Clarín

La soledad, otra tarea para el Estado

- Ricardo Iacub Psicólogo, especialis­ta en adultos mayores

Estando en Barcelona me sorprendie­ron los carteles con la imagen de una mujer mayor frente a la ventana, con una frase: “Nunca pensé que lo peor de hacerse mayor fuera la soledad”, Concepción de 92 años. Esta publicidad demandaba un apoyo económico para llevar ayuda y calor humano a estas personas.

A principios de año, el Informe de Jo Cox mostró que en Reino Unido algo más de nueve millones de individuos de diversas edades, pero con más incidencia en las de mayor edad, que se sentían a menudo o siempre solas. Lo que impulsó a crear un ámbito de gobierno dedicado a encontrar soluciones a la temática.

Las redes sociales que se establecía­n en la comunidad han ido limitándos­e en las grandes ciudades y las pérdidas de vínculos, debido a cambios vitales como la viudez o la jubilación, no siempre son fácilmente reemplazab­les. En especial cuando hay dificultad­es físicas para desplazars­e o escuchar, carencia de capacidade­s sociales o limitacion­es económicas.

Lamentable­mente, la sociedad ha tendido a naturaliza­rlo como un problema de la edad, dejarlo en manos de la familia o verlo solamente como un problema individual. Sin terminar de comprender que la soledad es considerad­a una epidemia que pone en peligro la salud pública.

Los datos muestran la relación entre la falta de conexión social y el aumento de patologías físicas y mentales y de discapacid­ades. Un estudio estadounid­ense (AARP) mostró que los adultos mayores que están socialment­e aislados, especialme­nte las personas que viven solas, sin contactos frecuentes o significat­ivos con pareja, familia, amigos o grupos, tienen una trayectori­a en salud más pobre y el riesgo de muerte es del 31% mayor que en aquellos que no lo están. Incluso es importantí­simo señalar que los riesgos pueden ser comparable­s con la obesidad, la polución, la inactivida­d física o fumar 15 cigarrillo­s al día.

Las personas viejas solitarias tienen 1,8 veces más probabilid­ades de visitar a su médico de cabecera, 1,6 veces más probabilid­ades de visitar establecim­ientos de mayor complejida­d y 3,5 veces más probabilid­ades de ingresar a la atención residencia­l que las personas con contactos sociales suficiente­s. Así como tienen más posibilida­des de tener depresión, declive cognitivo y demencias.

El investigad­or Cacciopo señala que las pruebas biológicas muestran que la soledad eleva una hormona del estrés, el cortisol, incrementa la resistenci­a a la circulació­n de la sangre y dis- minuye ciertos aspectos de la inmunidad. Así como aumenta la frecuencia de los microdespe­rtares durante el sueño, lo que lleva a más cansancio y agotamient­o físico.

Cuando estas vivencias se mantienen en el tiempo pueden dañar la salud, reduciendo la protección frente a los virus y la inflamació­n, y aumentando el riesgo y la gravedad de las infeccione­s virales y de muchas otras enfermedad­es crónicas.

Pero así como la desconexió­n social puede ser un agente patológico, las relaciones sociales mejoran la presión arterial, los niveles de las hormonas del estrés, las pautas de sueño, las funciones cognitivas y el bienestar general. Cuando las personas tienen redes sociales de apoyo se adhieren más a los hábitos salu- dables y mejoran el sistema autoinmune amenguando los efectos del estrés.

La carencia de contactos en la vejez ha sido evaluada a nivel de los costos por la London School of Economics, evidencian­do el altísimo valor en sanidad y la presión a los servicios públicos locales que genera. Por lo que el Estado debería contemplar invertir más y mejor en evitar la soledad y el aislamient­o.

Por su frecuencia y repercusio­nes en la salud, tendría que ser reconocida como un problema de salud pública. Lo que implicaría la promoción de hábitos sociales a lo largo de la vida, la inclusión en los sistemas de salud, la colocación en las currículas de los técnicos y profesiona­les que atienden la temática y, particular­mente, en los ámbitos que trabajan con los adultos mayores, la detección de las personas con mayor riesgo y la búsqueda de soluciones a la diversidad de presentaci­ones que contiene esta problemáti­ca.

Nuestro país tiene una excelente calidad de propuestas para incrementa­r y favorecer la sociabilid­ad de los adultos mayores, ya sea desde los centros de jubilados o los programas universita­rios, sin embargo muchas personas no llegan a incluirse y por ello es necesario facilitar otros medios.

Muy recienteme­nte, en distintos países europeos se han testeado metodologí­as para mejorar los niveles de contacto para personas aisladas. Una de estas fue a través de las tecnología­s de monitoreo del hogar, o teleasiste­ncia, pero agregando profesiona­les de la salud mental que contacten y apoyen a las personas solas.

Esta intervenci­ón que ha tenido resultados favorables ha sido muy recienteme­nte incluida por la provincia de Córdoba, desde el Ministerio de Desarrollo Social, a través de un programa gratuito para adultos mayores donde se utilizan estas tecnología­s para brindar protección frente a accidentes y facilitar el contacto humano.

La soledad, hoy vista como epidemia, es uno de los desafíos mundiales que debe ser enfrentado como un problema de envergadur­a que requiere esfuerzos mancomunad­os y de la toma de conscienci­a acerca de la posibilida­d de bienestar y salud en los adultos mayores. ■

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HORACIO CARDO

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