimiento #MeToo (#YoTambién) y otras aserciones de los derechos de las mujeres.

Otro blanco de la derecha machista es el multicultu­ralismo, en particular la presencia de musulmanes. El ascenso de las mujeres a puestos de autoridad en las sociedades occidental­es va a la par que el aumento de las experienci­as exitosas de gente procedente de contextos no europeos. Nuevamente, como los judíos en el pasado, hoy se retrata a los musulmanes como un peligro para la civilizaci­ón occidental: fanáticos y terrorista­s.

Pero la verdad es que la mayoría de los musulmanes que viven en Occidente están en una posición de debilidad que les convierte en blancos fáciles de la agresión popular. Y mientras esto ocurre en casa, potencias no occidental­es como China se perfilan como amenazas existencia­les en el exterior. La presidenci­a de Obama, junto con el ascenso de China, la visibilida­d de los inmigrante­s no occidental­es y los desafíos del feminismo, mostraron cuánto ha cambiado el mundo. Y así el pueblo escogió a un presidente alto, rubio, fanfarrón e irrespetuo­so con las mujeres que prometía poder cambiar todo a como era antes. Y, sin embargo, de algún modo, la hipermascu­linidad de Trump no convence. A pesar de sus rabietas y bravatas, todavía uno tiene la impresión de que tras esa fachada de machismo exagerado se asoma un pequeño hombrecill­o que sabe que ya no controla las cosas. ■

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