La demolición del edificio Marconetti vuelve a desnudar heridas y vergüenzas
Memoria. La autora vivía allí cuando hicieron desaparecer a sus hermanos. Arrancaron una placa que los recordaba.
En pocos días apenas será un recuerdo. Siquiera una sombra. El Metrobus del Bajo que llegará hasta La Boca pasará por encima de lo que fue el edificio Marconetti -ubicado en Paseo Colón al 1500-. Sus agradecidos usuarios recorrerán raudos el ensanche del Paseo Colón, al frente del Parque Lezama, y la Ciudad exhibirá una obra más en beneficio del transporte público. Otra demolición en nombre del progreso, que vuelve a desnudar nuestras heridas y vergüenzas.
Por un lado, la incapacidad para resolver los conflictos urbanos sin que terminen en litigios judiciales. Por demanda de la Ciudad, que hoy es dueña del inmueble, los últimos habitantes que resistieron la demolición se convirtieron en usurpadores hasta que dios dinero venció la más intransigente de las resistencias. En pocos días, el Marconetti será demolido.
Viví en el departamento “Ñ” del edificio de Paseo Colón, entre 1976 y 1977. En la tarde del domingo 18 de septiembre de 1977, cuando bañaba a mi hijo de seis años después de una tarde de juegos con sus tíos en el Parque Lezama, entró un grupo comando que en una danza macabra ocupó el departamento y en una duración de tiempo que me cuesta determinar se llevó lo que venía a buscar: a mi joven y bella hermana Cristina. A mi hermano Néstor, horas antes, ya lo habían secuestrado en la esquina de la Confitería del Molino. Una reconstrucción que debí hacer con los años hasta llegar a la certeza de que ambos estuvieron en la ESMA y fueron arrojados al agua en los vuelos de la muerte.
La demolición se llevará el ascensor sobre el que vi por última vez a mi hermana y escuché su grito desesperado pidiendo ayuda. Con mi hijo de nuevo en brazos, me obligaron a cerrar la puerta con una brutal confesión: “A vos no te llevamos para no dejar otro huérfano más”.
Días después viajé a Córdoba. Unos meses más tarde salí al exi- lio. Nunca más regresé al edificio ni al Parque. Supe, sin verlas, que habían puesto dos placas recordatorias en la vereda.
Ahora, en las vísperas de la demolición, a instancias del diario La Nación, regresamos al edificio mi hijo y yo. No pudimos entrar: una policía nos impidió el paso y nos explicó que ya han comenzado a tapiar la entrada de los departamentos. No sé si hubiera querido entrar. Nada de ese ya destartalado predio conserva lo que viví. En sus ladrillos no están ni mi vida, ni mi memoria, ni mi triunfo sobre el odio. Allí sí quedó una prueba de la metodología de terror, el perverso secuestro de las personas, su ocultamiento, las torturas y la desaparición de los cuerpos para luego negar el crimen. La desaparición forzada de personas. Un delito que no prescribe, se perpetúa en el tiempo y no puede ser amnistiado.
Es probable que el ensanche de la avenida Paseo Colón aliviane el caótico tránsito de la Ciudad. No sé cuál solución urbanística se podría haber encontrado para evitar la demolición. Pero sí sé que la vida democrática todavía no corrigió el ocultamiento y la oscuridad de la dictadura. La política es una función de la sociedad democrática, por lo que sus instituciones públicas no debieran ser desaprensivas ni clandestinas.
Nunca nadie se comunicó conmigo para contarme cuál iba a ser la suerte del edificio o para consultarme sobre qué se podría hacer con las dos placas, puestas en la vereda y en las puertas del edificio, con los nombres de mis dos hermanos, presos desaparecidos, Néstor y Cristina. Imaginé trasladarlas al Parque Lezama en una pequeña e íntima ceremonia para tener lo que deliberadamente se evitó, una liturgia de muerte que al honrar a los que desaparecieron nos recuerde una verdad anterior a cualquier batalla: en nuestro país se violó lo que nos es común a todos, la humanidad.
Por eso, recordar es, también, una forma de restituir la dignidad perdida. Sin embargo, las placas fueron destruidas. Claramente alguien se ensañó y usó un pico para arrancar totalmente la que recordaba a mi hermana Cristina. Una verdadera profanación. Alguien se anticipó a la demolición del edificio. Y eso sí me afectó. La memoria trágica que algunos usan para sus discursos y otros prefieren convertir en escombros. ■
La demolición se llevará el ascensor sobre el que vi por última vez a mi hermana y escuché su grito desesperado pidiendo ayuda”.