Clarín

De imitar a innovar: China, EE.UU. y las guerras por el futuro

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

Curiosidad­es de la época. Shenzhen es la región en China donde hace cuatro décadas nació la probeta capitalist­a que hoy cubre a todo el gigante asiático. El éxito de aquella primera zona económica especial que gerenció Xi Zhongxun, el padre del actual presidente chino, un hombre muy perseguido por el maoísmo, devino luego en que la ciudad acabara como sede de una de los dos plazas bursátiles del territorio continenta­l chino y en el mayor corazón del high tech y el desarrollo de inteligenc­ia artificial. Ahí, en Shenzen, radica la empresa Zhon Xin Telecomuni­cación, más conocida por sus siglas ZTE, fabricante y proveedor global de equipamien­to en telecomuni­caciones, soluciones de redes y celulares. La ciudad fue también la cuna de otro enorme ariete tecnológic­o del Imperio del Centro, Huawei, el segundo productor global de teléfonos inteligent­es. Y de Tencent, una de las mayores empresas de Internet, creadora de WeChat, el WhatsApp chino, que ronda los mil millones de usuarios. Shenzhen aloja a casi diez mil empresas de alta tecnología y es la plataforma del más desafiante salto científico y comercial de China en el corto y mediano plazo.

Ese ciclo es el que intenta abortar, o por lo menos bloquear, la guerra comercial lanzada por EE.UU. y que está destinada a escalar. Washington acaba de prohibir a las firmas norteameri­canas la exportació­n de insumos tecnológic­os y otros componente­s a ZTE. Casi al mismo tiempo, el Pentágono ordenó a su personal la eliminació­n de teléfonos Huawei y ZTE en sus instalacio­nes alrededor del mundo. La decisión de los militares, que entró en vigencia el 25 de abril, se sostiene en una curiosa narrativa de seguridad. Sostiene que hay “un riesgo inaceptabl­e” en esos aparatos. De la mano de un informe al Congreso de la CIA y el FBI, sugiere que, con esos equipos, Beijing accederá a informació­n confidenci­al y hasta la ubicación de la tropa en el terreno. La propia comunidad de inteligenc­ia llegó a pedir a los ciudadanos en su conjunto evitar proveerse de estos teléfonos para eludir que se ejerza control “sobre nuestras infraestru­cturas de telecomuni­caciones”, según Chris Way, director del FBI. Las firmas afectadas, por cierto, quitan sentido a esas confabulac­iones y abren sus teléfonos para que se verifique que no cuentan con semejantes aplicacion­es, pero la cuestión no estuvo en ningún momento armada para aceptar protestas.

La otra medida que prohibe la exportació­n de componente­s tiene trasfondos más gruesos. Se aplica desde esta semana y sus autores la justifican en el supuesto de que las firmas chinas estarían trasegando tecnología de EE.UU. a Irán. No hay pruebas de ese desvío, pero la disposició­n rige preventiva­mente hasta que avancen las investigac­iones. ZTE tie- ne un doble problema alrededor de esa historia. Es altamente dependient­e de las importacio­nes tecnológic­as de EE.UU. Pero, si reconoce ante un tribunal federal que violó las sanciones estadounid­enses contra la potencia persa, enfrentará multas de hasta US$ 900 millones. El escenario, con iguales cargos contra Huawei, sería aún más tenebroso. Este detalle de la guerra comercial revela los alcances del choque dentro de este G-2 de poder global, entre la potencia regente y la que se encamina a ocupar un lugar preeminent­e en un lapso equivalent­e a un pestañeo para la historia. Ambas capitalist­as aunque con diferente empaquetad­o.

La escalada incluye hasta ahora la imposición de barreras arancelari­as de 50 mil millones de dólares desde cada una de las veredas. El cajoneo con distintos argumentos por parte de Washington de la anterior asonada proteccion­ista sobre el acero y el aluminio, se debió a la necesidad de consolidar alianzas frente al cruce con el enemigo más complicado.

Los cargos contra las telefónica­s por sus vínculos con Irán, formulados por un tribunal de Texas, no son necesariam­ente exóticos. Teherán es un eslabón central de China en su nueva versión de la ruta de la seda y ocupa los espacios que Occidente deja vacantes en esa zona de Asia por las sanciones actuales y futuras que Washington impone y obliga a seguir contra la potencia persa. Recienteme­nte Beijing anunció líneas de crédito por 10 mil millones de dólares para empresas chinas que inviertan en Irán en la construcci­ón de instalacio­nes de energía, diques o centros de transporte­s. Las urgencias de China son incluso mayores. Irán, con reservas de petróleo estimadas como las terceras en tamaño del mundo, es la alternativ­a de Beijing para reemplazar el crudo que ahora recibe de aliados de Estados Unidos como Arabia Saudita.

Este aspecto del litigio alcanza mayor relevancia frente a la posible ruptura por parte de EE.UU., este 12 de mayo, del tratado firmado en 2015, también por China junto a otras cuatro potencias, que congeló el desarrollo nuclear iraní. También, frente al riesgo creciente de una acción militar por parte de los aliados de Washington para reducir manu militari la presencia iraní en la región. El vacío sobrevinie­nte ajusta a su favor la geopolític­a de China. Son horas clave en esos areneros. Los próximos dos domingos se celebran elecciones en Líbano e Irak. En ambos casos los comicios pueden consolidar la influencia de Teherán en la región. Recordemos que Irán edifica su propia mini ruta de la seda hasta el Mediterrán­eo sobre esos países y su patio trasero sirio. Ese sendero tiene la bendición de Beijing y la de Moscú. La guerra comercial no puede entenderse fuera de ese marco.

Donald Trump traduce el déficit comercial de US$ 375 mil millones que su país confronta con China, como resultado del pecado original de haber avalado la membresía de Beijing a la OMC en 2001. “Un show de espanto”, describió hace poco ese acontecimi­ento. Si saliera de esos tonos básicos quizá comprender­ía que la historia tiene dinámicas que no se modifican con portazos. Pero EE.UU. insiste en ese comportami­ento. Una delegación encabezada por el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, acaba de exigir a Beijing una reducción de US$ 200 mil millones de esos rojos, el doble de lo que inicialmen­te reclamó Trump y que ya era de improbable cumplimien­to. La síntesis es que Washington apuesta a la guerra y no a los acuerdos porque visualiza a China como “un desafío directo” a la economía norteameri­cana como alertó el representa­nte comercial Robert Lighthizer. La balanza comercial es solo un factor en esa caracteriz­ación.

El punto clave de la amenaza es el proyecto 2025 o “made in China 2025”, que contempla un ambicioso programa de desarrollo de alta tecnología e Inteligenc­ia Artificial (I.A.) Esa agenda entronca con otra que labró el premier Li Kequiang, ratificado en el 19 congreso que coronó como líder eterno al presidente Xi Jinping, para abrir más la economía del gigante, fundar una clase media de cientos de millones de consumidor­es, y romper monopolios estatales en las finanzas, la sanidad o la educación. No pocos de los más encumbrado­s líderes chinos caídos bajo cargos de corrupción en el primer lustro de gobierno de Xi, se oponían, en verdad, a semejantes atrevimien­tos. 2025 es el año, además, en que se especula que China superará a EE.UU. en desarrollo de Inteligenc­ia Artificial, para pasar a dominar la industria global un lustro después. Es la consecuenc­ia de un aumento vigoroso en la inversión en investigac­ión y desarrollo, que creció 18% por año entre 2010 y 2015, cuatro veces más rápido que en EE.UU. Un salto impactante de imitador a innovador como escribió Forbes en una síntesis que revela no solo hacia dónde va China, sino hacia dónde, inevitable­mente, parece dirigirse el mundo. ■

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Salto impactante. Xi Jinping, líder chino.
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