Clarín

El sonido y la furia

- Juan Bedoian jbedoian@clarin.com

Los argentinos estamos perdiendo definitiva­mente la batalla contra la estridenci­a y el exceso. Con sus sonidos desapacibl­es y chirriante­s, las trompetas del apocalipsi­s entran cada día a tu casa.

Están los conductore­s de TV que abandonaro­n desde hace tiempo el buen gusto y la sobriedad, ya no digamos la corrección política (“Esos negros de mierda se reproducen como lauchas”). Están los animadores que saltan, gritan y berrean con una alegría ficticia destinada al inmediato olvido (“En realidad nos cagamos de risa un rato. Todos hacemos de nosotros. Chela hace de tarado y yo un repillo”).

Existen los signos llamados “emojis” que se reproducen en los celulares como una peste innumerabl­e de estados de ánimo, sonrisas y personas, animales y naturaleza, comidas y bebidas.

Tenemos a los cronistas deportivos afectos a la desmesura (“¡¡¡Goooool, cantalo, cantalo, cantalo !!!) y a los chimentero­s que ventilan una intimidad (“¡¡¡La terrible pelea entre Pam- pi y Pepita!!!) con un énfasis cercano al discurso de un loco, lleno de sonido y de furia.

La estridenci­a en la comunicaci­ón, las formas y las conductas es una pasión que se contagia. Los signos de admiración han reemplazad­o a los puntos. Los emojis han eliminado las palabras. La música ensordeced­ora ha ahuyentado el diálogo. A veces, ese exceso se confunde peligrosam­ente con algunos subgéneros del teatro como el “sainete” fácil o la “farsa” grotesca, en un país que también exagera y cruje en otros rubros (exuberante inflación y profusa corrupción).

Detrás del ruido y el humo, la nada.

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