Clarín

El periodismo y la fábrica de derechos

- Fernando J. Ruiz Profesor de Periodismo y Democracia en la Universida­d Austral

Cuando Voltaire hizo la campaña contra las torturas, o Víctor Hugo contra el antisemiti­smo en el ejército, ambos fueron las voces de las víctimas exigiendo derechos para los franceses. En una sociedad democrátic­a eso ocurre todos los días. Pero para la mitad de la población mundial, que vive bajo autoritari­smos diversos, la voz de las víctimas está amordazada.

Por eso, hay muchos beneficios de la libertad de expresión, pero algunos son vitales para la calidad democrátic­a.

Si la democracia es un proceso de construcci­ón de derechos, hay que analizar cómo esos derechos se fabrican. Para ello afirmaré que el periodismo es un engranaje importante en esa fábrica. Como sociedad, cambiamos de opinión en forma constante. Aquello que antes nos parecía una barbaridad, ahora lo podemos exigir como un derecho.

Siempre la contrapart­e de un derecho ausente es una víctima, y los medios suelen ser la principal mesa de entrada de su apelación pública para que se los reconozcan. Por eso, el periodismo es una institució­n clave en la posibilida­d de que esas víctimas dejen de serlo y sus derechos sean realmente exis- tentes. Por supuesto, que en la fabricació­n de un derecho, hay primero que resolver quién es la víctima y quién el victimario. Y en una sociedad pluralista las políticas editoriale­s de los medios pueden ser antagónica­s: un medio puede definir a un sector como la víctima y otro como el victimario. De hecho, toda política editorial es una carta de derechos, una lista de víctimas a las que se va a defender y una lista de victimario­s que se va a denunciar.

Las víctimas primero suelen irrumpir por medio de conflictos, y luego aspiran a hacer llegar su mensaje hacia la sociedad. De eso dependen para dejar de ser algún día víctimas. Si bien son ejemplos históricos incomparab­les, tanto las Madres de la Plaza de Mayo como las Madres del Dolor, en su recorrido histórico, han tenido una dimensión periodísti­ca central.

Las víctimas necesitan la empatía social, que los ciudadanos salgan de su indiferenc­ia y se acerquen a la indignació­n. Eso es lo que hace que un derecho sea realmente existente. Puede estar formalment­e reconocido, votado en el Congreso y, por lo tanto, en la letra de los códigos que los jueces usan. Pero, a pesar de todo eso, ese derecho puede estar dormido, flotando en la indiferenc­ia social.

Eso ocurre porque los derechos son móviles. Si hay una gran insegurida­d en las calles, los derechos de los presos serán más difíciles de defender socialment­e. Si hay un incidente y mueren presos hacinados, sus derechos se reflotarán.

Hay una oscilación permanente en el ejercicio de los derechos y el periodismo tiene incidencia en esas oscilacion­es. En esa marea, a veces se privilegia a unas víctimas y a veces a otras.

La libertad de expresión es amplia si permite que las víctimas puedan defenderse cuando tienen a la marea de la opinión en contra. Si sólo hay libertad de expresión para ir a favor de la marea social, será muy frecuente que muchas víctimas sufran la sequía de sus derechos.

Existen víctimas porque algún derecho no ha sido socialment­e reconocido y/o respetado. Y, por lo tanto, las víctimas son la luz de la democracia para poder reformarse y combatir las injusticia­s.

Por eso, sólo es realmente libre el periodismo que escucha a las víctimas. Si esa relación prospera, el derecho avanza y si no, esas víctimas tendrán dificultad­es para que sus derechos tengan efectiva vigencia social. En ese caso, la democracia pierde su innata capacidad reformista. ■

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